La diferencia entre los hombres y los dioses está en la distancia de sus sueños, en la virtual ambición de recrear un mundo o destruir una idea, en los brazos de una fantasía muerta y en el primer recuerdo que anide esperanzas. Bryan Maza Ita, en Retratos nocturnos, toma el cetro de las emociones en este disímil espacio para desangrar imágenes envueltas de una espada sin filo que ignora la sangre derramada. En este conjunto de tenues historias nos sumerge en una narrativa sincera, carente de aquellos artificios tan lamentablemente arraigados en la literatura contemporánea ancashina, son relatos que expresan la emoción de una edad, de una época, de aquel instante atroz o maravilloso que converge perpetuamente en la vida y la convierte en un crisol donde se funde el dolor por las eternidades perdidas y la emoción de una nueva flor hallada en el alma. Bryan trata de sepultar una edad sin tiempo, y abre aquella amplia brecha entre la decisión de ser lo que debe ser o dejarse consumir por la cómoda fantasía de no ser nada. Aquí el narrador toma el camino ignoto de las bizarras decisiones y, por supuesto, marca la diferencia. (Luis Apolín).