Es un tiempo particular en la región América Latina, cuando varios de los países del continente acaban de celebrar, están celebrando o están próximos a celebrar el bicentenario de su independencia. Cabe preguntarse, sin embargo, ¿qué significan estas celebraciones para los pueblos afrodescendientes de la región si las proclamas que declararon la independencia de los  países en los que habitan no los alcanzaron; si los gritos de independencia que dieron lugar a las nuevas y emergentes repúblicas independientes aún sostenían sus economías en manos negras esclavizadas?

La des-vinculación histórica e institucional que ha marcado la vida del ciudadano/a americano/a de ascendencia africana en América Latina se manifiesta en su ausencia física, política, económica, cultural y simbólica de los espacios públicos de transacción de la realidad nacional de sus países de origen. Ese proceso de amnesia estratégica ha dominado los diversos discursos de la nacionalidad en casi todos los países de las Américas desde la conquista hasta la actualidad. Durante la colonia, el naciente discurso republicano impulsado por la élite hegemónica criolla se apropió de la historia nacional y procedió a la manipulación y negación de lo que Nara Araujo (2005-2006) llama el “paradigma de la unidad plural”.

Los afrodescendientes representan casi 200 millones de la población de la América al Sur del Río Grande y es, por lo tanto, uno de los grupos étnicos más grandes de las Américas. Es también el grupo más afectado por la pobreza, la exclusión económica y social, así como por la marginación como recoge el informe de la Comisión Interamericana de los Derechos Humanos de marzo de 2007, resalta: […] que la esclavización y su legado, son causa del racismo y origen de “… las profundas situaciones de desigualdad social y económica...” que afecta a la población afrodescendiente en América.

A partir de esta historia, signada por la negación, el olvido, la violencia y la discriminación, es posible comprender el lugar relegado que hasta el día de hoy tienen, en las diferentes esferas de la vida social y política, los pueblos indígenas y afrodescendientes. En consecuencia, el negro fue excluido de la construcción del Estado-nación “moderno” latinoamericano tanto desde la institucionalidad política como cultural e intelectual. Esa visión del mundo y de nación se enmarca dentro del proyecto ideológico decimonónico de preferencia racial de países como el Perú, Uruguay, Argentina y Chile, por citar estos ejemplos, que veían en la inmigración europea el único camino hacia el desarrollo económico.