Por Ángel Páez
Fuente: Domingo. La República, Lima 15/06/08
http://www.larepublica.com.pe/content/view/226531/
La historia también se nutre de la intimidad, descubriendo en una carta hechos y opiniones que uno no haría en público, por ejemplo.
Manuel Candamo Iriarte, el ilustrado hombre de negocios, dirigente del partido civilista, teniente alcalde de Lima, senador y presidente del Perú (1903-1904), remitió numerosas misivas a su esposa Teresa Álvarez Calderón desde las localidades chilenas de Angol y Chillán, donde estuvo desterrado durante catorce meses por orden de los invasores que lo acusaron de colaborar con Andrés Avelino Cáceres.
Más de cien años después, dos historiadores, padre e hijo, y, por cierto, nieto y bisnieto de Candamo, resolvieron leer las cartas que guardaba celosamente la familia. José Antonio de la Puente Candamo y José de la Puente Brunke concluyeron que el epistolario contenía información valiosa que merecía publicarse, porque revelaba episodios desconocidos de la tragedia de la Guerra con Chile.
Después de la derrota de Arica, Candamo, como muchos limeños acomodados, decidió enviar a su mujer e hijos a Piura para protegerlos del avance de las tropas chilenas.
Resolvió quedarse en la capital para preparar la defensa de la ciudad, mientras que el ejército sureño, dirigido por Patricio Lynch, perpetraba incursiones por el norte, increíblemente, a veces con la participación de los propios peruanos que indicaban a los chilenos dónde estaba el dinero. Eso ocurrió en Eten, donde Candamo administraba el ferrocarril. El 15 de octubre de 1880, se lo relató a su esposa: "El ferrocarril escapó milagrosamente y los pocos daños que ha sufrido han sido causados por nuestros queridos paisanos.
Rompieron los asientos de todos los coches de primera para robarse el cuero con que estaban forrados. Es de avergonzarse oír la relación de lo que ha ocurrido por allá. Casi toda la plata y especies que sacaron los chilenos de algunas casas fue por denuncia de los habitantes del lugar.
Después de haber recibido varias denuncias de esas, se acercó a Lynch una persona de apariencia decente a decirle que en tal o cual casa había plata; Lynch se indignó al ver tanta vileza y le dio al denunciante una bofetada diciéndole que no esperaba hallar en este país gente tan infame.
La gente del pueblo ayudó a los soldados a robar y les suministró verduras y cuanto pedían". Aquello de "el peor enemigo de un peruano es otro peruano" no es una simple frase.
Ni bien comenzó la guerra, Candamo fue designado integrante de la junta administradora de las donaciones para financiar a las tropas y participó como simple soldado de reserva en la batalla de Miraflores.
Una vez capturada Lima, el presidente Francisco García Calderón Landa lo nombró miembro de la Junta Patriótica, que cumplía la función de conseguir la paz sin ceder territorio. Desterrado García Calderón, se convirtió en delegado del gobierno de Lizardo Montero y miembro de la "Agencia Confidencial", cuya función era la de coordinar con los países amigos la salida de los invasores y organizar la compra secreta de armamento en el exterior.
En esas tareas se encontraba cuando el primero de agosto de 1882 los chilenos lo desterraron. Candamo le prometió a Teresa Álvarez Calderón que le escribiría al menos dos cartas a la semana. Y así fue.
Atormentado por las disputas entre Nicolás de Piérola Villena, Miguel Iglesias Pino, Andrés Avelino Cáceres y otros caudillos que no conciliaban posiciones por razones personales, prolongando la vergonzosa y humillante ocupación chilena, Candamo consideró que la más grande ventaja que tenían los vencedores era la desunión de los peruanos. El 28 de febrero de 1883 escribió a su mejor confidente, su esposa:
"Tal vez no se presentará en la historia un caso tan desgraciado como aquel en que se encuentra el Perú; en la situación más crítica, en la crisis más angustiosa, en el mayor peligro que puede correr un país, no tiene un solo hombre, no diré de importancia, pero ni siquiera medio regular. No hay remedio; estamos perdidos. En nuestro país se producirán muy buenas yucas y camotes, muy buenas paltas y chirimoyas; pero lo que es un hombre de estado, nequaquiam (nequaquam, de ninguna manera); por lo menos, ha pasado con ellos lo que con los limones en el valle de Lima. Y mientras tanto, aquí en Chile… a otra cosa".
La reacción de Candamo es comprensible si se toma en cuenta que se trataba de un hombre que en lugar de haber escogido el autoexilio –sus hermanos vivían como príncipes en Europa y él administraba sus bienes en Perú– se enroló en la tropa compuesta en su mayoría por gente modesta, enfrentó al enemigo cara a cara y, a pesar de la derrota, conspiró con los notables de su época para expulsar a los chilenos.
Por eso le enervaba el fratricidio peruano ante el gozo del enemigo. De allí que enfiló su encono hacia el coronel y hacendado Miguel Iglesias Pino, quien promovía la paz con los chilenos a cambio de la cesión de Tacna, Arica y Tarapacá.
El 20 de mayo de 1883, Candamo confió a su mujer que "lo de Iglesias es una cosa insostenible y ridícula", y añade: "Muchos males ha hecho al país ese imbécil, pues si no hubiera sido por su traición hace tiempo que la paz estaría hecha y se habrían evitado muchas desgracias y males de todo género.
Ya ese no tiene remedio y lo necesario es concluir con ese grupo funesto, como grupo político, y que el señor Iglesias vuelva a criar vacas que es tal vez lo único para que podrá servir y de donde no debió salir jamás".
José Antonio de la Puente Candamo y su hijo José de la Puente Brunke dicen que si las familias de los notables sacaran a la luz las cartas que escribieron sus parientes durante el periodo de la guerra, se conocería mucho mejor la historia, porque en la correspondencia se consignan hechos que solo se difundieron en reserva, confianza e intimidad.
Por eso, cada vez que le refería algún hecho delicado o grave, Candamo le advertía a su mujer que no comentara con otros lo que le revelaba. Incluso una vez la reprendió porque detectó que ella había filtrado un dato que no le había autorizado compartir con nadie.
Aunque desterrado, Candamo no estaba incomunicado. Por sus manuscritos se entiende que estaba muy informado de lo que sucedía en Perú y también en el gobierno chileno. No opinaba a partir de especulaciones sino de datos.
El 28 de junio de 1883 escribió, con ese tono irónico que caracteriza su epistolario: "Pesada está haciéndose esta vida y la incertidumbre de su término es de lo más mortificante que tiene. (…) Un flaco servicio nos ha hecho y ha hecho al país Su Excelencia el Regenerador (Nicolás de Piérola), pues es probable que sin su revolución la paz no habría presentado las dificultades que ha presentado y haría tiempo que la situación habría mejorado".
El próximo proyecto de los historiadores De la Puente es investigar la correspondencia secreta de Candamo con los integrantes de la "Agencia Confidencial" que entre 1881 y 1882 tuvo una actuación excepcional durante la guerra con Chile y de cuyas actividades secretas se conoce muy poco.
La información arrojará luz sobre el empeño de ganar consenso en la comunidad internacional con la finalidad de expulsar a los chilenos, y el empeño por conseguir armamento desde Constantinopla hasta Alemania.
Candamo no se ahorraba palabras: "Que el diablo cargue con todos nuestros hombres públicos que no son otra cosa que una tropa de mentecatos revueltos con bastantes bribones" (11/07/1883).
Candamo siempre mantuvo sus convicciones. Cuando le llegó la propuesta de que manifestara su adhesión al gobierno de Iglesias a cambio de su pronta liberación y retorno a Perú, rechazó la afrenta. El 29 de agosto de 1883, escribió a Teresa Álvarez Calderón:
"Sería no solo un acto de debilidad vergonzoso, sino una deslealtad contraer compromisos o hacer declaraciones de esa especie, y si solo por medio de unos u otros puedo recobrar mi libertad, me resignaré a vivir en perpetuo cautiverio. (…)
Personas de ideas acomodaticias, de principios nada severos, de carácter egoísta y convenienciero, canallas y sinvergüenzas, harían eso y mucho más, pero yo no deseo figurar en ese número, tan crecido desgraciadamente entre nosotros, esperaré con paciencia que los acontecimientos hagan indispensable nuestra libertad o al menos que, por cualquiera razón que sea, se obtenga sin mengua ni compromiso para nosotros".
Ante la eminencia del triunfo de Iglesias con la suscripción del Tratado de Ancón de acuerdo con los intereses chilenos, pero por exclusiva responsabilidad de los peruanos, Candamo advirtió las consecuencias del infausto acuerdo, el 6 de octubre de 1883:
"No solo nos han vencido en todas partes, nos han arruinado y humillado, sino que nos han impuesto el gobierno que han querido, han removido todo el fango y han fomentado las traiciones, la anarquía y los más vergonzosos escándalos. Ellos no tienen la culpa y lo mismo habría hecho cualquier otro país en su caso con un enemigo como nosotros".
Y el 13 de octubre de 1883 comparó lo que sucedía en Perú respecto a Chile, buscando una explicación al triunfo de esta nación:
"Toda la gente decente, rica, ilustrada y de influencia toma en este país (Chile) participación en la política, en la administración. Las cámaras están compuestas por lo general de lo mejor y todos los puestos públicos están desempeñados, no por soldadotes brutales y arbitrarios, sino por gente culta, y que conoce sus deberes. Por eso nos han vencido y nos tienen como nos tienen".
Ni bien recuperó la libertad, Manuel Candamo regresó a Lima para confrontar a Iglesias. El dictador lo castigó pidiendo al enemigo chileno que lo detuvieran y mantuvieran desterrado por segunda vez en el país del sur, entre agosto y octubre de 1884. Una vez terminada la satrapía, retornó e intervino en política, a pesar de que le había prometido a su esposa que no lo haría.
Después de ganar una senaduría en 1903 triunfó como candidato presidencial. Candamo murió cuando sólo habían transcurrido ocho meses de su gestión, el 7 de mayo de 1904. Sus cartas dicen a veces mucho más que los libros de historia.