En Confesiones a Batana nos encontramos en un viaje a la casa interior de Nora Chiozza. Un mundo imaginario donde ella convive con Batana, su confidente, que le habla sin cesar y la enfrenta con su pasado.

Nos dice que las emociones son como olas que la embisten, pero ella ha logrado salir airosa y ahora, conmovida, puede abandonarse a la felicidad que le trae entregarse a su pasión que es el arte a través de la poesía y la fotografía que le dicen “goza mientras puedas de la belleza de la naturaleza, del mar, de la playa, del viento y las aves marinas”.

Ella encuentra que se puede ser feliz en medio de la oscuridad y lo adverso cuando uno descubre que la luz está dentro de uno mismo y que esta irradia como un sol, una luz como la que siente que se filtra a través de los árboles de Villarrica o de los vitrales de una iglesia.

Su casa ha sido reconstruida con esfuerzo, pero ya está lograda. El pasado está cerrado, ha quedado como un cuadro colgado en la pared que uno puede mirar o no mirar. Todo lo que valía la pena rescatar sigue vivo en ella y a través de estas pequeñas confesiones nos invita a conocer el mundo de las personas y las cosas que ama.