Por Milagros Olivera
Fuente: Diario16, Lima 04/12/12
http://diario16.pe/noticia/20924-no-sae-si-ser-uno-de-los-sobrevivientes-de-la-generaciaon-del-60-es-un-elogio-o-una-maldiciaon
El poeta Hildebrando Pérez Grande sonríe con el mismo entusiasmo con el que sus labios esbozan una mueca de tristeza y su mirada se pierde, como buscando describir un paraje en su simpleza. “Soy un hombre del siglo pasado”, nos dice. “Un ‘dino’, como amablemente dicen los alumnos a los viejos dinosaurios”, remarca.
-¿Cómo se inicia en la literatura?
Mi vida como escritor y esencialmente como poeta tiene, digamos, diversos inicios. Uno inocente, acaso candoroso. A los ocho, a los diez años, me descubrí garabateando cosas extrañas en mi cuaderno escolar: frases, versos, sería mucho decir poemas. Años después, terminando la secundaria, ya tenía un panorama más riguroso, menos ingenuo. Y ya en la universidad, con mayor criterio y conocimiento de la lengua y de la poesía, cuando volví sobre lo escrito me horroricé, ¡cómo era posible que haya perpetrado tantas per-versidades!
-¿Qué es para usted asumir con responsabilidad la escritura?
Yo creo que en un país como el nuestro escribir con responsabilidad es escribir con autenticidad y procurando que la escritura nuestra esté enmarcada dentro de las bondades del lenguaje, que tenga, pues, color y peso. Una escritura que en su discurso y en su forma tenga calidad literaria (…). No puede caer en la retórica fácil, no puede caer en la voz altisonante tan solamente. Puede ser anarquista en su visión del mundo y yo aprecio mucho las visiones anarquistas, pero tiene que decirlo de una manera convincente, de manera hermosa, bella.
-Rodolfo Hinostroza ha publicado un libro en el que comenta la vida de los poetas que formaban la Generación del 60. ¿Qué opinión le merece este nuevo libro que cuenta episodios hasta el momento desconocidos respecto a los poetas de la época como Javier Heraud, Manuel Scorza…?
He leído el libro y te puedo decir que no es más que el testimonio, muy personal, muy arbitrario. Él está en su derecho de decir y expresar lo que piensa que le pasó a él o a sus amigos, pero esa no es toda la verdad, es su concepción. A ver, que es polémico, lo es, yo sospecho que busca eso. Ser controversial, ser polémico, porque él quiere defender a capa y espada su versión. Yo he visto que de cierta forma maltrata a Heraud, incluso a otros poetas, pero él puede decir lo que crea conveniente, lo que sí da pena es que quienes son mencionados no pueden responder.
-Su generación se ve marcada por el comunismo, por la Revolución Cubana. ¿Eso los incentiva a escribir poesía social?
Desde el punto de vista ideológico y político, éramos cercanos. ¿Quién no quiere cambiar el mundo a los 20 años? Todos tenemos el corazón en el lado izquierdo. Pues bien, pero en la poesía, ya en el ejercicio mismo del poema, en el arte poético, en la concepción del poema, ¿para qué sirve? (Porque sirve para algo.) Ahí hay distintos criterios. Algunos poetas pensaban que la poesía, como decía el poeta español Gabriel Celaya, es un arma cargada de futuro que servía para transformar la realidad, para llamar a los pueblos que luchan por su liberación nacional. Pero para otros era un diálogo consigo mismo.
-A partir de la segunda parte de “Aguardiente, forever” es más urbana la poesía…
Hay una segunda parte, que es un “Cantar de Hildebrando”, que está recreando un universo mucho más abierto. No me quedo en la voz aldeana solamente, le soy fiel a mi propio registro social, humano. Yo he vivido en Europa muchos años, vivo en Lima hace varios años, entonces mi registro, mi conducta, es la de Lima, y tengo que ser fiel a eso. Sería una poesía falsa si estuviera escribiendo desde la voz del indio, porque no lo soy.
-¿Sería un hipócrita escritor?
Exactamente, sería un hipócrita escritor. Estaría engañándome a mí mismo, sería un embustero, un embustero poeta. Felizmente, no lo soy.
-Respecto a eso, ¿cómo nace la revista que dirigió, llamada Hipócrita Lector?
En los años 70, cuando ya éramos profesores de Literatura en San Marcos, con Marco Martos, con Carlos Baraybar, Eric Burgos, se nos dio por sacar una revista solo de poesía. No cuentos, ensayos, no, solo poesía. Así éramos, soberbios. Entonces, durante una larga sesión, matizada con vinos, por supuesto, y luego de varias horas, nos acordamos del verso de Baudelaire, salió la idea de ponerle Hipócrita Lector. No nos cerrábamos a ningún estilo, teníamos una concepción muy abierta de la poesía, ahí tú podías encontrar poetas del 50, del 60, del 70, con diversos registros, poetas surrealistas, poetas expresionistas, etc.
-Usted es uno de los sobrevivientes de su generación. ¿A cuál de todos los poetas con los que compartió estudios y experiencias extraña más?
Yo no sé si es un elogio o una maldición, pero sí, ya vamos quedando pocos, pero son los designios de la vida, y quién sabe si los que han muerto están vivos y yo que estoy vivo estoy muerto, eso solamente lo sé yo. Extraño muchísimo a Juan Ojeda, yo estudié y estuve años con él, fue muy cercano a mí. Son amigos entrañables, los designios de la vida son esos, perder sus referencias, sus amigos. A mí se me vino el mundo cuando se murió Washington Delgado, poeta, profesor, amigo entrañable, un paradigma para mí. Pero así es pues, hay que seguir adelante. El mejor ejemplo y el mejor homenaje para ellos es continuar, tratando de ser un hombre digno en un país en el que es bastante difícil ser un hombre digno, ético y con principios, eso no es fácil en un país tan “coquetón”, donde algunos dicen que la plata llega sola.
-¿Qué tan difícil es dedicarse a la literatura en nuestro país?
Es que uno no se dedica, uno es. No sé si es una maldición gitana o llegaste tarde a la repartición de oficios. Ya qué queda pues, qué vas a hacer, lo que tienes que hacer es ser bueno en ese oficio que te dieron o que te dio la vida, saber hacerlo bien y que tu palabra sea convalidada por la belleza, por la justicia.