La Casa de los Esclavos es una construcción que resiste los embates del tiempo. Edificada en la isla de Gorée, en el Senegal de hoy, es infame recuerdo de un oprobio. El tiempo del esclavismo de hombres y mujeres de raza negra.  Se supone que entre doce y quince millones de personas de color oscuro pasaron por allí con rumbo al destierro desolado, al exilio sin salvación.  La novela de Miguel Donayre acaba  cuando el narrador ronda ese lugar de barbarie inaudita. Desde allí, por otros caminos,  arribaron a las caucherías amazónicos los sicarios de Barbados. La referencia a lugar tan remoto, tan alejado de la fronda peruana o de la aldea huitota,  es parte de la  clave mayor del libro que comentamos. Porque en toda la obra, desde la primera página hasta la última, el destierro se impone tanto en el pasado como en el presente.