Los autores exploran en una de esas historias prohibidas que las elítes oligárquicas peruanas de fines del siglo XIX e inicios del XX siempre han tratado de ocultar: los hijos no reconocidos, los mal llamados entonces hijos ilegítimos, puesto que en verdad lo que existen son padres ilegítimos, incapaces de estar a la altura de sus responsabilidades.
Respaldados en un profuso intercambio epistolar, los autores –escrupulosamente y sin prejuicios, con absoluta probidad intelectual- luego de revisar los archivos de Luis Varela y Orbegoso en la Biblioteca Nacional del Perú y del Instituto Riva Agüero, nos permiten conocer las redes familiares de los grupos de poder del tiempo del dominios oligárquico o de notables que pensaban –erradamente- que tenían árboles genealógicos frondosos e inmaculados.
En la parte final de este trabajo, los autores nos colocan ante la paradoja que consiste en que precisamente aquellos intelectuales –como Javier Prado y Ugarteche que criticaban y execraba las costumbre voluptuosas de las entonces llamadas “razas de color” o “razas inferiores”, supuestamente más proclives al instinto primario que a la Razón y la cultura-, no fueron capaces de resistir sucumbir al llamado de la carne. (420)