Luis Flores Caballero nos presenta aquí, después de una frondosa obra poética y ensayística, una primera gran novela escrita en fecundidad septuagenaria. Y es aquí justamente en que Flores Caballero se distancia de la férrea voluntad realista que caracteriza a los narradores peruanos de los siglos XIX y XX para dejar volar libremente el ingenio de su fantasía. Anacarsis está más cerca a la novela utópica de un Kafka, Malraux, dos Passos, Camus y Sartre. Especialmente próximo a éste último con su obra de teatro El Diablo y Dios. Anacarsis, el sabio y amante de la libertad, se presenta al lector como un viajero impenitente que asiste al fin del mundo como testigo del triunfo de la nueva deidad: Dusgol, quien pone término para siempre al reinado cargado de fracasos y errores de Dios, los ángeles y arcángeles. El averno, que no es el infierno, es el único lugar seguro, la nueva gloria donde el hombre se convierte en el representante del Bien. El drama íntimo que configura el esqueleto narrativo puede entenderse como la expresión novelesca de un talante satanista, que refunda la apocatástasis en un sentido no cristiano. Es decir, que los hombres lejos de recibir lo que sus actos les hubiera hecho merecer, los buenos la recompensa y los malos un castigo, al contrario, todos son eximidos de sus culpas y admitidos en la nueva gloria del nuevo Dios. (210)