El interesante poemario de Vilo Arévalo nos ofrece visiones de la desolación, en un rapto del éxtasis que embargaba a los primeros locos sagrados, como fueron concebidos los poetas, haciendo una prefiguración del Apocalipsis. En su texto podemos ver una suerte de sincretismo mitológico, donde dioses, héroes, demonios y espectros concurren sin cesar.
En su libro hay dos reinas que se disputan un trono: por un lado, reina la noche, uno de los clavos que sellaron el destino del Cristo en un madero. Del otro, la metamorfosis: los pecados, las emociones, los valores y los paradigmas se transforman en diversos animales fantásticos. Ambas reinas se disputan el alma del poeta. Frente a él, su adversario central, es el tiempo. Es un formidable enemigo, es implacable e imparable. Como la medusa, es capaz de matar estando muerto.  Los juegos principales a los que alude el vate – el ajedrez, las cartas, la ruleta – no le hacen mella. (Héctor Ñaupari)