Por Leopoldo Chiappo
Fuente: Domingo 21 de Marzo del 2010
http://elcomercio.pe/impresa/notas/esencia-disciplina/20100321/449804
En memoria. El recientemente desaparecido humanista Leopoldo Chiappo publicó hace cincuenta años (*) en este suplemento una reflexión sobre las relaciones entre disciplina y cultura. Aquí un fragmento.
[...] Entendida, pues, la cultura como formación de la personalidad y revelación incorporada de la espiritualidad en la vida de uno mismo, la disciplina aparece como instrumento privilegiado para cultivarse. Disciplina tiene su procedencia latina en discere, aprender, y en cuanto tal difiere del aprendizaje como domesticación coactiva y rutinaria a que es susceptible el animal, así como del aprendizaje teórico e insustancial propio de la seudocultura.
La disciplina es discere o aprendizaje como incorporación de modelos de comportamiento pletóricos de sentido espiritual, lo cual hace de la disciplina un modo esencial de cultivarse, es decir, de devenir hombre culto. Disciplina y cultura auténtica se identifican, y en esta identificación que implica libertad y realización de valores superiores radica la esencia de la disciplina como cultura.
Es significativo que el instrumento que antiguamente se llamaba disciplina y que se usaba en los claustros como medio de castigo —San Cesáreo de Arles introdujo en 508 el uso de la disciplina para monjes indóciles— fuese un látigo con cuerdas llenas de nudos hecho de tiras de pergamino retorcidas. Es significativo, pues el pergamino ha sido vehículo material de cultura como sustrato de la palabra escrita y, haciéndolo tiras, es decir, volviéndolo inutilizable como instrumento de cultura, se ha convertido en disciplina, instrumento coactivo.
Pero es preciso rescatar la esencia de la disciplina y elevarla a su nivel de modo selecto de vida, que implica libertad y autodominio. Una máquina o un animal no pueden ser indisciplinados. La disciplina no debe ser un aparato ciego manejable arbitraria y astutamente para satisfacer apetitos de poder; la disciplina entraña acatamiento a un orden legal, incorporación viva de un modo de comportamiento que mantiene erectos a las instituciones y a los individuos. La disciplina es así un sistema vertebral, que nos hace verdaderos vertebrados espirituales, muy diferentes de los seres seudodisciplinados, crustáceos invertebrados, duros y rígidos en la superficie, blandos e inconsistentes por dentro, enfáticos en el ademán disciplinario pero interiormente vulnerables a la seducción de los apetitos subalternos, aunque ello conlleve destrucción de normas y leyes.
La seudodisciplina es vestidura de cemento blanqueado, imposición extrínseca que origina escapes y evasiones desatinadas que psicológicamente explican, por ejemplo, la embriaguez, sea de alcohol o de ambición desenfrenada. La disciplina auténtica es cultura en cuanto implica integración jerárquica de la personalidad y de la institución.
La disciplina militar bien entendida es forma de cultura cuyas benéficas consecuencias palpamos, por ejemplo, aquí en el Perú, cuando el soldado de la tropa, inerte y analfabeto al comienzo, logra transformarse gracias al régimen institucional, en hombre activo y responsable, disciplinado. Ello nos muestra cómo la disciplina institucional constituye escuela viva de cultura. La disciplina en último análisis, aunque utilice procedimientos coactivos, se funda en el ascendiente y prestigio de la autoridad, que consiste en serlo consigo mismo en primer término.
[*] El Dominical, 1 de enero de 1960.