Es evidente que el espíritu de la profecía nunca se apago en la Iglesia, pero también es verdad que no le hemos prestado demasiada atención. La profecía se ha tolerado pero no deseado, porque incomoda y perturba. Pero los profetas son necesarios en todas las épocas, porque son los mejores testigos del Espíritu que hace vivir la iglesia y de su capacidad de “renovar la faz de la tierra”. Los profetas son centinelas atentos a la llegada de Dios y sus exigencias.
En las páginas de este libro queremos presentar algunas figuras proféticas de la Biblia que han vivido con pasión la fe hasta arriesgar su vida por ella. Buscamos que el lector se contagie algo de su pasión y preocupación por el mundo. Si hay algo que queda claro de los profetas es que no son anacoretas, que viven aislados en el desierto, sino gente metida en la problemática de su pueblo y cercanos a todos los que sufren. Nada más necesario en estos tiempos, que el espíritu profético cale con su impetuoso compromiso en nuestros corazones.