Los inocentes (1964) y En octubre no hay milagros (1966), revelan una marcada tendencia al pesimismo, más que al realismo. Reynoso, siguiendo los pasos de Congrais y coincidiendo con Vargas Llosa, traza una historia de adolescentes, pero no son los joycianos, los Stephen Dedalus, sino los hijos de la gleba suburbana, muchachos provincianos arracimados en las barriadas, de infancia triste, de adolescencia amarga, de juventud herida y protestadora. El primer libro de Reynoso se ocupa directamente de ellos, y los rotula Los inocentes, significativamente. En el segundo va más allá. Penetra en un mundo de contradicciones y de sortilegios frustrados. El mes de octubre es, en Lima, el clásico mes del Señor de los Milagros, en que se rinde homenaje a un Cristo tradicional salvado de un terremoto del siglo XVIII. La multitud sigue a pie la imagen venerada. Pero, en el suburbio, para los miserables, no hay milagros, ni Señor de los Milagros, no tienen esperanzas ni fe. (Luis Alberto Sánchez)