Por César Ángeles
Fuente: Agosto 2011
El jueves 4 de agosto se presentó, en Lima, la última novela de Juan Morillo (Pataz-La Libertad, 1939), Hienas en la niebla (Universidad Ricardo Palma, 2010), en el centro cultural Cori Wasi de la universidad Ricardo Palma. Se trata de una obra que ha sido bien recibida por la crítica y los lectores de este autor, que año a año, y desde que retomara su quehacer novelesco en 1999, con Las trampas del diablo (1999), luego de tres décadas sin haber publicado en formato de libro, va ganando mayores adeptos entre los atentos seguidores de nuestra narrativa. Hienas... aborda el complejo asunto de la guerra interna de los años 80 y 90 en el Perú. Sin embargo, como coincidieron aquella noche los escritores y amigos del autor, en la mesa de presentación, no solo aborda la violencia de aquellos años, sino otros momentos cruentos que marcan nuestra aciaga historia republicana, particularmente en la segunda mitad del siglo XX.
En dicha mesa, estuvieron los conocidos narradores peruanos Oswaldo Reynoso y Roberto Reyes (asiduos colaboradores de Intermezzo tropical, para más señas). Este último, además, tuvo a su cargo el prólogo de la novela de Morillo. Asimismo, participó el poeta y académico Marco Martos, quien basó su presentación, como observó el propio Reyes, en ideas tomadas del prólogo, con una exposición fluida que centró en el tópico del viaje. Sin embargo, acertó en demandar que en el canon de nuestra literatura, aquel que se utiliza en los programas escolares y universitarios, hace rato que muchos autores debieran estar presentes para su lectura, disfrute y estudio, y no solo los conocidos nombres de Alegría, Arguedas, Vargas Llosa, Bryce y Ribeyro, por citar algunos pocos autores que son de diverso modo nuestros clásicos. Morillo, como otros más, desde hace tiempo merecen, dijo, su lugar en la historia de la literatura peruana.
Por su parte, Roberto Reyes evocó, con un toque de afirmativa nostalgia, la época cuando Morillo, Reynoso y él mismo compartieron veladas y experiencias de diverso tipo al interior del grupo Narración, del cual formaron parte en los años 70 (junto a otros escritores actualmente en plena consolidación de su trayectoria, como Gregorio Martínez, Miguel Gutiérrez y Antonio Gálvez Ronceros: este último, venciendo su usual reticencia a participar de estos actos, asistió a esta cita, de seguro por la común experiencia evocada por Reyes). El autor de “Ratas en la casa” resaltó, además, que por aquellos años del colectivo, su vocación y práctica narrativa se fueron asentando al calor de sus diálogos con Reynoso y Morillo, debido a lo cual esta velada también cobraba para él una suerte de agradecimiento y celebración, tanto en términos vocacionales y amicales, como por la presencia viva de quienes conformaron Narración, uno de los colectivos literarios (territorios liberados) que ha dejado más huella entre nosotros. A continuación, Reyes resaltó la novelística de Morillo en tanto expresión de algunos postulados de aquel grupo, como por ejemplo el sartreano principio del compromiso del escritor con su realidad y con su tiempo. Sobre este asunto, en reciente entrevista periodística, el propio Morillo ha evocado sus zozobras desde la lejana China –donde radica con su familia desde hace treinta y tres años– en tanto que mientras que en el Perú se vivía, durante los años 80 y 90, una cruenta y dramática guerra interna, él iba tratando de consolidar su vocación novelística a la distancia (al respecto, y aun viviendo en el país, o por eso mismo, Miguel Gutiérrez también ha testimoniado semejantes conflictos personales en sus ensayos La Generación del 50 y Celebración de la novela, lo que es una prueba de que el tema no es baladí para los miembros de esta comuna literaria). De la citada entrevista, destaco el siguiente pasaje, porque considero que es donde Morillo sintetiza lo referido acerca del compromiso político del escritor y nuestra contemporaneidad como sociedad:
–Hoy casi no se habla de eso, Vargas Llosa casi es un predicador solitario de ese asunto.
–Vargas Llosa ha retomado el tema, es un viejo tema, era un tema de café en una época en que se discutía este asunto en un plano simplemente teórico, pero las circunstancias nos han ido sacando de la reflexión a los hechos concretos. En mi caso sí es una preocupación. Y no solo por mis años ausentes del país, no es solo una la realidad distante, sino esa realidad distante me trae mensajes muy impactantes: muerte de amigos, amigos desaparecidos, amigos perseguidos. Esa realidad me remece y digo qué hago escribiendo una novela aquí, en este momento, cuando mi país está en una etapa de violencia terrible. Entonces, qué hacer. Esas cosas me van removiendo la conciencia.
Roberto Reyes subrayó, además, la identificación de Morillo con el sujeto colectivo y popular que hace la historia, lo cual también constituyó otro valor en la estética de Narración: el tratamiento de los dramas y vicisitudes de personajes enraizados en la historia cotidiana y colectiva. Finalmente, pasó revista a algunas características resaltantes del propio lenguaje narrativo en esta obra, como, por ejemplo, el planteamiento de la vida como un transcurrir constante, con la imagen del viaje, el río, aquello que fluye, y dejó sentado que los filósofos podrían hilar luego otras interpretaciones de esta novela de Morillo, en relación, por ejemplo, con Heráclito y su concepto de la vida, la muerte y el ser humano. En suma, una intervención sentida e ilustrativa la de Roberto Reyes, quien no quiso extenderse más tiempo y dejó anotado que en el prólogo a la novela desarrolla más ampliamente los conceptos vertidos aquella noche.
Por su parte, el apreciado maestro y escritor Oswaldo Reynoso inició su participación a su estilo, contando una anécdota, de esas que también nutren la literatura en todo tiempo y lugar, acerca de cómo conoció a Morillo. El hecho ocurrió una tarde en que, aburridos de Lima, él y su ‘compadre’, el recordado escritor Eleodoro Vargas Vicuña, decidieron salir del legendario bar Palermo, donde los habitúes de la Generación del 50 tenían una mesa reservada, y viajar en el primer bus a Trujillo, dejando un papel pegado en una pared donde se leía “Los esperamos en Trujillo”. Cuál sería la sorpresa de ambos cuando al llegar a dicha ciudad de la costa norte, y luego de algunas horas de descanso, se toparon con varios amigos que habían hecho la peregrinación en bus desde Lima hasta Trujillo siguiendo la referida indicación. De ahí se echaron a caminar por las calles de la capital liberteña, y es así como conoció a un joven impetuoso quien, con otros amigos escritores, se sumaron al grupo: se trataba de Juan Morillo. Desde entonces, han cultivado una amistad asentada no solo en el colectivo Narración, sino en los varios años que Oswaldo Reynoso radicó en China, donde Morillo continúa aún.
Ante un público ya ganado, en el amplio y agradable auditorio de la Ricardo Palma, Reynoso anunció que a continuación abordaría la novela de Morillo marcando algunas características que veía centrales, en tanto pieza narrativa y artística. Lo primero, fue resaltar su puesta en escena del desierto: un paisaje tan consustancial al Perú, a su costa, y, a la vez, dijo Reynoso, tan poco tratado por nuestra literatura (de inmediato pensé en la novela El viejo saurio se retira, de Miguel Gutiérrez). Hay literatura de la selva, de la sierra, de los valles costeños, pero no del desierto, ni del mar, afirmó: quizá sí de la pesca, pero no recordaba una que abordase el mar mismo (ahora recuerdo Playas, de Calderón Fajardo). Primer acierto de Morillo en esta obra. Otro asunto que destacó el autor de El escarabajo y el hombre y Los eunucos inmortales fue la magistral técnica exhibida por aquel para hacer toda la novela en segunda persona, sin que decaiga el ritmo ni el interés de su lectura. Al respecto, Reynoso leyó algunos pasajes finales, para demostrar ello, donde el narrador habla consigo mismo en segunda persona acerca de la propia memoria puesta en marcha para llevar adelante la narración en Hienas en la niebla. Asimismo, remarcó el tratamiento y protagonismo de la mujer en esta novela, algo que, comentó, no ha sido usual en la narrativa peruana, con algunas pocas excepciones (evocó las obras de Miguel Gutiérrez, algo de Enrique Congrains, y poco más que eso). Incluso dijo que las narradoras peruanas no habían desarrollado suficientemente este personaje, y que, en general, en el imaginario literario del país se conoce poco o nada de la mujer en tanto personaje, más allá de la Perricholi, una suerte de prostituta en la corte colonial peruana, y Micaela, la mujer de Túpac Amaru. Por último, destacó que en las novelas de Morillo los personajes iban desenvolviendo sus historias en sucesos interconectados, de tal manera que ante los lectores iba configurándose un universo complejo, donde diversos vectores narrativos confluían unos con otros creando una densidad semántica lograda con suma destreza en el manejo del lenguaje. También remarcó lo dicho por Roberto Reyes en el sentido del compromiso del escritor con su época y su sociedad, lo que una vez más llevó a evocar al colectivo Narración (pero una evocación sobria, seria, sin los aspavientos histéricos ni adanistas que tienen algunos ejercicios de memorias grupales, a veces) donde a Reynoso le cupo rol destacado, en tanto fue prácticamente el padre de la criatura, y Miguel Gutiérrez, seguramente, su ideólogo más político y radical.
En suma, los tres ponentes aplaudieron esta novela, y la recomendaron mucho para su lectura. De ahí que esa noche se agotaron los ejemplares que se pusieron en venta, y entre firmas, fotos y brindis virtuales (vino no hubo: se fue nomás en el incesante tren de la imaginación), además de los reencuentros debidos con un autor que, aunque radica físicamente lejos, está muy cerca del Perú (“Si Jorge Chávez no ha muerto, y/ Vive en el corazón de los peruanos/ ¿En el corazón de quién/ Vivimos los peruanos?”, como escribió el poeta Luis Hernández) y sobre todo (pero no solo) de sus amigos y compañeros generacionales. Las breves palabras finales del propio autor remarcaron los aportes críticos de quienes le antecedieron, y dejó sentado que esta novela última era inicialmente parte de un proyecto más amplio que quedó subdividido en dos novelas: Aroma de gloria y Hienas en la niebla.
Mi amistad, desde los 80, con una de sus hijas, Isolda Morillo, me tentó a esta suerte de memoria y saludo, y a pesar de que todavía no he leído esta novela, sí lo he hecho con otras anteriores de este autor como El río que te ha de llevar (2000) y Aroma de gloria (2005), por lo cual sé que la cálida presentación (dando la contra al frío limensis) de Hienas… fue no solo merecida sino que quedará en la memoria de quienes asistimos a ella, y que felizmente Morillo ha sumado al complejo tema de la guerra civil de aquellos años (mis años formativos, por cierto) otra obra que, con calidad y maestría, aporta en esa zona de nuestra literatura escrita que no vive principalmente del oropel ni de los fuegos fatuos del marketin literario. Ni que se trata de aquellos autores que abordan sensibles temas como este, de la violencia política, más por un deseo de notoriedad que por una sincera preocupación por los destinos y rumbos del pueblo peruano.
El diálogo final que sostuve, off the record, con Antonio Gálvez Ronceros tuvo la chispa de recordar juntos su excelente cuento “Octubre”, donde un negro orina interminablemente en los caminos de un pueblo costeño, y ante la procesión del Cristo Crucificado: carnaval y carnaval. La velada la cerré (al menos en el auditorio mencionado) con los intercambios de teléfonos con el autor de Los ermitaños, y su curioso y amigable requerimiento de que lo llamase un día para obsequiarme un cuento policial suyo, publicado de forma reciente en una revista médica. Y que estaba trabajando en dos novelas próximas a salir, me dijo. Al final, esta foto con los Narración selló la noche con broche de oro. Oro por dentro. Oro por fuera. Narración y un pistolero del far best peruviano.