Por Enrique Planas
Fuente: El Comercio, Lima 04/01/08
http://www.elcomercio.com.pe/edicionimpresa/Html/2008-01-04/un-pais-brujos-y-hechizados.html
Investigando en archivos judiciales de la jauja colonial, el historiador José Carlos de la Puente explora la peligrosa conexión entre la política y la brujería, asociación ilícita que sobrevive actualmente un libro sobre batallas mágicas y legales para conservar el poder.
A mediados del siglo XVII, el curandero jaujino Juan Cámac fue acusado y sentenciado. Su delito, la brujería. Era culpable de convertir al apóstol Santiago, en cuya imagen se apoyaba para sus curaciones, en un ídolo profano vestido de oro al que destinaba oraciones que invocaban tanto su nombre como al inca, al Apu o a la coca. Casos como este pueblan las páginas de "Los curacas hechiceros de Jauja: batallas mágicas y legales en el Perú colonial", libro del joven historiador José Carlos de la Puente Luna recientemente publicado por el Fondo Editorial de la Universidad Católica.
Así, De la Puente analiza cómo estas acusaciones de hechicería esconden cruentas luchas por el poder en el valle del Mantaro y cómo los curacas de entonces sabían valerse de la lucha contra los brujos y la extirpación de idolatrías para conquistar o conservar su poder. Curiosamente, como él reflexiona, la conexión entre política y brujería no ha variado demasiado en tres siglos. Puede que la figura histórica del cacique haya desaparecido, pero sus herederos contemporáneos practican, vistiendo saco y corbata, ritos parecidos.
¿Por qué creemos en la brujería como para que tenga tanto poder en el medio político?
La brujería le pone un rostro a nuestra mala suerte. Es decir, todos estamos sujetos a que, por condiciones ajenas a nosotros, caigan sobre nuestras espaldas una serie de desgracias: la muerte de la esposa de un curaca, la fuga de su heredero a Lima, la pérdida del poder, etc. Es mucho más sencillo controlar la angustia que la tragedia genera si le ponemos un rostro, si consideramos que lo que ha sucedido no es casualidad, sino producto de la brujería, de un mal deseado por nuestros enemigos. ¿Por qué creemos? Porque eso permite personalizar la desgracia y hacer algo contra ella. La respuesta, entonces, puede ser un contraataque mágico o una denuncia ante las autoridades eclesiásticas.
¿La hechicería es una forma de religiosidad prehispánica o se ha visto también transformada por la cultura española?
Las dos cosas. A diferencia de lo que podría ser una religión organizada desde arriba, ortodoxa y llena de dogmas, el mundo en el que nos movemos aquí es el de la cotidianidad. Muchos de los hechiceros del valle de Jauja en el siglo XVII recurrieron a todo lo que podía resultar efectivo para su trabajo, desde encontrar una vaca perdida o realizar un hechizo contra un rival político. Y en este quehacer incorporaron elementos, creencias, conjuros que vienen de muchas tradiciones. Pero, claro, las dos grandes fuentes para esta magia fueron las prácticas mágico-religiosas prehispánicas y el acervo de creencias populares llegadas de España.
¿Cómo descubre el tema de la conexión entre hechiceros y política?
El corazón de esta investigación son los expedientes de acusaciones de hechicería en los archivos locales de los pueblos del valle del Mantaro. Llegué a estos documentos porque estaba interesado en buscar información sobre las divinidades prehispánicas y los antiguos dioses de los huancas. Precisamente, me di cuenta de que eso casi no estaba presente. El del valle del Mantaro era un mundo que había cambiado radicalmente. Leyendo las acusaciones y los juicios me di cuenta de que todos compartían problemas de índole política. Los acusadores y acusados muchas veces eran parientes, vecinos o personas que estuvieron peleando por el poder diez o veinte años antes de lanzar una acusación de hechicería. Algunos de los curacas del valle eran hombres con muchísimos recursos, tierras, ganados, casas, molinos y, claro, destituir a un curaca implicaba probablemente que sus bienes fueran redistribuidos entre sus sucesores o sus demandantes.
Es curioso ver cómo hoy la brujería ha permanecido en las formas actuales de hacer política...
Por supuesto. Lo ves en todos los niveles de la sociedad peruana. La brujería y la política son temas inherentes al ser humano. ¡Qué cosa más universal que la intención de manipular las fuerzas de la naturaleza en favor nuestro! El libro muestra una realidad que, desde ese punto de vista, ha cambiado poco. Magistrados, alcaldes, representantes del Congreso siguen siendo clientes de brujos contemporáneos.
Fujimori era particularmente creyente en los brujos. ¿Mientras más débil es el Estado de derecho más fuerte es la presencia de la brujería?
Así es. Tiene que ver mucho con la precariedad del poder. Estos cacicazgos del valle del Mantaro en el siglo XVII funcionaban bajo esos parámetros. Al final, lo que demuestra el libro es la enorme fragilidad del poder. Uno podía ser un cacique nombrado por el rey, pero ello no lo salvaba de verse acusado de hechicería, asesinatos o envenenamientos. El poder es absolutamente inestable y frágil. Y, por eso, cuando descubres alguna de estas historias de políticos y brujos, lo que encuentras detrás es el deseo de saber cuánto más tiempo seguirán en el Gobierno o quiénes están en contra de él, quiénes confabulan a sus espaldas. Y eso no ha cambiado nada en la política actual.