Por Paul Mendoza Malaver
Fuente: librosperuanos.com
Agosto, 2016
Resumen: El objetivo de este artículo es mostrar las categorías simbólicas en la obra literaria de Bethoven Medina Sánchez, como elementos fundamentales surgidos de arquetipos universales y que le han permitido construir un sistema poético coherente y cohesionado. Para ello se retrotrae hasta sus primeros libros a fin de que analizándolos se arroje luces sobre su producción actual “Éxodo a las siete estaciones”
“Los símbolos encierran un significado arquetípico interior que conduce a realidades de orden superior”.
J.C. Cooper
En el Génesis (1:1,2) leemos “Al principio creó Dios los cielos y la tierra. La tierra estaba confusa y vacía y las tinieblas cubrían la haz del abismo, pero el espíritu de Dios se cernía sobre la superficie de las aguas”. Sin intentar analizar teológicamente este fragmento, lo que resalta es el afán constructor, el hecho creador, el en sí agitado como por un deseo, el logos como ejecutor de la materia en potencia, al mismo tiempo involucrado con las concepciones cosmogónicas del universo. La necesidad constructiva es una característica de la racionalidad, la filosofía nació, entonces, postulando principios matemáticos en un marco teórico cuyo método guía el conocimiento. Estructurar la realidad estéticamente mediante símbolos para hacer perdurar en el tiempo la efímera belleza, es el fin del arte. Mientras más armónicas y simétricas sean sus partes, la obra de arte es una ofrenda a la Verdad rebelada en la creación original.
El número guía por los causes de la razón las formas musicales, espirituales o visuales engendrando en ellas una evolución que en su idea se hallaba intrínseca y que bajo las leyes abstractas del espacio tiempo de la fantasía son trabajadas por la inteligencia activa (noesis), que es la intuición inmediata de las formas originales procedentes estas de aquel estrato psíquico heredado, de esa fuente unificadora, que Carl Gustav Jung denominó “El Inconsciente Colectivo”, y cuyos contenidos estructurales son los arquetipos que, mediante la experiencia individual, adquieren energía para atravesar la estructura mental primitiva y surgen al inconsciente personal, actualizados, generación tras generación, por significantes que a la vez son proyectados hacia el exterior como símbolos de desplazamiento desde la estructura del cerebro humano para formar con sistemas de códigos la dimensión humana, límite entre la naturaleza y el espíritu.
Bethoven Medina (Trujillo, 1960) publica un libro sugerente para nuestras meditaciones “Éxodo a las siete estaciones” (2016) y cuyas raíces simbólicas se hallan ya propuestas es su primer libro “Necesario silencio para que las hojas conversen” (1980). Somos testigos de su constante y laboriosa tarea por construir un mundo poético propio. La poesía emprende la formación de lo que Aristóteles denominó “entelequia”, es decir, una actividad constante y cuyo fin supremo es el sí mismo. En “Éxodo a las siete estaciones”, Bethoven Medina, cumple sus intuiciones pacientemente elaboradas en su primer libro; concepciones sincréticas y místicas de la Nueva Era que aluden por igual a símbolos esotéricos del Yoga o del Tantra; pero lo esencial en su poética son sus categorías estéticas que le han permitido trascender lo meramente formal y elaborar un sistema poético pocas veces construido en la historia de la literatura regional y peruana, caracterizada por propuestas que, si bien mantienen una coherencia, no logran sistematizar una visión cohesionada y totalizadora de la realidad.
En 1980 es publicado “Necesario silencio para que las hojas conversen” y a través de los primeros versos de aquel poemario el Yo poético se expresa así:
“Madre (Necesario silencio para que las hojas conversen)
Tu cabeza/el viento
Lentitud de las manos de la rosa”
La atención del Yo poético es la Madre, es decir, el Yo poético retorna a través de la figuración nostálgica del vientre materno al origen de su ser, vuelve al orden arquetípico de las formas eternas. El arquetipo de La Gran Madre “implica la búsqueda del retorno a la protección materna, a ese paraíso imaginario de plenitud y armonía… la capacidad nutricia, de protección y amor” (Las Heras, 2008) se inicia la catábasis o el descenso. Siendo “El Viaje” el soporte fenomenológico de las sucesivas estructuras poéticas. La Gran Madre aparece alegorizada por lo profundo y abismal en “Ulises y Taykanamo en altamar” (2012) leemos:
“Arte Poética:
Dejar la vida en salmos,
La biografía del mar y del hombre que navega.”
Como biografía (“bios” vida y “grafein” escribir) del mar, es una reminiscencia y una confesión de eterno retorno hacia las fuentes trascendentales, y a la vez un testimonio del espacio sagrado. La hierofanía impregna la alegoría de la navegación con un claro ejemplo del desarrollo de esa categoría intuida en su primer libro: “El Viaje”, como un volverse a la fuente, a la matriz, y que en “Ulises y Taykanamo en altamar” es simbolizado con el viaje esotérico en su rol iniciático común en las antiguas culturas del mundo; Odiseo y su regreso al hogar, a aquella Itaca, que por analogía en nuestra cultura americana sería la Pachamama (Madre tierra) y la Mamacocha como diosa madre de la multitud de las aguas en la cultura incaica.
Fig. N° 01. A partir de “Necesario silencio para que las hojas conversen” (1980) se manifiestan como categorías estéticas y poéticas eje y que serían desarrolladas sucesivamente en la mayoría de sus libros hasta “Éxodo a las siete estaciones” (2016)
Así el viaje emprendido hace 36 años continúa ahora desde los “Siete días de la creación del universo”, “Las siete notas musicales”, “Siete días de la semana”, “Siete cuerpos del hombre”, “Siete palabras de Jesucristo”, “Siete colores del arcoíris” y “Siete ensayos de la realidad”, que reunidos hacen un total de siete capítulos.
Brevemente diremos que la simbología del número no es un insumo nuevo en la poética de Bethoven Medina, ya en anteriores libros ha sido laboriosamente urdido en las formas del autor.
Según Gonzáles Aguilar (2005) en su ensayo “Fondo de la Palabra” reconoce en la poesía de Bethoven Medina rasgos esotéricos ligados a la Cábala, por ejemplo, en su primer libro “Necesario silencio para que las hojas conversen” utiliza constantemente el número Tres (superficie, triada infinita); en su libro “Quebradas las alas” y “Volumen de Vida” hace alusión al número Cuatro (símbolo de la tierra). Ahora, en “Éxodo a las siete estaciones”, la superestructura textual del poemario está construida en base al número siete (número cósmico, tanto del macrocosmos como del microcosmos), número cabalístico que representa la perfección. Dividido en siete partes, cada una contiene siete poemas, y cada poema está compuesto por tres estrofas, llamadas séptima, pues contienen siete versos.
Si, como dijimos, Bethoven desarrolla ya desde su primer libro los arquetipos de La Gran Madre y El Viaje (en su forma de Catábasis, viaje al inframundo, al Hades) en este poemario emprende la Anábasis o resurrección con afán contemplativo. Del uso de la simbología del número siete ha resultado un Mándala. Cumpliendo así el principio hermético de correspondencia: “como arriba es abajo; como abajo es arriba” (Kybalion, 2000) y del significado simbólico del número.
Fig. N° 02. Las siete partes del libro organizadas en correspondencia con el Arbor Philosophica (árbol como representación simbólica de las fases de la trasmutación alquímica)
Los mándalas son “instrumentos de contemplación… como una imagen mental (imago
mentalis)… es siempre una imagen interior que se construye paulatinamente mediante la imaginación (activa)” (C.G.Jung, 1957) la parte esencial de su estructura es el centro, que asume la función de Axis Mundi, o centro vital que contiene una figura de supremo valor espiritual. Los Mándalas han sido, desde épocas inmemorables, utilizados para la sanación espiritual producto de la fragmentación psíquica pues representan la totalidad del Ser.
Por lo tanto, al construir el Mándala implícito en la obra, la estación “Siete palabras de
Jesucristo” ocuparía el centro por su valor religioso, pues está relacionado con el término “Éxodo…”, título del libro que contiene claras connotaciones religiosas; nos reencontramos con la categoría de “el Viaje” como arquetipo espacial que contiene la energía del movimiento hacia lo primigenio; estas alusiones a las creencias judeocristianas nos dirigen hacia el arquetipo primordial emanado en la figura simbólica de Jesucristo (el salvador, el redentor), lo que sustenta el movimiento de la Catábasis como una resurrección.
Bajo la influencia de las categorías ontológicas del ser, las demás estaciones ocuparían lugares tanto hacia arriba como hacia abajo, ordenadas a partir de la concepción de los mundos distinguibles desde la antigüedad. Hacia abajo el mundo de las cosas sensibles (el no ser, el devenir y cuyo símbolo fundamental sería el fuego): “Siete cuerpos del hombre”, “Siete días de la creación del universo” y “Siete ensayos de la realidad”. Hacia arriba el mundo de lo inteligible (el ser en sí, y cuyo símbolo fundamental serían las ideas): “Siete días de la semana”, “Siete notas musicales” y “Siete colores del arcoíris”.
Además, la superestructura permitiría simbolizar los siete versos de cada estrofa utilizando círculos concéntricos, y cada una de las tres estrofas estaría representada por un triángulo.
En consecuencia, la simbología del libro adquiere Unidad, Proporción y Ritmo.
Fig. N° 03. Mándala a partir de la superestructura textual del libro “Éxodo a las siete estaciones” (2016) en correspondencias con su valor y sentido simbólico.
El hombre “ya no vive en un puro universo físico sino en un universo simbólico” (Cassirer, 2007) El hombre es un animal con conciencia simbólica. La estructura de su psique y de sus estratos más profundos son vías por las que somos conducidos a tiempos remotos en los que la imaginación primitiva no diferenciaba los estados de vigilia y de sueño. Volvemos a ese mundo atávico, aproximándonos con cautela a sus profundas visiones, sus delirios, pues, “los símbolos son el más grande de todos los poderes…actúan porque la Gran Memoria los asocia a ciertos sucesos, estados de ánimo y personas” (Yeats, 2005)
Como vivencia espiritual “Éxodo a las siete estaciones” es un llamado hacia el umbral interior del ser humano pues “la nuestra no es una vida de fraternidad, de felicidad, de satisfacción, sino de caos espiritual y de desconcierto peligrosamente cercano a un estado de locura” (Fromm, 1956)
En conclusión, las categorías eje del sistema poético que Bethoven Medina ha abarcado en su obra poética son: El arquetipo de la Gran Madre (Tellus Mater; como lo primigenio, que al mismo tiempo evoca el llamado al Viaje), El Viaje (en su sentido iniciático de Catábasis y Anábasis) y el Número cabalístico (como medio ordenador y formador). Poseen un acervo simbólico sincrético uniendo visiones teóricas, mistéricas y religiosas impregnadas de un aura lírica.
Asistimos en “Éxodo a las siete estaciones” a la construcción psíquica del Mándala a partir de la formación esotérica del número siete y a las respuestas e interrogantes trascendentales de su Yo poético.
Referencias bibliográficas
⋅ Medina, Bethoven (2016). Éxodo a las siete estaciones. Cajamarca. Martínez Compañón.
⋅ Medina, Bethoven (2012). Ulises y Taykanamo en altamar. Cajamarca. UPAGU.
⋅ Medina, Bethoven (1980). Necesario silencio para que las hojas conversen. Pacasmayo. CEDECAR
⋅ Cassirer, Ernst (2007). Antropología Filosófica. México. Fondo de Cultura Económica.
⋅ C. G. Jung (1957). Psicología y Alquimia. Buenos Aires. Santiago Rueda.
⋅ Cooper. C. Jean (1988). Simbolismo. Lenguaje Universal. Recuperado de internet
. http://www.museumaconicoparanaense.com/MMPRaiz/Biblioteca/1862_EL SIMBOLISMO JCCooper.pdf
⋅ Fromm, Erich (1956). Psicoanálisis y religión. Argentina. Editorial Psique.
⋅ Gonzáles Aguilar, Hugo (2005). Fondo de la Palabra en la poesía de Bethoven Medina. Trujillo. Papel de Viento.
⋅ Las Heras, Antonio (2008). Manual de Psicología Junguiana. Argentina. Trama.
⋅ Tres Iniciados (2000). El Kybalion. Argentina. Kier.
⋅ W. B. Yeats (2005). Ensayos sobre simbolismo. Madrid. Recuperado de http://ebiblioteca.org/?/ver/98129