A lo largo de este volumen, el autor se reafirma en la convicción de que Apu Yaya Soledad (Señor Padre Grande Soledad) sea también Apu Inca (Señor Padre Grande Inca). Así se titulan las  idénticas canciones que se entonan en la iglesia de la Soledad y en la de San Francisco. Como dice el autor: “el Inca y Cristo se han juntado”, lo que resulta ser una consecuencia previsible en función de las expectativas mesiánicas de la sociedad andina. Sin embargo, es notable que la identificación de las figuras se presente a través de una “trasposición” tan evidente. (250)