Leo en Viajar con libros, de Ricardo Ayllón, las dos caras eternas del gran hombre. La de aquella criatura vencida por un gran amor: el de la creación cultural; y la del genio derramado por la falta de interés material y absorbido por la dicha de sentirse el demiurgo de sus propias criaturas. Andariego como El Quijote anda a horcajadas entre el optimismo de Balzac y el pesimismo de Flaubert. Sería inexacto omitir aquella profunda intuición suya donde ve la duplicidad viva de las cosas culturales, a saber, al hombre mismo portentoso en su grandeza y miserable en su indigencia. En el abigarrado laberinto de los personajes que recorren sus páginas lo auténtico es el cúmulo de historias que va tejiendo la vida misma. Ayllón no escribe para unos pocos escogidos como Stendhal, sino que se dirige al gran público. El drama es que las masas han dado la espalda a la literatura y a la cultura en su conjunto. Su mérito es mostrar el grado de sufrimiento, esfuerzo y genialidad necesarios para hacer cultura en un medio arrasado por la pseudocultura, la subcultura y el mercantilismo editorial. (Gustavo Flores Quelopana)