Alfredo Pita
Alfredo Pita destaca la eclosión de libros sobre la violencia en el Perú

Por Virginia Vilchez Samanez
Fuente: Librosperuanos.com
Febrero 2015

El escritor peruano Alfredo Pita  considera importante que, en los últimos años, se haya producido “una eclosión de libros que hablan de la sociedad peruana y sus convulsiones de las últimas décadas”, ya que permite, entre otras cosas, “acercar a la nueva generación de jóvenes, que no tienen idea de cómo fueron las cosas, a los extremos del horror que los extremismo terroristas nos impusieron”. Señala que en su opinión,  no serán los últimos libros que se ocuparán del Perú en el vórtice del huracán y está bien que sea así. Por eso – añade- “no queda sino sonreír cuando se recuerda que hace unos años alguien dijo que con sus libros y con los de sus amigos la literatura peruana ya había agotado el tema de la violencia”. Alfredo Pita, quien reside en París desde hace más de tres décadas,  habla en esta video-entrevista con Librosperuanos.com sobre su última novela, “El rincón de los muertos”, que se nutre de su experiencia, pues estuvo en Ayacucho haciendo reportajes en 1983, en el periodo inicial de la guerra.  Señala que, sin proponérselo, hizo de esta novela una historia de reporteros y un homenaje a amigos y colegas que cayeron en Ayacucho cuando iban en pos de la verdad. Se refiere también al papel que jugaron en esa guerra la Iglesia y las Fuerzas Armadas.

1.     Un tema recurrente de tus libros es la violencia política. Aparece en “El rincón de los muertos”, en “El cazador ausente” y en varios de tus cuentos, ¿por qué tu interés por esta temática?
Como sabes, uno no es dueño siempre de sus temas y, con frecuencia, estos se imponen por razones que a veces son misteriosas y otras más que evidentes. La violencia me interesa porque soy peruano. En nuestra sociedad la vida es cincelada a golpes y a tiros. Esto lo saben bien los cajamarquinos, por ejemplo. Por supuesto, esto no es muy perceptible en ciertos barrios de Lima, pero la mayoría de peruanos sobreviven sabiendo que la legalidad que le impone el Estado es una mascarada que esconde una violencia extrema. La minoría que vive bien en este país mantiene su estatus por medio de la imposición por la fuerza de sus privilegios, y esto en todos los campos, en la educación, en la salud, en el control y usufructo de la tierra y los recursos. Todo el que se opone a sus designios es marcado y neutralizado. Para eso tienen sus fuerzas de seguridad y sus medios de comunicación basura que limpian la cara a esa violencia.

2.     En los últimos años se ha escrito mucho sobre la violencia  (“Días de fuego” de Fernando Cueto, “Hienas en la niebla” de Morillo Ganoza, “Gritos en silencio” de Isabel Córdoba y “Kímper” de Miguel Gutiérrez). ¿Has encontrado algún común denominador en los que has leído?
No he leído todavía esos libros pero tengo muy buenas referencias. Me parece muy saludable esta eclosión de libros que hablan de la sociedad peruana y sus convulsiones de las últimas décadas. Me parece que no serán los últimos libros que se ocuparán del Perú en el vórtice del huracán y está bien que sea así. No queda sino sonreír cuando se recuerda que hace unos años alguien dijo que con sus libros y con los de sus amigos la literatura peruana ya había agotado el tema de la violencia. Me parece muy saludable que se siga escribiendo no sólo sobre ese periodo sangriento sino sobre las condiciones inhumanas de vida que sin necesidad de disparos se impone al grueso de la sociedad peruana.

3.     ¿En qué radica, desde tu punto de vista, la particularidad de tu última novela, “El rincón de los muertos”? ¿Qué crees que la diferencia de otras?
Todo libro es único y se funda en sí mismo. Sobre mi novela lo único que puedo decir es que es una ficción ambiciosa que se nutre de la experiencia, pues estuve en Ayacucho haciendo reportajes en 1983, en el periodo inicial de la guerra, pero también intenta interpretar los hechos a través de la Historia. Las vicisitudes de mis personajes ocurren en un presente convulso pero están en permanente diálogo con la oscura y compleja historia del Perú. Y no sólo del Perú, también intento desbordar nuestros linderos y llevar el hecho peruano al plano del acontecer humano universal.

4.     Este libro es considerado como un ejercicio de memoria pero también de denuncia. ¿Por qué?
Eso escapa a mis propósitos. Lo que yo quise desde el inicio fue contar una buena historia sobre los acontecimientos peruanos de los años 80-90. Resulta que me demoré en terminar mi libro y que ahora que se publica hay toda una nueva generación de jóvenes que no tienen idea de cómo fueron las cosas. Y al parecer mi historia es convincente y los acerca a los extremos del horror que los extremismos terroristas nos impusieron. De aquí que algunos piensen que el libro es una especie de documental que trae consigo imágenes y colores y dolores que dan una idea de verosimilitud. Tanto mejor.

5.     ¿Cuán fácil o difícil te es expresarte a través de periodistas, que son algunos de tus personajes principales?
Es una buena pregunta. En el caso de “El rincón de los muertos” yo no fui consciente hasta muy tarde de que estaba escribiendo una historia de reporteros. El libro cuenta una historia compleja, que alude a la vida de miles y miles de personas, pero los personajes que cuentan y reflexionan sobre el destino de esa humanidad son periodistas, reporteros, testigos y cronistas de los hechos mínimos, como yo lo fui en esa época. Ya iba por la mitad de la redacción del libro cuando vi que además de contar una historia estaba levantando con palabras un homenaje a mis amigos y colegas que cayeron en Ayacucho cuando iban en pos de la verdad o que fueron baleados porque conocían esa verdad.

6.     Algo que destaca en tu obra es la crudeza con que retratas el papel de la Iglesia y particularmente de su principal representante en Ayacucho en la guerra interna. ¿Qué nos puedes decir al respecto?
Siempre, a través de nuestra historia, las castas dominantes se las han arreglado para ponerse bajo la protección de los militares que les garantizaron la perennidad de sus privilegios y de sus abusos. La Iglesia ha jugado un papel parecido, sólo que no ha necesitado recurrir a las balas y a las masacres. No siempre en todo caso. Durante la sangría de Ayacucho, sin embargo, la Iglesia jugó en la región un clamoroso papel de cómplice de los verdugos. El papel de su jerarquía en la zona, su voluntad de no inmiscuirse en la protección de los desvalidos o en la búsqueda de la justicia para las víctimas, hizo cristalizar en ese momento el papel de cómplice de la opresión que la Iglesia ha tenido a través de toda nuestra historia.

7.     Cuánto de ficción hay en esta tu novela en lo que respecta a la actuación de las fuerzas armadas?
El libro entero es una ficción. Incluso cuando alude a hechos tan reales como la masacre de Uchuraccay. Ocurre, sin embargo, que la forma como está contado hace sentir o pensar que se está contando en forma documental hechos que habrían ocurrido. No hay tal. Pero el comportamiento de los militares de mi relato se parece terriblemente al comportamiento que sus congéneres tuvieron en ese momento histórico peruano o en otras coyunturas internacionales.

8.     Llama la atención que varios de los personajes que existen en la vida real aparezcan en tu novela con su nombre propio. ¿No temes que te traiga problemas?
No hay muchos personajes que tengan un nombre real, pero algunos de ellos aparecen en situaciones plausibles. Hubieran podido estar en esas circunstancias y actuar como lo indico. No creo que les incomode mucho ser resituados en medio de los retratos colectivos a los que ellos dan verosimilitud.

9.     Es evidente que has tomado partido –el de las víctimas- en la confrontación que se vivió en el Perú ¿Cómo has hecho para no perder credibilidad?
Escribo cuentos y novelas, no documentos sociológicos ni judiciales. En mi caso el único instrumento es la palabra. Y en la medida en que ésta sirve en forma convincente a mi objetivo de recrear la realidad, de convencer al lector de que va con mis personajes por las calles de Ayacucho, o de Lima, o de España, entonces mi objetivo está logrado. No pierdo credibilidad porque no cuento nunca una historia sesgándola o dándole tintes panfletarios o gesticulantes. Pero sobre todo no la pierdo porque procuro cumplir con el contrato tácito que firmo con el lector de contarle una historia de la manera más sincera y convincente, sin timarlo, sin faltarle el respeto.

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