Ella, al escuchar abrirse la portezuela que dejó entrar una luz proveniente del cuarto, se replegó en su rincón. Tenía los ojos hinchados de tanto llorar y temblada de pies a cabeza. El Cuervo le hizo una señal de apaciguamiento y le entregó los comestibles.
La chica los recibió, no sin cierta duda, y empezó a comer con rapidez y torpeza, a beber de la gaseosa. Hacía un día que no probaba bocado y su estómago reclamaba ser atendido. ¿Hasta cuándo la iban a tener allí?