Esta novela ritualiza el balance de una existencia rememorando (con reiteraciones obsesivas) escenas de la infancia, la adolescencia y la juventud, a modo de confidencias hechas a la madre: “Creo madre, haber llegado a una edad en que la vida es algo así como una manera arbitraria de conocer la realidad, y la memoria, una forma del olvido”.
Recuerdos reinterpretados años después, con sabor a derrota y a oportunidades perdidas. Recuerdos en particular de amores desdichados, de su espinosa comunicación con su padre (compartiendo, en un momento, la pasión por una mujer llamada sintomáticamente Esperanza, exhumada desde el presente sin esperanza) y de diversos familiares y amigos. En fin, una “novela de aprendizaje” plagada de enseñanzas amargas. (Ricardo González Vigil)