Por José Vadillo Vila
Fuente: El Peruano, Lima 10/03/09
http://www.elperuano.com.pe/edc/2009/03/10/cul6.asp
El primer recuerdo que tenía de él mismo es que se trató de un recién nacido feo, que abrió los ojos en Barranco. Hijo y nieto de dos hombres que se llamaron como él, José Antonio del Busto (1932-2006) descubrió su “dormida vocación de historiador” en los almuerzos, cuando su mamá le contaba la Historia del Perú, de Rosay, para que él, flaco hasta la preocupación, se entretenga y coma frijoles con arroz.
José Antonio del Busto Duthurburu dio forma a las 329 páginas de Memorias de un historiador (Fondo Editorial de la PUCP, 2008) en su pequeño fundo Suyarina Huasi, en Pachacámac. Su esposa, Teresa Guersi, se preocupaba de las plantas y él se recuperaba de las quimioterapias.
Consciente que “todo, salvo la divinidad, tiene un principio y un final”, el historiador se dedicó a escribir sus memorias motivado por sus amigos y familiares, tomando algunos pasajes de su vida, resumiendo otros.
Del Busto, quien vivió los cuatro terremotos que soportó Barranco en el siglo XX (1940, 1966, 1970 y 1974) y “me preció de conocer a mi país y a sus habitantes”, hace un repaso desde su descubrimiento de los placeres de la lectura, en la educación primaria; su creciente “aversión por las matemáticas” e interés en estudiar el Génesis en la secundaria.
Cuenta su amor por la tauromaquia; que en colegio San Luis de los Maristas no sobresalía y que con dudas su padre lo dejó postular a la universidad Católica, donde ingresó ese 1951 para forjarse como abogado, pero en el camino volvió su inclinación por la historia y se metió al seminario de Historia del instituto Riva-Agüero, ahí definió su vida.
Escrito sobriamente, directo en cada palabra, Del Busto, especialista en la historia del siglo XVI, describe sus dos viajes a España (el primero de 1953 a 1955), sus años en la universidad Católica, donde conoció también a su esposa, Teresa Guersi, (“Siempre pensé en casarme, nunca en morir soltero”), y con la que tuvo cuatro hijas, “sanas, inteligentes, de arregladas costumbres”.
Están sus viajes a la Oceanía a bordo del crucero de verano de la Armada, ese año de 1967, el que hizo en 1977 recorriendo parte de la ruta de Francisco de Orellana por el río Amazonas, y su visita, en 1988 a la Antártica a bordo del Humboldt.
Entre los múltiples trabajos que tuvo, fue dos años director del Instituto Nacional de Cultura (1982-1983), con su sinceridad de siempre explica que le propusieron para ser ministro de “ducación, director del diario El Comercio, pero no era lo suyo, y los rechazó.
Del Busto conoció a los presidentes Bustamente y Rivero, Odría, Belaunde, García, Toledo, Fujimori. “A todos traté y en mucho los admiré, pero siempre entendí que yo distaba de ser político”. Es que para el maestro lo suyo fue la investigación, “y puse a la investigación al servicio de mi país y de mis compatriotas”.
Fue víctima del terrorismo en 1996, cuando fue uno de los rehenes en la residencia del embajador del Japón en el Perú. Y cuenta que entre sus frustraciones estaban la de no haber tenido un hijo varón (“me habría realizado más completamente”) y que, pese a haber escrito más de cincuenta libros dedicados a estudiar el Perú, nunca consiguió el título de Amauta que siempre ambicionó, no haber llegado a la China o haber participado en la expedición Kon Tiki ni en 1947 ni en 2006. El pensamiento de Del Busto queda derramado en cada página.
Pensamiento Del Busto
Formación. “Dos cosas me enseño la universidad Católica que constituyeron verdaderos pilares en mi formación: el Perú esencial –el Perú como Patria, Nación y Estado– y el mestizaje peruano en su doble faceta: racial o biológica y cultural o espiritual.”
Maestro. “Algunos me han llamado y siguen llamado Maestro. Generoso error. Nunca lo he sido. Para ser Maestro se requiere tener discípulos y yo no dejo ninguno. Soy profesor. Eso sí, he tenido más de cinco mil alumnos y están por todo el Perú.”
Soledad. “Mi amor a la soledad me hacía un tanto ajeno a la consecución de amigos, de seguidores y de admiradores.”
Enseñanza. “No deseaba alumnos pasivos ni quejumbrosos. Quería sacar hombres de combate.”
Matrimonio. “Mi matrimonio fue un acierto. No significó la felicidad absoluta, porque eso no es humano, pero sí un acierto vivencial. Tanto que si tuviera que volver a casarme, lo haría nuevamente con Teresa.”
Dios. “Para mi cerebro, Dios es el origen y el centro de todo.”
Senectud. “Ser viejo es ingresar a la senectud y la senectud es la declinación de la vida. El viejo no puede hacer, pero sabe valorar. (...) Vejez no es sinónimo de triste, también existe la alegría de la senectud.”