Desde la otra esquina:
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Nietzsche antes del quiebre
Originalmente publicado como “Nietzsche before the breakdown”. The New Statesman, UK edition, 27 de julio de 2022 (https://www.newstatesman.com/culture/books/book-of-the-day/2022/07/nietzsche-in-turin-review-lesley-chamberlain-guy-de-pourtales),.
Traducido por Alberto Loza Nehmad.
Por John Gray, reseña de los libros:
Lesley Chamberlain. Nietzsche in Turin, Pushkin Press, 256pp
Guy de Pourtalès y Will Stone (trad.). Nieztsche in Italy. Pushkin Press, 112pp.
“Espera a que el té se enfríe antes de beberlo, evita todo alcohol, las multitudes, la lectura, escribir cartas, llevar ropa abrigadora por las noches, come ruibarbo de rato en rato, usa una servilleta para el desayuno, recuerda el cuaderno”. Estos memorandos, como los registra Lesley Chamberlain en su libro Nietzsche en Turín, capturan el régimen que seguía Friedrich Nietzsche en esa ciudad, en el último de sus muchos alojamientos durante su deambular por Europa. Le encantaban las caminatas largas, aunque cualquier interrupción de su rutina le era tan tóxica como la comida en mal estado, de modo que evitaba los cafés de moda y los paseos.
Inclusive una librería estaba más allá de sus límites por el temor de tropezar con un conocido que quisiera conversar de Hegel. Necesitaba, sobre todo, una vida tranquila.
Nietzsche había cultivado los hábitos de un inválido por muchos años. Migrañas, miopía, insomnio y agotamiento nervioso lo persiguieron desde su veintena. Nacido en 1844 en una familia de pastores luteranos por tres generaciones, fue nombrado a un profesorado en filología clásica en la Universidad de Basilea en 1869, apenas a los 24 años de edad. Después de diez años de una salud en deterioro, renunció para convertirse en escritor peripatético. Buscaba ambientes donde la luz fuera tenue, la brisa gentil y la gente alegre. Intentó Sorrento, Genova, Venecia, Suiza y Niza. Turín le acomodó perfectamente.
Anteriormente capital del Ducado de Saboya y luego del reino de Cerdeña, la elegante y geométricamente diseñada ciudad representaba lo que Nietzsche, en su primer y seminal libro, El Nacimiento de la tragedia a partir del espíritu de la música (1872), definía como las virtudes apolíneas de la razón y el orden, las que surgían en oposición a las fuerzas dionisíacas de la vitalidad extática. En la mitología griega, Apolo era el dios de la música y el sol, Dionisio, el del vino y la danza. Según Nietzsche, tanto la armonía apolínea como la energía dionisíaca eran necesarias para una cultura balanceada. Con su imagen de los griegos presocráticos luchando contra un profundamente enraizado sentido de la trágica irracionalidad del mundo, el libro escandalizó a los clasicistas de su tiempo, quienes – como mucha gente, inclusive actualmente – se pegaban a una imagen simplista de Grecia como el lugar de nacimiento de la razón. El ensayo de Nietzsche sigue siendo una poderosa crítica del “socratismo” – la creencia de que la lógica, la ciencia y la moralidad pueden contener el conflicto y la destrucción en la vida humana. Pero al explorar esta polaridad Nietzsche estaba (como todos los filósofos, él creía) comprometido en un ejercicio autobiográfico. Los dioses en guerra reflejaban conflictos en su propia personalidad, de los cuales se liberaba principalmente por su absorción en la música. En Turín, su cuarto estaba a tan solo a unos metros de una casa de ópera.
Hay varios recuentos de los viajes de Nietzsche. El buen europeo (1997) por el filósofo David Farrel Krell y el fotógrafo Donald L. Bates es una guía definitiva a lo que Nietzsche encontró en las ciudades y paisajes en los que decidió trabajar y escribir. ¡Soy Dinamita!: una vida de Friedrich Nietzsche (2018) cuenta la cautivante historia de cómo Nietzsche se convirtió en el “ocupante vacío de cuartos amoblados”. En 2020, la admirable Pushkin Press publicó Nietzsche, de Stefan Zweig – que primero apareció en 1925 como parte de un libro más extenso sobre pensadores europeos – en una traducción inglesa de Will Stone.
Ahora Pushkin ha reeditado dos sobresalientes estudios de los últimos años de Nietzsche. Publicado en 1929, Nietzsche en Italia, del ensayista y biógrafo suizo nacido en Italia Guy de Pourtalès (1881-1941), recientemente traducido por Stone, permanece siendo destacablemente penetrante en su interpretación del pensamiento de Nietzsche. Nietzsche en Turín (1966) de Chamberlain – quien después escribió El viaje del vapor de la filosofía (2006), una evocativa historia de la deportación por Lenin de intelectuales rusos en dos buques alemanes en 1922 – es la versión más detallada de cómo terminaron los viajes del filósofo, así como la mejor escrita y más inteligente.
Cuando llegó a Turín en la primavera de 1888, Nietzsche había llegado a una coyuntura complicada de su vida. Su amistad con el compositor Richard Wagner, a quien había visto como un aliado en un intento ambicioso de renovar la cultura alemana, terminado hacía una década. La relación de Nietzsche con su hermana Elisabeth Förster-Nietzsche – viviendo por entonces en una colonia racista, Nueva Germania, que ella había fundado en Paraguay con su antisemita esposo – eran hostiles, parcialmente debido al rol de ella en sabotear la relación de Nietzsche con Lou Andreas-Salomé. Cautivado por la energética joven nacida en Rusia, él le propuso matrimonio vía otro admirador, su amigo el filósofo Paul Rée, lo cual ella declinó. Nietzsche respondió reavivando un plan, que ellos habían discutido previamente, para mantener un Ménage à trois platónico, y más bien ella se fue con Rée. El rechazo de Salomé dejó sacudido y amargado a Nietzsche. Aunque no hubo nunca ninguna posibilidad de que ella pasara su vida con él. Salomé, quien más tarde, con el apoyo de Freud, se convertiría en una de las primeras psicoanalistas mujeres, debió haber reconocido rápidamente que Nietzsche estaba incurablemente enfermo.
Nietzsche sufría de sífilis, contraída de lo más probablemente durante su visita a un burdel en sus días de estudiante (su mala salud estaba compuesta por los efectos de la disentería y la difteria de las que sufrió mientras sirvió como auxiliar médico en 1870 durante la Guerra Franco-Prusiana). Parece que Nietzsche no tuvo ninguna relación sexual sostenida de ningún tipo. En esto difería de su primera estrella guía, el celebrado pesimista Arthur Schopenhauer (1788-1869), quien tuvo muchas relaciones con mujeres, algunas de larga duración. Un capítulo de El mundo como voluntad e idea, donde Schopenhauer sostiene que la vida humana está gobernada por impulsos inconscientes más que por elecciones racionales, presenta un análisis forense del deseo sexual.
Aunque ellos no se conocieron, Schopenhauer fue una figura central en la vida de Nietzsche. Al descubrir su tratado en una librería de segunda mano cuando era un estudiante en Leipzig en 1865, Nietzsche se vio abrumado. Llegó a rechazar la filosofía del libro como negadora de la vida, pero ambos pensadores buscaban una manera de vivir que no dependiera de los mitos deístas. Mientras Nietzsche proclamaba desde los tejados la muerte de Dios, Schopenhauer observaba el fallecimiento de la deidad y continuaba calladamente. El pesimista creía que no podía encontrarse la satisfacción solamente renunciando al ego, pero se cuidó de no practicar su filosofía, dándole forma a una satisfactoria vida egoísta para sí mismo. Un alma más fría y alegre que su alguna vez discípulo, Schopenhauer no sentía la necesidad de salvar a la humanidad.
Nietzsche, por otro lado, no podía deshacerse de la creencia – era hijo de un pastor, después de todo—de que el mundo necesitaba redención. En sus últimos meses en Turín, le dio salida total a su pasión mesiánica. En enero de 1889, después de abrazar lloroso un caballo de tiro que estaba siendo azotado en la calle, fulminó cartas a sus amigos anunciando que había apresado al papa y llamando a un concierto de potencias europeas contra Alemania. Otras que escribió en borrador iban a ser enviadas a Bismarck y el Kaiser. Muchas estaban firmadas “Dyionisos” o “El Crucificado”.
El pensamiento de Nietzsche era entonces desconocido salvo para unos pocos devotos. Para cuando murió, en agosto de 1900, estaba en camino a convertirse en una celebridad intelectual mundial. Su reputación como precursor del fascismo se formó por las ediciones de sus obras que la hermana – una simpatizante nazi, a cuyos funerales asistió Hitler –editó y a veces redactó; ella puede haber también falsificado algunas cartas de él. Nietzsche toda su vida fue un opositor del nacionalismo alemán, tanto que en muchas ocasiones negó su etnicidad alemana y afirmó orígenes polacos. Al preferir el Antiguo al Nuevo Testamento, despreciaba el antisemitismo. De muchas maneras era lo opuesto a un protonazi. Al mismo tiempo, les puso una bomba a los cimientos del racionalismo liberal, cuya atronadora detonación puede ser escuchada hoy.
En el otoño de 1880, Pourtalès lo registra, Nietzsche estaba viviendo en un ático sobre una calle cubierta de césped de Génova. Pasaba los días caminando por la ciudad, componiendo ataques contra los valores cristianos. El fruto de sus meditaciones fue uno de sus mejores libros, La gaya ciencia (1882), donde proclamaba la muerte de Dios como una oportunidad de encontrar alegría en las cosas terrenales. Viéndolo siempre solo, libro en mano, sus vecinos lo llamaban “il Piccolo santo”, el pequeño santo, y le daban velas para sus propias devociones, que él aceptaba con felicidad. Sin “ningún alcohol, renombre, mujeres, periódicos ni honores”, como escribió, él convirtió la modesta existencia de un profesor con una pensión en una vida de santa pobreza. “Cuán en las raíces él es un cristiano – escribe Pourtalès –, este futuro anticristo”. Cerca del fin, en Turín, viendo pasar el cortejo de un famoso almirante, Nietzsche tuvo la impresión de que estaba asistiendo a sus propios funerales de Estado. Acosando a los transeúntes les decía, “Alégrense. Soy Dios. Solo estoy disfrazado”.
Si Pourtalès presenta a Nietzsche como un mesías anticristiano, Chamberlain lo muestra como una baja de la modernidad. Ecce Homo, su último libro completo, escrito en 1888 pero publicado en 1908, es según esta autora un “autoobituario”. La muerte de Dios significaba borrar cualquier reino trascendental, y a través de eso la humanidad podía encontrar significado y valor. La respuesta de Nietzsche fue convertirse en una ofrenda sacrificial – mitad Cristo, mitad Dyonisos –cuyo evangelio póstumo liberaría al mundo del nihilismo, su enfermedad oculta.
Como escribe Chamberlain, “Él asociaba el nihilismo con la enfermedad, su propia enfermedad y el decaimiento cultural de toda Europa”. El Übermensch enfermo pudo haberse dado cuenta de que presentaba una imagen ridícula. Chamberlain informa que cuando estaba dejando Turín para ir a una clínica psiquiátrica en Basilea, le pidió a su casero su papalina, un gorro de dormir triangular con una borla: “Vestido así dejó Turín, el filósofo trágico que no solo quería ser él mismo un payaso sino que deseaba dejar esa imagen visual para la posteridad”.
Al contrario de su reputación de revista de comics, Nietzsche no admitía el frenesí dionisíaco. Era la armonía apolínea lo que ansiaba, tanto en su propia vida como en la sociedad. El nacimiento de la tragedia identificó la acechante debilidad del Occidente moderno como la creencia de que la razón puede traer orden a la vida humana. Nietzsche avizoraba un nuevo tipo de ser humano que, sin negar la realidad de las fuerzas dionisíacas, pudiera contener el caos que ellas traían consigo. El más profético de los pensadores del siglo 19, discernía que la aparente marcha triunfal del progreso europeo estaba dirigiéndose a una caída cataclísmica. Temía una era de grandes guerras, la que – a medida que derivaba hacia la locura –imaginaba que él podía evitar. Su quiebre puede haber venido con la consciencia de que, como su enfermedad, el mal que diagnosticó estaba destinado a seguir su curso natural.
Nietzsche creía que sin un reino espiritual en el que la bondad y la verdad fueran una y la misma – como Platón afirmó en sus formas atemporales, y el cristianismo en un Logos divino – los valores son finalmente expresiones de la voluntad humana. La racionalidad, en ese caso, es simplemente una herramienta que puede ser usada en nombre del caos y la barbarie, tanto como del orden y la civilización. Al presente, cuando Putin persigue una guerra de terror con salvajismo calculado, la razón está sirviendo a las fuerzas dionisíacas del tipo oscuro. Si tú quieres soluciones a la perturbación de nuestro tiempo, ganarás poco leyendo a Nietzsche. Y, con todo, hay mucho que aprender sobre las fuentes de la declinación de Occidente a partir de las luchas de este cristiano descreído, que encontró en la antigua Grecia una visión trágica por la que en vano pasó su vida luchando para escapar.