Por Mauricio Piscoya
Fuente: El Comercio, Lima 30 de Octubre del 2011
http://elcomercio.pe/impresa/notas/silencio-haijin/20111030/1325645
Elegía por la muerte del poeta, musicólogo, promotor cultural y profesor universitario Alfonso Cisneros Cox (1953-2011).
La muerte de un amigo nos empobrece. Más aun si compartíamos cosas extrañas: la poesía oriental (Alfono era un haijin, un autor de haikus), la música clásica, esos otros rostros que Dios elige para mostrarse a los solitarios, a los incrédulos. Cuando a fines de 1994 me presentaron a Alfonso en aquella agencia de publicidad donde trabajamos juntos por unos meses, sentimos el gozo de quien encuentra a un compatriota en tierra extraña. Desde entonces, cada cierto tiempo, nos reuníamos en su casa o él me visitaba para afinar versos, libar con mesura, mientras nos embriagábamos con Sibelius, Brahms o música antigua. Su precoz cabellera blanca contribuía a que luciera más sabio, a distinguirlo más fácilmente de la mayoría. Había una melancólica aristocracia en su porte, la tristeza de alguien sabedor de que sus propias virtudes son su castigo. Amaba la guitarra, instrumento que hasta el final lo sedujo, aunque nunca realizara su viejo sueño de ser un concertista.
LOS HAIKUS
Escribió poesía tradicional desde joven; pero, cuando conoció el haiku e hizo amistad con Javier Sologuren, todo en su escritura parecía aspirar a esa breve y oriental forma lírica que predica el gusto por lo esencial, por la sutileza. Incluso viajó al Japón, y nunca lo olvidaré decir que durante sus viajes, mientras turistas convencionales fatigaban los disparadores de sus cámaras, afanoso, él se aplicaba a escribir haikus para capturar el instante. Alfonso publicó más de diez poemarios, apareció en antologías del haiku en inglés y japonés, y hasta me contó que en Grecia algún extraño había publicado por Internet sus haikus como propios.
LIENZO
Su pasión por promover la cultura y el arte era inagotable. Como profesor de Apreciación Musical y de Estética en la Universidad de Lima, y como director y fundador de la prestigiosa revista de arte y ensayo “Lienzo” de la misma entidad, desplegó al máximo sus talentos, pues sentía que era parte de su destino y que solo así era posible elevarse por sobre la cotidiana miseria.
No obstante, también era consciente de sus limitaciones, de su constante insatisfacción, y alguna vez, con unas copas de más, lo vi dejar de lado su natural estoicismo para lamentarse por no haber amado mejor, por no conseguir un mayor logro literario o por no poder comunicar a sus alumnos, como él quería, su interés por la música.
EL FINAL
Lo acompañé cuanto pude en esa larga y triste agonía ocasionada por su enfermedad. Por momentos, se me ocurría que, aunque inerte en su lecho, podía sobrevivir así indefinidamente, burlar lo inevitable. Gracias a su resistencia física y también a Verónica, su última compañera, esto parecía posible. Pero la muerte no quiso esperar más por él. El 11 de octubre, pocos días antes de su partida, lo visité por última vez en su miraflorino departamento.
Más delgado que nunca, de sí mismo apenas era un eco. Le debo mucho y le agradezco. No era perfecto, pero, si algo hizo mal, ya no me acuerdo. “Entre la niebla/ viaja una ola/ que nadie ve”, escribiste. En ella te alejas, Alfonso, hacia la sugerencia, hacia el misterio.