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Fuente: Librosperuanos.com
Enero, 2016
(*Texto leído en la presentación del libro y del autor en París, el año 2013)
He leído “El espanto enmudeció los sueños”, novela de Walter Lingán, cajamarquino nacido en San Miguel de Pallaques, con un sentimiento de descubrimiento y de placer que en un primer momento no supe bien identificar de donde surgía.
El contexto de la obra, el marco de la historia, eran atractivos. Los últimos treinta años de la historia del Perú sobrevolados con rapidez vertiginosa y observados con ojos de ave acuciosa, son una cantera fascinante, un buen material para sustentar no sólo este libro sino los muchos que se han escrito y escribirán aún sobre el periodo.
¿Qué me daba de nuevo la novela de mi paisano? Progresando en mi lectura he procurado anotar las impresiones que me ha causado en tanto que lector y colega.
Un lenguaje llano, excesivamente llano en un mundo en el que la tendencia de los escritores es hacer alarde de las maromas técnicas de las que son capaces, era en sí sorprendente, pero no bastaba para justificar lo que me atraía y gustaba de la forma de contar de Lingán. Había otra cosa.
La llaneza escondía una cierta complejidad, ya que una serie de elementos casi invisibles, pero incorporados con discreta habilidad, como el habla popular, los datos históricos, la interpretación sociológica, la percepción ideológica, estaban presentes, trenzados con habilidad para terminar siendo crónica, retrato colectivo y tumultuoso de un tiempo del que hemos participado muchos y que vemos restituido de modo creativo.
Este lenguaje no se limita al juego referencial y chato de lo visto y vivido sino que nos llega envuelto en una emoción y en cierto lirismo que no sólo evidencia la música de la prosa sino que viene con la permanente referencia a la música y a un sentimiento raigal.
Al llegar a este punto me di cuenta la enorme presencia que tiene en el relato del narrador su deuda con los poetas. Y allí se me hizo la luz. Pero claro, Lingán, pertenece a una familia de la lírica peruana y, consciente o inconscientemente, lo ha querido evidenciar con este libro. Su novela está en diálogo con los poetas de combate que el Perú prohija, y su más cercano interlocutor es sin duda, Cesáreo Martínez, el entrañable Chacho.
Tenemos entonces una novela que se pretende crónica ficcional, que informa al lector, y tal vez al autor mismo, de cómo fueron las cosas que nos han llevado al presente, de todo lo que hay que asumir y tatuar la memoria, para mejor encarar lo que se viene, pero que además es un canto en el que late la solidaridad y la rebeldía para dar fuerzas.
En el relato, poblado sobre de la voz del narrador, desfilan algunos personajes, no muy corpóreos pero sí intensos, como el padre fugaz, la madre enferma pero con una sobrehumana fuerza, la amada, los amigos, y hasta los tiranos que nos han podrido la vida a los peruanos, para componer todos el coro con el que el cronista teje su historia.
Un libro cargado de apreciaciones políticas e ideológicas, que por ello mismo roza siempre el precipicio de lo enfático, de lo reductor, pero que finalmente siempre sale de la trampa porque nos instala en ese sentimiento genuino que sólo dan los relatos verdaderos: sí, así fueron las cosas, o, al menos, así es como las veíamos.
El narrador ha encontrado en lo coloquial las fórmulas precisas que lo hacen convincente, que la única virtud que se le debe exigir a un contador de historias. Los escritores cajamarquinos, que no estamos ajochados por los fosos culturales que crean la multiculturalidad en otros lugares del Perú, también tenemos nuestros propios problemas expresivos para aprehender la realidad.
Walter Lingán hace apenas de alguna concesión y en general se esfuerza por darnos su versión con una prosa tersa y eficaz y convincente, que el lector al final agradece.
He leído el libro de Walter con un sentimiento de descubrimiento que he querido compartir con ustedes. Es difícil que un escritor coterráneo y contemporáneo lo sorprenda a alguien que lleva ya años en la batalla como yo. Walter no sólo ha hecho esto sino que me ha mostrado que el camino de la creatividad en nuestras tierras no sólo está lleno de promesas sino que estas promesas son cumplidas.
Gracias.
Alfredo Pita