¿Quién es el padre? ¿Cuál es su ley? ¿Cuál su interdicción? Alrededor de estas tres preguntas se pueden encontrar los elementos fundantes de una identidad (la propia), pero también de una cultura y de una sociedad. Y a veces, del parricidio. Este acto no sólo debe entenderse en su manifestación explícita. Es mucho más complejo. Lo es tanto que es el punto de partida de la tragedia griega y por extensión de todo el teatro posterior. Para explicar el psicoanálisis, Sigmund Freud utiliza el parricidio como metáfora que permite el acceso del ser humano a la sexualidad y a la sociedad.
La ley del Padre es la ley del Poder, del pasado, de la razón instrumental. El Padre es el símbolo de todo contra lo que el hijo irrumpe, llámese escuela, Iglesia, Estado, pero también pares generacionales, pareja y otras manifestaciones de sociabilidad. En cada una de estas instituciones o manifestaciones hay una escaramuza acechante, un conflicto pendiente: un manifiesto de identidad.
La Ruptura se inscribe dentro de esta tradición. Es la historia de un parricidio espectral, ya que no figura la escena del crimen, pero siempre el personaje tiene algo que matar. Y esto es: la ley del Padre.