Por Gustavo Flores Quelopana
Fuente: Librosperuanos.com
Junio, 2016
En los últimos cuarenta años el orbe occidental se ha visto sacudido por reformas neoliberales que se han traducido en la renuncia del sentimiento nacionalista con la promesa de lograr la estabilidad económica y la prosperidad material a través de la transnacionalización de la economía. Cualquier otro camino político y económico es castigado duramente por los poderes económicos imperantes y por la mayor potencia mundial, a saber, los EEUU. En otros términos, ser anatópico –despreciar la propia realidad- se ha convertido bajo la ideología neoliberal en sinónimo de auge y prosperidad económica.
Y esta reflexión la llevo a cuento a raíz del libro de mi amigo el pensador Wilberth Almonte Prado y su libro Víctor Andrés Belaunde. Anatopismo, crisis y regeneración nacional. Me pregunto qué puede haber sucedido para que invirtieran los términos hasta tales extremos. Veamos.
En el citado libro se indica que el pensador católico y peruanista Belaunde tiene muchos aportes. Entre ellos están: 1. Responsabilizó al positivismo de la tradición anatópica en el Perú, 2. Da inicio a la corriente personalista, 3. Se refiere al problema del indio antes que J. C. Mariátegui, 4. Y estimó que el positivismo originó el reduccionismo cientificista.
Al parecer en nuestro tiempo sobrellevamos una segunda ola más poderosa del anatopismo a cargo de la política del neoliberalismo por parte del centro del poder imperial capitalista. Esto es, ya no es el cientificismo el caballo de batalla de la desnacionalización de la conciencia, pues ahora es el neoliberalismo imperial. Si alguna diferencia existe entre ellos es que mientras el primero opera principalmente a nivel metodológico y de la visión del mundo, el segundo lo hace a nivel de las estructuras político-económicas existentes.
En el primer capítulo del libro, Almonte señala que Belaunde acentúa el giro nacionalista del espiritualismo arielista, que era muy conocido por defender con énfasis la identidad continental del legado bolivariano.
Esta simbiosis entre nacionalismo y continentalismo tuvo su expresión en la última década en el bolivarianismo impulsado desde Venezuela po el otro lo hizo a nivel práctico el comandante Hugo Chávez y la UNASUR. Y que ahora se tambalea reciamente con su sucesor Maduro, tras una conjunción de errores internos y sistemático sabotaje externo. En otras palabras, en América Latina el sucesor y heredero ideológico del arielismo continentalista fue el bolivarianismo, salvo que mientras uno operó y el otro a nivel teórico. Pues las fuerzas hegemónicas del imperialismo se volvieron unipolares y se concentraron en eliminar de la escena política todo aquello que no esté conforme al ideológico cosmopolitismo desnacionalizador.
En el segundo capítulo la obra de Almonte busca una definición precisa del “anatopismo”. Y distingue hasta cuatro sentidos: 1. Desviación de la conciencia nacional, 2. Ignorancia de nuestra propia realidad, 3. Falta de intuición y sentimiento nacional, y 4. El predominio del sentido imitativo de las élites. En suma, se incurre en anatopismo cuando se desprecia la propia realidad. Estas características señalan la actualidad de V. A. Belaunde porque se aplican perfectamente a la descripción de la ideología del neoliberalismo.
Si le preguntásemos al actual primer ministro griego Alexis Tsipras por qué pone en remate y venta 71 mil bienes de propiedad pública, incluido el Partenón, con el beneplácito de la UE y el siniestro FMI, éste nos respondería “para salvar la propia realidad”. Y si le retrucáramos la pregunta: Cuál realidad. La respuesta no iría más allá de lo ventral y conservador. Lo mimo escucharíamos por parte de Macri, el actual presidente argentino, que somete a sus ciudadanos a un brutal ajuste económico, mientras que la élite económica argentina tiene vergonzosamente depositados en paraísos fiscales más de 200 mil millones de dólares. En otras palabras, dar la espalda a la realidad nacional se ha vuelto en el santo y seña del crecimiento económico bajo el dogma neoliberal. Se ha impuesto globalmente una profunda corriente anatópica y totalitaria de las megacorporaciones globales, que yo denomino hiperimperialismo (véase mi libro La globalización del Hiperimperialismo) y todo aquello que resulte discrepante es pacientemente eliminado.
Ejemplos recientes los encontramos en Siria y Ucrania. Siria por negarse que Qatar construyera un gasoducto que atravesara su territorio, tiene que enfrentar una agresión terrorista del Estado Islámico o EI, creado ex profesamente por Qatar, los demás países de la liga árabe y el apoyo estratégico y operativo de los EEUU con la OTAN. Rusia se decidió a sostener y desbaratar espectacularmente la ofensiva del EI también en respuesta al acto provocador de los EEUU en Ucrania. Y el asedio contra Rusia no cesa, sus fronteras se encuentran cercadas por el llamado “escudo antimisil”, pero que en realidad es armamento ofensivo el que apunta contra los rusos. Y todo por no sujetarse a las órdenes de quien cree gobernar el mundo unipolarmente: los EEUU. Así, queda demostrado que la globalización del hiperimperialismo neoliberal exige arriar cualquier bandera nacionalista y alienarse con el poder imperial central. De lo contrario hay que atenerse a las consecuencias.
El tercer capítulo del libro que comentamos trata de la presencia del anatopismo en la realidad peruana. Belaunde denunció el anatopismo en todas sus formas: económica, social, política, histórica, literaria y filosófica. Preconizó el reformismo y la reforma agraria. Rechazó el conservadurismo y el esnobismo. Y consideró al catolicismo como verdadero destino del Perú. No consideró anatópico al cristianismo por su visión providencialista de la historia.
Actualmente el líder supremo de Irán, el ayatolá Alí Jamenei, califica de “gran satán” a los EEUU por provocar guerras y diversas tensiones regionales en distintas partes del planeta. Y nosotros nos preguntamos si el Papa Francisco acaso no está llamado a salir de su anatopismo religioso para hablar así de claro sobre las provocaciones de la primera potencia del mundo que trae desgracias a los pueblos y pone a la humanidad al borde de una conflagración nuclear. La denuncia del anatopismo hay que señalarlo en todas partes, y sobre todo en la dimensión espiritual.
El capítulo final de Almonte aborda la perspectiva peruanista. Y considera a Belaunde como el fruto maduro de la Generación del 900, que vio con clarividencia que sin la conciencia nacional no hay solución para la crisis moral del país.
Aquí es inevitable preguntarnos si nuestra generación está en capacidad de asumir el desafío de recuperar la conciencia nacional como requisito para responder a la crisis moral del país. Es más. Debemos interrogarnos si en el mundo existen las condiciones subjetivas para revertir unas condiciones objetivas de decadencia espiritual. Y para responder con optimismo hay que ver más allá de la actual idiotización cibernética en las redes sociales para advertir que la razón puede ser adormecida pero jamás liquidada su capacidad de autocrítica. Y eso nos da esperanza.
Finalmente en sus conclusiones, Almonte sostiene que la Universidad no ha contribuido a la conciencia nacional. Se ha vuelto anatópica. Si a esto enlazamos las consideraciones de Belaunde que el resurgimiento del Perú depende de basarse en una ética cristiana, en una élite moral, un núcleo intelectual mesocrático y un pueblo ilustrado, entonces debemos preguntarnos hacia dónde va el Perú en su bicentenario y el mundo, cuando ninguna de estas condiciones se están cumpliendo.
La ética se ha relativizado, y, por tanto, disuelto. Las élites son profundamente hedonistas, egoístas y encabezan la brutal desigualdad mundial –según las propias cifras de la ONU-. La cultura se banalizó y se volvió espectáculo. Y el pueblo se ha lumpenizado. No hay duda que la tarea en la civilización occidental es prodigiosa y titánica. Pero digna de ser emprendida y afrontada con creatividad y sin anatopismos.
Felicitaciones a nuestro amigo el profesor Wilberth Almonte Prado por esta obra tan provocadora.