Con un puñado de amigos se puede emprender todas las travesías posibles, la de los ideales políticos, la bohemia literaria, un largo viaje cargado de sueños. ¿Pero qué pasa cuando este espíritu se disgrega por destinos dispares?

Tal vez algunos busquen el camino de la simple subsistencia, otros el de la autodestrucción. Alguien, un domingo de fatigas y angustias. Exclama, abandonando el intrincado decorado barroco de un templo: “¡Yo busco otro templo, la muchacha de la foto, la de los papelitos, de los poemas de anoche. De ella saldré salvo, consolado y sin pesares. Sólo en ella dormirá en paz y mansedumbre mi alma ansiosa, y despertaré llenos de gloria!”. Sin proponérselo, como sucede mayormente, se encuentra en ese atajo sublime y terrible que es el amor.

Una ciudad, un congreso de escritores, y la lluvia eterna, sirven de escenarios para el protagonismo fugaz de personajes delineados con precisión y calidez, en una trama finamente urdida con humor y regusto controlados. En el templo del amor tratamos de hallar todas las utopías, ¿pero qué hay después del amor y la lluvia?.