Caín, un personaje como existen millones de personas en todas las ciudades --grandes y chicas-- del mundo, se debate en la ignorancia por la falta de oportunidades negadas por el llamado “desarrollo social”.
Sueña con un mundo diferente, perfecto, en el que la fraternidad supera todas las formas de violencia que a diario se vive aun en el seno de las familias, y mucho más en las calles de la ciudad que la acogió luego de quedar huérfano.
Sin embargo, su despertar es amargo. Su vida y experiencia se centran en las filas de las pandillas que se dedican a agredir a los demás, en lugar de estudiar, precisamente por esa negación de oportunidades.
Sin la protección de sus padres ni la orientación de sus tíos que lo recibieron a la muerte de aquéllos, Caín sobrevive entre la soledad y las malas compañías. Solo, enfrenta incluso el mundo de la injusticia aun de los encargados de impartirla.
El de Caín es un sueño del que no habría querido despertar a una realidad enajenante, una realidad que en un abrir y cerrar de ojos, truncó una vida inocente en un arranque de celos, de impotencia, de desesperación porque las cosas no cambian.