Por Francisco Garzón Céspedes
Fuente: Cátedra Iberoamericana Itinerante de Narración Oral Escénica (CIINOE)
México, 2010
–¿Cuál es su personal definición del teatro como arte? No de la escena en general, sino del teatro en específico. Del teatro en tanto que representación, espectáculo…
El teatro, la verdad… yo no podría definirlo.
Para mí está entre oficio de saltimbanquis y ladrones.
Ladrones de los que te roban el sueño y te cambian tus monedas de oro y plata... las de plata valen más diría Federico García Lorca, que sabía mucho de estas cosas y prefirió sus monedas de plata a todos los tesoros del mundo... Y claro que valen más, ¿no es cierto?
Tienen esas monedas el tinte secreto de la luna donde están los conejos que pasan apresurados por los jardines mirando sus relojes.
Este oficio llamarlo arte. Arte de birbiloque tal vez.
El teatro en específico. “Específico”, la palabra… Sé sí que a la gente le gusta mucho ver a uno o a varios tontos ponerse allí digamos... sobre unas maderas... o permitiéndoles hacer un círculo y dale; esos que se ponen al medio se creen graciosos, o qué sé yo, pero presumen que los otros, los que los miran embobados, están ahí porque ellos, los de adentro del círculo o los subidos a las tablas tienen algo que decirles.
A la gente, no le importa; a veces, esos que se han robado la atención de los otros, los engañan tan bien que los otros ríen y lloran como ellos quieren.
Ah, bien, si se dice que eso es arte, yo no lo voy a discutir. Pero como yo más veces he estado de este lado del medio y encima, jamás había sentido que esto era otra cosa que aprovechar un tiempo para decirse cosas, un tiempo que de otra manera se habría ido haciendo tareas difíciles, frunciendo el ceño, robando bancos o planeando invasiones y guerras.
Ah, si esto es arte me van a perdonar, porque tanto tiempo haciéndolo y la verdad que no me juzgaba capaz de hacer tal cosa.
¡Arte!
A mí me hablaron temprano del arte de hacer buñuelos.
¿Así que inventar fantasías y darlas por verdades es un arte?
¿Y espectáculo también?
Ahora andan diciendo “show” y a todo le meten ruido, máquinas y luces.
¿Qué hay del silencio... de la ausencia de ruidos, de la querida e intrigante oscuridad?
Teatro... rómpete corazón... rómpete...
–¿Por qué escribe dramaturgia?
Escribo para el teatro desde que me acuerdo que escribo.
Intenté también una novela sobre la vida de mi madre que era un novelón de cuarta por entregas y todo, me acuerdo que lo escribía metiéndome debajo de la mesa del comedor que era muy cómoda para esconderse y tener oficina privada, escribía con “lapicero de tinta mojada”, ah y los poemas… que hay veces que se me quedaban entre las páginas de los cuadernos del colegio, en la maleta, y hay veces también que no guardaba la maleta y entonces mi hermana mayor que venía de la calle y se iba a la cama más tarde que yo, pescaba y encontraba los versos y vaya que una ira santa me agarraba por las mañanas con juramentos cabalísticos y todo.
Pero dramas para el teatro así como quien dice formales, los fui conociendo antes de empezar yo a escribirlos.
Resulta que los criollos peruanos somos muy graciosos, la gruesa mayoría no pertenece a ninguna parte y pertenece en raíces al mundo.
Vivir y nacer cerca a la capital de la república peruana, en la Provincia Constitucional y Primer Puerto del país llamado el Callao, te da sin que tú puedas evitarlo, características particulares.
Sobre todo a esas generaciones que como yo nacieron antes de 1941, antes que se produjera la migración de sierra y selva a la costa.
Resulta que en el Callao vinieron a conseguir una “nueva vida” muchos inmigrantes italianos y por ende la música que se oía y cantaba, las comidas que se comían, y hasta los sueños y las fiestas patronales tenían un corte “bachiche” como les decían por acá. Y claro, éramos porteños, y qué país está más cerca de Italia que Argentina, entonces las películas que veíamos en los cines Porteño, Gardel, Badell, eran argentinas. Creo que mi tiempo estuvo marcado por un auge de las películas de la época de oro del cine argentino, nombres como el de Tita Merello, Carlitos Gardel, Laura Hidalgo, Santiago Gómez Cou, Narciso Ibáñez Menta, Mecha Ortiz, Floren del Bene, aunque fuésemos niños eran muy cercanos en nuestros imaginarios. Las hermanas mayores nos llevaban al cine, no había otra diversión de ese tipo, nos compraban un adoquín de hielo con leche y no había gloria más grande en el verano. Y sin adoquín, claro, también en el invierno.
Y el cine para mí fue la primera puerta para el teatro.
Pero antes de eso retrocedamos un poco, a 1937, cuando cumplía dos años y por no tener con quién dejarme mi hermana me tenía que llevar a su colegio.
Aparte del cine argentino que era el principal teníamos también las películas de Nelson Eddie y Diana Durbin, comedias musicales románticas de Norteamérica. Y en las cuales mi hermana, no la inmediata superior a mí, sino la mayor, la que me revisaba la maleta buscando mi vena literaria, que tenía una muy linda voz, con sus amigas hacía “opera” con La donna e mobile y otras tantas tragedias cantadas.
Pero volvamos a mí… Lupe Vélez era una linda mexicana que cantaba y hacía películas para Hollywood, y no sé quién me hizo aprender o yo lo aprendí porque quise, esta canción, que ya no recuerdo entera, pero miren ustedes que versos edificantes cantaba yo a mis dos años de edad y para el público del colegio:
“Chunga, para acá, chunga para allá, ay las olas que vienen y van...
Me dicen que soy bonita, yo no sé porqué será, si alguno tiene
la culpa que le pregunten a mi papá...
Mi hamaca es de pura seda, y está bajo de un palmar
Más no te hagas ilusiones que en ella duermen papá y mamá...”
Dos años, y cantando yo y bailando. Seguramente ahí fue que aprendí lo que son las felicitaciones y los aplausos, a tal punto que me he olvidado de muchas cosas que han pasado en mi vida, pero de la letra de la canción y su tonada, que lamento no poder agregar por escrito, de eso nunca me olvidé.
Como decía, éramos argentinos en el Callao y no solo por las películas de su cine, además nos nutríamos de la revista Billiken, la colección de cuentos Marujita con sus tapitas rojas que te hacían soñar con los relatos que venían adentro ya desde que los veías expuestos en la librería del señor y la señora Pontolillo, dos viejecitos de cabeza blanca muy bonitos que parecían ellos mismos los enanitos jardineros. Así como Billiken, cuando fui creciendo me nutrió en la novela Intervalo, Leoplán, ambos argentinos. En los “chistes” que en España llaman “tebeos”, teníamos la historia de un lindo indiecito llamado Patoruzito.
Y entonces con todo esto cuando ya lejos del Callao geográficamente, en La Victoria, me encontré más cercana a la Biblioteca Nacional allí empiezo un romance definitivo: mi encuentro con Anton Chejov...
Aquí me detengo un rato porque son demasiados recuerdos para una sola tarde, por eso cada página quiero que tenga su tiempo y no puedo dejar de recordar a nuestro poeta César Vallejo, porque esta tarde “es invierno en Lima, llueve y no tengo ganas de vivir corazón”.
Es sólo porque a los peruanos cuando nos vienen los recuerdos, sean tristes o alegres, Vallejo nos suena en la cabeza con su compás melódico como el tañer de las campanas.
Porque sí, hoy es invierno en Lima, donde muy rara vez llueve a lo más una garúa tímida y generosa en humedad y yo con 74 años ya desmenuzados tengo muchas ganas de vivir corazón.
¿Cuándo vio una representación teatral profesional por primera vez? ¿Dónde, cuál? ¿Para adultos o para niñas y niños? ¿Por qué asistió? ¿Tuvo una relevancia especial para usted?
Profesional, profesional de a verdad creo que a los 21 años.
Yo había hecho teatro, y radioteatro en el colegio muy temprano y lo hacíamos con toda la convicción “profesional”.
Si entendemos profesional por la gente que vive de aquello en lo que se desempeña, por aquí en mi patria los dedos de la mano son muchos para contar cuántos teatros te permiten vivir de aquello.
Pero para no perderme más, la respuesta debe ser a partir de los 21 años.
–¿Cuál es la obra de teatro cuya lectura más le ha impresionado? ¿Por qué? ¿Cuándo leyó teatro por primera vez y que recuerda al respecto?
No podría decir una.
La primera obra que leí fue aquella que en cuarto de primaria me dio mi maestra para trabajarla y tener un papel en ella, y la verdad sigo recordándola muy principalmente.
Después han venido Electra de Sófocles; todo Chejov en piezas teatrales; Esperando a Godot; La Hermosa Gente de Saroyan; Sabor a Miel y algunas mías que me han hecho patalear. Si tengo que ser sincera todas las obras de teatro me mueven mucho sea que me parezcan buenas o malísimas, no puedo quedarme indiferente. La verdad que no veo ni leo casi otra cosa.
–¿Cuál es la representación específicamente teatral (no escénica en general, no de pantomima o danza o…) que más le ha fascinado? ¿Por qué?
Digamos que tengo mala memoria, pero como amo el teatro de Brecht, y para hacerlo se requieren bastantes recursos técnicos recuerdo especialmente Arturo Ui, que vi en Paris por Jean Vilar; la Ópera de Mahagonny, en Londres, por la Compañía Saddlers and Wells; La ópera de dos centavos, por el Berliner en Berlín; y allí también entra la última Madre Coraje que arriesgó Meryl Streep, más que por el montaje por la actitud de ella el día que hubo tormenta y la pieza se daba en el Teatro de la Corte, en el Central Park, y ellos, las actrices y los actores, esperaron más de treinta minutos a que pasara la lluvia y de todas maneras hicieron la función, parte del público se tuvo que ir, las entradas eran de las gratuitas que se reparten a la cola que se hace el día anterior (una creación de Joe Papps) y no tenían otro compromiso que decirnos: “Señores váyanse a su casa esta noche se suspende...” No, la función se dio. Ese profesionalismo (para mí era la segunda vez que iba a ver la obra), ese amor es lo que busco en el teatro y solo lo puede dar el teatro.
–Si tuviera que indicar siete puntos indispensables a los que debe responder como arte una obra dramatúrgica, ¿cuáles señalaría?
Sin querer he respondido un poco arriba. Ahora bien, si la obra para la que tengo que señalar varios puntos es para responder como autora de teatro, señalaría: que signifique algo; que no aburra; que divierta en el sentido que Brecht daba al verbo “divertir” pensar-modificar-pesar…
–¿Cómo describiría los pasos más presentes en su proceso creador de una obra dramatúrgica? ¿Método de creación?
Primero sentir. Hay una canción creo que es una salsa un son, no sé bien y dice: “Para componer un son, hay que tener un motivo...” Para mí sin ese punto de partida no hay obra. Reflexionar. Investigar. Entrar claramente en el asunto que deseo exponer.
–En cuanto a su trabajo dramatúrgico: ¿Privilegia la categoría dramática o la humorística? Y de los géneros teatrales: ¿Cuál prefiere? En los dos casos: ¿Por qué? ¿Cree que su obra se enmarca en un estilo o en varios estilos determinados?
Hacer reír es más difícil. Inevitablemente y sin proponérmelo recurro a la ironía, pero no tengo lo que se llamaba o se llama una bis cómica.
Podría decir que no me fijo mucho en las categorías de dramático o cómico, cuando era aún muy joven y escribí mi segunda pequeña pieza teatral cuyos protagonistas eran dos payasos terminé con esta frase en la que sigo creyendo:
“No hay nada más cómico que las situaciones trágicas.”
Mi obra normalmente refleja o quiere reflejar lo común, lo cotidiano, entonces es un poco de todo y nada.
–¿Cuál es su postura frente a un director que desea dirigir una de sus obras? ¿Espera que el texto de principio a fin, sus características esenciales y sus intenciones más expresas sean respetados en su totalidad?
Mi primera postura es de satisfacción porque es lindo que alguien te pida tu obra, que a veces la entienda y la ame más que tú, y sucede.
Me encanta dar total libertad. Sólo si me lo piden, y al final, acepto ir a los ensayos, he visto obras mías puestas de modo que no me han “gustado” con otras ideas, pero las disfruto igual.
–¿Qué clase de crítica desearía recibir respecto a su creación dramatúrgica? ¿Considera que es la que usted en lo fundamental ejerce, en público o con usted a solas, al valorar la obra de otro? ¿Qué le gustaría expresar del público? ¿Qué le gustaría expresarle al público teatral? ¿Y a los lectores de dramaturgia?
Una crítica sincera y bien fundamentada porque así algo se aprende.
Por lo menos es lo que pretendo cuando me toca hacer la crítica: colaborar en algo. Colaborar con el teatro señalando lo que a mi juicio se puede mejorar, cortar, volver a plantear. En general no sé disimular cuando una puesta me ha parecido mala, a tal punto que tengo reputación de “sincera” o para otros de “mala” y me dicen ven, ven a darnos de palos. Y les gusta a juzgar por lo que me invitan.
–Si tuviera que formular un reclamo para argumentar la necesidad del teatro en la vida humana, ¿qué sería lo esencial que expresaría?
Que no tiene reemplazo.
Es sentarse alrededor de uno mismo y oír a los otros hablar de la vida.
Sea como sea el teatro trata de lo “humano”, así la pieza sea de extraterrestres que visitan la tierra que ha quedado vacía después de una inmensa explosión nuclear y hasta las cucarachas han desaparecido buscaremos allí la figura del ser humano, su ausencia, pero no hay pierde siempre trata el teatro sobre nosotros mismos.
Ángeles escapados, rebeldes, marionetas, científicos locos, títeres, lo que gustéis siempre estaremos hablando de lo mismo.
Estas preguntas son demasiado para mi pobre cabeza.
¿Quién ha tenido la loca idea de creer que los teatreros podemos reflexionar tanto sobre un oficio de cómicos y trashumantes, es que ya no se acuerdan que las puertas de las murallas se cerraban para nosotros?
¿Qué hace un teatrero pensando?
¡Vamos, vamos que ese es oficio de filósofos y científicos nosotros aún por aquí por estas conquistadas tierras de indios repetimos el viejo refrán español que dice: “A letra sabida no hay actor malo.”
Y si quieren que les diga la verdad, por la forma en que vino el teatro a mi vida yo no sé hacer diferencia entre: actor, actriz, cómico, traspunte, autor, boletero, dramaturgo, jefe de escena, apuntador, muchacho de mandados, luminotécnico, sonidista… Cuando se trabaja de a verdad con la gente que se entrega como se debe, es en vano que el primer actor imagine que sólo él es imprescindible, los demás sonreirán con ternura o picardía pensando, ay, si yo me olvidó de hacer esa pequeña tarea que me han encomendado!!!!
Y verdad que una pieza puede irse completamente al diablo por el error del más insignificante de los partiquinos.
Y si no me creen vayan a preguntarle al Otelo aquel que tuvo que matar a Desdémona de un disparo, o reemplazar el pañuelo por una servilleta, vamos que la frase la dijo hace muchísimos años alguien que sabía por supuesto muchísimo más que yo de teatro, Konstantin Stanislavsky: “No hay papeles pequeños solo hay actores pequeños.”
Usamos la palabra “actores” para señalar no únicamente a quien sube al escenario sino a todos y cada uno de los que están involucrados en darle vida a la puesta en escena.
Reflexionando desde afuera, eso sí, y usando la palabra actores para los que representan en el escenario y todo el grueso de técnicos, barredores, boleteros, músicos ejecutantes y en fin los que definen en esas horas privilegiadas el contacto con el público, pienso que esa labor es la más importante dentro del teatro.
El autor tiene el privilegio de entregar su producción, confiarla a quien juzga tan o más capacitado que si mismo para que su obra se desarrolle en el escenario, pero puede no estar, puede olvidarse incluso en un avión rumbo a otro compromiso, pero los ejecutantes son todos héroes cada noche, cada vez, cada minuto, segundo, milésima de segundo hasta que se ha extinguido el último aplauso.
No está nada definido. La misma obra tan linda hoy, por una pequeña bombilla que explote en el escenario puede irse a pique.
Recuerdo cuando tiraban las bombas aquí en mi ciudad, haber estado viendo una pieza de teatro, en un local pequeño y de pronto sentimos como si por debajo de los asientos resonaran truenos. El actor que estaba en escena también fue conmovido, pero pasado el pequeño malestar de la sorpresa, pudo atreverse a seguir con sus parlamentos y el público dócil a su voz, permaneció en sus asientos, continúo la obra y luego, cuando salimos se pudo entrar a la realidad real al pie de los escombros que habían removido un edificio muy cercano.
No es la misma posibilidad, la fragilidad de una obra de teatro, su etérea y recia condición “virtual”, ¿podemos usar esta palabrita de moda?
Virtual y real, ésa es la rara y específica condición, virtud y maravilla del teatro.
Y ya no digo más.
No puedo.
¡Vamos a escena todos... lo demás es silencio... buenas noches!