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Fuente: Peru21, Lima 09/03/06
Okinawa es una isla 500 kilómetros al sur del conjunto principal de islas que forman el Japón y de ahí procede la mayoría de descendientes de japoneses en nuestro país. El libro Okinawa, un siglo en el Perú relata la historia de esta particular etnia. Conversamos con Doris Moromisato, una de las autoras.
Nací en Chambala, en Huachipa, zona donde se establecieron 14 familias okinawenses en la década del 40. Mi padre llegó en la década del 30 y siete años después regresó a Okinawa, para casarse con mi mamá. Ella ni siquiera lo conocía. Era un arreglo familiar. Mi mamá vino jovencita, a los 18 años, y no regresó a Japón hasta después de 50 años", cuenta Doris Moromisato.
¿Y le ha preguntado por eso?
No se hablaba de eso. Además, no existía la noción de casarse a la fuerza. El concepto antiguo del amor en Asia es otro. El amor no era la cúspide de la felicidad. Esta residía en la solidaridad, la tranquilidad, la procreación. En ese concepto, la libertad no encaja como valor supremo.
¿Qué la animó a participar en el libro Okinawa, un siglo en el Perú?
Es lo mínimo que puede hacer una escritora por un grupo étnico al que se siente ligada. Quería resaltar esta diversidad que está en el Perú y que debe ser insertada en el ideario cultural peruano. Hablo de la cultura okinawense, que no es igual a la japonesa.
¿Por qué?
Se han cumplido 107 años de la presencia japonesa en el Perú, pero cien años de la presencia okinawense. Llegaron después, pero rápidamente se hicieron sentir. Extraoficialmente, se calcula que el 70% de la presencia japonesa en el Perú es okinawense. Cuando llegaron, hablaban okinawense y su religión y costumbres eran distintas, y racialmente son diferentes, pues. Más como los filipinos, tailandeses o hawaianos. Y son más extrovertidos. No es el japonés inexpresivo, misterioso entre comillas.
¿Desde cuándo Okinawa es parte del Japón?
Antes era el imperio de Ryukyu, administrado por China. Era un lugar geopolíticamente estratégico -entre China, Japón y Taiwán-. Hace 500 años empezó a ser administrado por Japón, pero en 1873, más o menos, cuando comenzó la era meiji -la modernización, el expansionismo, el armamentismo-, empezó a empobrecerse el país. Por eso comenzó la diáspora japonesa.
¿Fujimori es okinawense?
No. Con este libro también aprovecho para hacer un deslinde étnico. Porque el concepto de poder político de los okinawenses es diferente, sin rezagos de mentalidad imperialista. Y no hubo ni uno solo metido en política en la década del 90 que haya quedado mal. A ninguno se le achacan crímenes y, si tuvieron que ir a la cárcel para demostrar su inocencia, lo hicieron. Fujimori jugó muy a la ligera con la ciudadanía peruana, diciendo que sí era peruano y después que no.
En el Perú, durante la Segunda Guerra Mundial, hubo saqueos contra descendientes de japoneses. Usted ha recogido testimonios al respecto.
Fue el 13 de mayo de 1940. Lo hicieron un grupo de políticos y de colegiales. Hubo seis millones de soles en pérdidas. Todos los japoneses se juntaron para protegerse en el ex colegio japonés, ahora Teresa Gonzales de Fanning. Todo sucedió en un solo día. De las 620 familias afectadas, cerca de 500 fueron okinawenses.
Después se expulsó a ciudadanos peruanos descendientes de japoneses a Estados Unidos.
Durante el gobierno de Prado, que estaba muy allegado a Estados Unidos, el Perú entró como su aliado al estallar la Segunda Guerra Mundial. En 1942 se cortaron las relaciones con Japón y desapareció la posibilidad de tener doble nacionalidad y mandaron a 1,500 japoneses a campos de concentración en Estados Unidos.
¿Y qué fue de esos peruanos?
Lo triste es que, cuando acabó la guerra, les ofrecieron quedarse en Estados Unidos o ir a Japón, pero no les ofrecieron volver al Perú y ellos ya no eran japoneses, eran peruanos. La mayoría se regresó a Okinawa, a la pobreza, y no pudieron regresar al Perú con sus familias hasta décadas después.
¿El Estado peruano ha ofrecido alguna disculpa?
Nunca. Estados Unidos sí lo hizo.
Usted recoge testimonios en su libro.
Son de ancianos y ancianas -los okinawenses son muy longevos-. La señora Kame Yagui cuenta cómo aprendió a tratar a los borrachos en las cantinas. Le enseñaron que tenía que decirles: 'Sécalo, sécalo', para que se fueran. También es interesante el relato de Tsuyo Toyama. Durante la guerra, su esposo no podía llegar a casa; de ser atrapado, habría acabado en un campo de concentración. Entonces, establecieron una señal: si la luz estaba prendida, era que no había peligro y él podía ir.
¿Y logró escapar?
Sí. Muchos se escondieron hasta por un año entero, en subterráneos. Y el colegio Fanning nunca fue devuelto. A mí me fastidia que con los descendientes de japoneses se juegue con la ciudadanía. Si todo va bien, qué buena gente son, pero cuando hay problemas se les quita la ciudadanía. Somos peruanos. Y por uno solo no se puede satanizar a todos, menos si estamos haciendo patria como tantos otros.
Autoficha
Nací el 1 de setiembre (el día de la derrota de Japón en la Segunda Guerra Mundial) de 1962. Soy tigre y virgo. Soy la última de 11 hijos. Soy bachiller en Derecho y Ciencias Políticas de San Marcos. Trabajo como editora y promotora cultural. En Okinawa nació el karate, palabra que significa mano abierta. La gente es muy franca, ríen y lloran y lo muestran. Los okinawenses trajeron al Perú su cultura, que actualmente, en el Japón, es considerada una minoría étnica. Yo nunca he estado en Okinawa, pero mi primer cuento está ambientado allá. ese es mi universo simbólico.