El poeta John Donne dijo que ningún hombre es una isla, que cada hombre es una pieza del continente y una parte del todo. Igualmente, en el mercado, ningún sujeto interactuante es una isla. Proveedores y consumidores nos necesitamos mutuamente. No estamos frente a “tipos” de sujetos diferenciados. Sin embargo, esta distinción suele justificar que se vea al consumidor como un sujeto exceptuado de adecuarse a las reglas del mercado. El consumidor es débil, se dice, y debe ser protegido por esa estructural debilidad. El autor plantea que esta visión es errónea y que suele ser perversa para perjuicio del propio consumidor. El discurso tradicional de la protección al consumidor, según se plantea, esconde (y a veces expresa abiertamente) un escepticismo infundado respecto del funcionamiento del mercado libre.  De modo general, la afectación al consumidor impacta en el proveedor, y el sobrecosto que debe asumir el proveedor impacta en el consumidor.