¿Los incas se autodestruyeron?
Por Jorge Paredes
Fuente: El Dominical de El Comercio, Lima, 19 de agosto de 2007
http://www.elcomercio.com.pe/edicionimpresa/Html/2007-08-18/imecdominical0771897.html
Editado en Panamá, el libro Autodestrucción de los incas de Mario Castro Arenas, todavía no llega a Lima (¿Alguna editorial se anima?) y ya levanta polémica: la hipótesis es que el sistema político del reino más importante de América del sur ya sucumbía antes de que las huestes de Pizarro pusieran sus pies en Cajamarca.
Entre la polémica y la historia, Mario Castro Arenas utiliza 334 páginas para sustentar una hipótesis que puede sonar lógica, pero resulta audaz: el imperio de los incas comenzó a desintegrarse mucho antes de la llegada de los españoles, por ende los sucesos de Cajamarca significaron algo así como el tiro de gracia de un sistema que ya estaba en franca decadencia. ¿Mito o verdad?.
Las fuentes que nos han llevado a reconstruir la historia de los incas han sido mayormente interpretaciones hechas por los cronistas hispanos y mestizos de la época colonial, lo cual se ha visto complementado recién en el siglo XX con los hallazgos arqueológicos, el estudio de documentos paralelos a las crónicas, y la etnohistoria.
Entre los principales cronistas está obviamente Garcilaso, cuya visión del imperio ha sido puesta en duda por algunos investigadores contemporáneos sobre todo porque la evocación que hace de sus ancestros maternos en Comentarios reales está cargada de un tono idílico, tanto para ensalzar el poder civilizatorio de los cusqueños sobre otros pueblos andinos, como para justificar la cruzada evangelizadora de la Conquista.
Incluso muchos opinan que su valor es más literario que histórico. Autodestrucción de los incas (Universal Books. Panamá, 2007) va en esa línea, y se recuesta en los relatos de otros cronistas que difieren con Garcilaso en más de un aspecto, como Cieza de León, Cabello Valboa y Pedro Sarmiento de Gamboa, este último es citado continuamente por Mario Castro Arenas para postular que las luchas intestinas en el imperio se dieron desde mucho antes de la famosa guerra civil entre Huáscar y Atahualpa, y que fueron agitadas más bien por "la disfunción generalizada del sistema de dominación creado por los quechuas (.) una elite endogámica fuertemente centralizada".
Con esto, el autor desvirtúa la idea de que los incas se hayan expandido a través de alianzas con los señoríos y reinos conquistados por medio de la reciprocidad de tierras y pactos matrimoniales, sino que lo hicieron en medio de rebeliones continuas y de una dominación a veces implacable y feroz.
Castro Arenas no niega que la versión de Sarmiento pudiese estar parcializada debido a que estaba amparada en el prejuicio del virrey Toledo, quien estaba convencido de la tiranía de los incas; sin embargo, el autor afirma que este cronista tuvo acceso a las fuentes orales de los ayllus fundadores del imperio, y que por eso su testimonio es confiable.
La historia pormenorizada que narra Autodestrucción de los incas, es la de una casta -la de los quechuas- salida probablemente del altiplano, luego de la eclosión de Tiahuanaco, que comenzó a expandirse lentamente por el valle del Cuzco, sometiendo a las etnias locales.
Según el autor la expansión de los quechuas recién se inició durante el mandato del quinto inca, Cápac Yupanqui, y no antes como había sugerido Garcilaso, pues hasta ese momento su poder todavía era amenazado por ayamarcas y guaillas.
Una casta, además, que siempre se vio sacudida por diversas intrigas entre sus miembros, debido a que no consiguió establecer una línea sucesoria clara, lo que siempre fue motivo de recelos, peleas, y cuando no de guerras internas.
Por ejemplo a la muerte de Sinchi Roca -narra Castro Arenas- debía sucederle su hijo "Mango Sacapa o Sapaca", pero su padre no lo consideró apto para el trono y prefirió a su hijo menor, Lloque Yupanqui. También es notorio el caso de Viracocha, a quien su padre, Yahuar Guaca, no quería como inca, "por su crueldad y mala inclinación" (p. 31), por lo que lo desterró a lejanas comarcas.
Castro Arenas lanza la idea de que en las campañas de expansión hacia el norte y el sur, en el último tercio del siglo XV, "deben explorarse las claves históricas y sociales de la autodesintegración del imperio incaico", (p. 123). Más adelante, sustenta esta afirmación de la siguiente manera: "Ya no se trata únicamente de la disputa de dos hermanos (Huáscar y Atahualpa) por el monopolio personal del imperio.
En primer término, podríamos detenernos en el análisis de la crisis incubada por el distanciamiento progresivo entre el centro, el Cuzco, y la periferia, los territorios conquistados de Pachacutic a Huayna Capac.
La prevalencia política y administrativa del Cuzco como axis mundi, como centro de poder, empezó a crujir con la conquista de los reinos norteños y la estada cada vez más prolongada de los incas Túpac Yupangui y Huayna Capac en los nuevos dominios territoriales y marítimos del norte, y en menor escala del sur. Los incas sintieron la atracción por lo desconocido y exótico que Alejandro Magno percibió en su avance por Persia y la India y los cónsules romanos por Egipto", (p. 144).
¿Fue esta obsesión la perdición de los herederos de Huayna Cápac? Castro Arenas califica a Huáscar de monarca despótico e insensato y a Atahualpa de codicioso, y que ambos se lanzaron en una campaña de exterminio y autodestrucción, que hizo que los reinos norteños apoyaran decididamente a los españoles, pensando más en su liberación del yugo inca, que en el sostenimiento del Tawantinsuyo.
Autodestrucción de los incas es un libro que nos hunde más en las conjeturas del pasado, y que trata de encontrar respuestas del porqué un estado que llegó a dominar gran parte de América del Sur pudo sucumbir ante un grupo de españoles osados, ambiciosos y guerreros.
La respuesta de Castro Arenas es que el estado inca hizo implosión desde adentro por las ansias expansionistas de sus soberanos, que hicieron perder hegemonía al Cuzco como ombligo del mundo, y crearon a la vez insalvables fisuras regionales.
REACCIONES
María Rostworowski. Historiadora
Esa discusión sobre la autodestrucción de los incas no tiene sustento. Sencillamente, lo que pasaba entre Huáscar y Atahualpa era una lucha por el poder del estado inca. Aquí no hubo ninguna ley de herencia ni de primogenitura como ocurría en Europa.
Eso fue lo que dijeron los cronistas porque estaban imbuidos de las ideas europeas. Lo que ocurría era que el poder recaía en el más hábil y competente, y en la sucesión ocurrían peleas, guerras, asesinatos y rituales.
Cuando las huestes de Pizarro llegaron se estaba produciendo esta lucha interna por el poder. Atahualpa al inicio no se da cuenta del peligro, por eso decide recibir a Pizarro en Cajamarca, y no en un campo protegido por su ejército.
Las circunstancias se presentaron de esta manera, y es una mentira que el estado inca haya estado en decadencia.
Carlos Del Aguila Director del Museo de Antropología e Historia de San Marcos
No estoy de acuerdo con el concepto de autodestrucción, eso desdice cerca de 15 mil años de historia acumulada.
Toda la investigación arqueológica actual determina más bien que los fenómenos imperiales, los procesos de formación de estados, son mucho más específicos de acuerdo a realidades concretas y no tanto a patrones universales.
Lo que sí está claro es que los 70 años de existencia del proceso imperial inca, contando desde 1460 aproximadamente, cuando se inicia la expansión del Tawantinsuyo, hasta 1532, fue poco tiempo para consolidar este sistema. La crisis que se generó entre los hermanos Huáscar y Atahualpa fue estratégica, fue una pugna de poder entre Cuzco y Quito.
Los españoles llegan en medio de este proceso. Atahualpa era un personaje clave, pertenecía a la zona norte, una región aguerrida desde mucho tiempo atrás, que los incas no llegaron a someter completamente.
Posiblemente, más adelante esta zona se hubiera integrado al Cuzco o en todo caso en medio del proceso expansivo los incas hubieran tomado contacto con Mesoamérica, pero no creo en la autodestrucción, sino en la evolución y cambio de las sociedades.
El problema es que si nos basamos solo en una lectura lineal de los cronistas podemos llegar a malas interpretaciones, a ellos hay que leerlos y entenderlos de acuerdo a la época y al contexto al que pertenecieron. No olvidemos que la Conquista fue también ideológica, y ahí los cronistas jugaron un papel importante.