Filosofía de la corrupción

Por Gustavo Flores Quelopana
Fuente: Librosperuanos.com
Diciembre 2014

I.  Preliminares

Aquí intentaremos descender a través de un análisis fenomenológico al plano de la cuestión más radical que define la corrupción, a saber, el ser de la corrupción generalizada que reina en nuestro tiempo. Elegimos, por ejemplo, la exégesis de la inversión del valor resaltada por Weber, Simmel, Sombart, Troeltsch, Schubart y Scheler, no sólo por ser asequibles sus textos, sino porque ellos señalan expresamente a la civilización moderna como la responsable de la inversión valorativa más profunda emprendida en la historia. Pero ninguno define la inversión valorativa como una inversión previamente ontológica, faltándoles el definidor fundamento ontológico.

Es por ello que saludamos a la Universidad Nacional de Trujillo y a la Universidad Católica de Trujillo por organizar el II Congreso Regional de Filosofía del Norte del Perú y dedicarlo al tema “Propuestas Filosóficas contra la delincuencia y la corrupción”. Que la propia universidad se preocupe por el tema de la corrupción es de suyo relevante cuando la propia institución universitaria en el Perú ha sido señalada como parte del sistema de corrupción imperante, lo cual ha motivado la nueva ley universitaria. Pero lo que no se ve en la nueva ley es que las raíces de la corrupción son más profundas, incluso van más allá de una forma de vida arraigada entre los peruanos en la corrupción y que atañe a un carácter de civilización basado en la exaltación del dinero, el poder y el placer.

Pero basta ya de referirse al momento presente. La solemnidad de la ocasión exige algo más que dilatarse en estos gravitantes y lóbregos problemas. El que pretende abordar filosóficamente la corrupción debe preguntarse sobre cuatro clases de problemas: 1° ¿Cuáles han sido las nociones filosóficas fundamentales que ha tratado de dar cuenta de la corrupción? 2° ¿Cuál es la analítica necesaria del fenómeno de la corrupción?  3° ¿Es necesario proponer una nueva noción filosófica sobre la corrupción? y 4° ¿Cuál es la estrategia filosófica más profunda y adecuada contra la corrupción?

Por tanto, nuestra conferencia intitulada “Filosofía de la Corrupción se divide en esas tres partes.

II.  Nociones fundamentales

La corrupción es tema presente en todos los ámbitos de la cultura, quizá principalmente en la Religión, la Moral, la Economía y el Derecho. Nuestro objetivo es centrarnos en la perspectiva filosófica.

La noción de corrupción en el terreno filosófico ha sido pensada en los siguientes términos:

1. Degradación de la sustancia (Aristóteles); absoluta: del ser al no ser, y relativa: del no ser al ser (Fís. V, 1, 225 a 17).

2. Caída (Platón, Plotino, gnosticismo); como pérdida por parte del alma humana del estado original de perfección (Fedro 248 a ss; Enn., 9, 9). Los gnósticos negaron tal libertad en el uso de la voluntad.

3. Pecado (Padres de la Iglesia oriental y latina, Orígenes y Renouvier), como mal uso de la voluntad en la práctica del bien (De princi. II, 9, 2; Nueva monadología, 1899).

4. Vida inauténtica (Heidegger); como caída del ser-ahí en el no-ser de la cotidianidad impropia. Tal cotidianidad impropia se caracteriza como un ocultamiento del ser para la muerte y en el abandono de la existencia en la cotidiana forma de las habladurías, la avidez de novedades y la ambigüedad (Ser y tiempo, § 35-38).

5. Moral cerrada (Bergson); como expresión de la moral social de obligación, donde reina la impersonalidad del conjunto y cuya diferencia con la moral humana no es de grado sino de esencia, una es instintiva la otra es creadora (Las dos fuentes de la moral y la religión, cap. I).

6. Mala fe (Sartre); como negación de la libertad absoluta o uso del poder nihilizador en el seno de la angustia, elección de la cosificación o autoengaño en la persona que no acepta la responsabilidad de sus actos. En una palabra es renuncia a la libertad e identificación con la facticidad (El ser y la nada, primera parte, capítulo II).

7. Inversión de los Valores (Weber [La ética protestante y el espíritu del capitalismo], Simmel [Filosofía del dinero], Sombart [El burgués], Troeltsch [El Protestantismo y el mundo moderno], Schubart [Europa y el alma de oriente] y Scheler [El resentimiento en la moral]); en el mundo burgués se da un progreso sin sentido porque solamente es real lo calculable, medible y objetivo, todo el resto, incluido los valores, es irreal y subjetivo.


III.  Analítica del fenómeno de la corrupción

Hemos pasado revista a las diversas concepciones filosóficas sobre la corrupción, pero ninguna define la inversión valorativa como una inversión previamente ontológica, faltándoles el definidor fundamento ontológico.

Así, en Aristóteles la definición de corrupción tiene un resabio biologista, en Platón, Plotino y gnosticismo una perspectiva espiritualista; en los Padres de la iglesia oriental y latina junto con Renouvier un ángulo teológico; en Bergson un enfoque moralista; en Heidegger y Sartre una configuración existencialista; y en Weber, Simmel, Troeltsch, y Scheler un escorzo axiológico. Pero nuestro análisis fenomenológico no es pedir consejo a la tradición filosófica, sino “ir a la cosa misma”, lo cual tiene dos partes: fenómeno (lo que se muestra por sí mismo) y logos (ver algo del ente).

Aquí reivindicamos lo valioso de la fenomenología no como una disciplina, sino como una forma de abordar los fenómenos mismos en un permitir ver lo que se muestra. Por ende, es un abordamiento ontológico. Y en este abordamiento ontológico se constata que la “mostración” del fenómeno de la corrupción está condicionada por el carácter de los individuos, la cultura, la historia y la tradición.

La analítica de la “mostración” del fenómeno de la corrupción no es hacer antropología, sociología, ni psicología, lo cual es tan sólo el primer peldaño empírico del ser de la corrupción. Por un lado, la corrupción de la cual tratamos es un fenómeno que le acontece al hombre en una determinada sociedad y época. Y por otro lado, la corrupción es un fenómeno que gravita con diversa intensidad en cada etapa de la historia.

En otras palabras, la corrupción siempre ha existido pero no siempre ha sido generalizada, sino más bien marginal en determinadas épocas y civilizaciones. Por consiguiente, la primera estructura de la corrupción es su “intensidad” ontológica, lo cual define su carácter hegemónico o marginal en una determinada época de la historia. Es hegemónica cuando la curva desarrollo cultural se agota y declina, y es marginal cuando se vive un clima de elevada espiritualidad.

Ahora bien, el fenómeno de la corrupción puede ser hegemónico o marginal según la jerarquía valorativa que presente. Así, por ejemplo, los hombres afrontaron el final del mundo antiguo con el desprecio (los cínicos), la huída (los platónicos y gnósticos), la esperanza (los hebreos), el poder (los políticos) y la redención (los cristianos). Esto significa que la jerarquía valorativa se constituye en la segunda forma estructural de la corrupción.

Pero, a su vez, la jerarquía valorativa se instituye y expresa conformando un determinado ethos o forma de vida que perfila el dinamismo moral y emocional de una época determinada. El ethos puede ser de carácter ascendente o descendente. Si la intensidad ontológica de la corrupción es hegemónica, entonces su jerarquía valorativa se compone de valores inferiores, los cuales, a su vez, se expresan en un ethos descendente.

En consecuencia, el ethos es la tercera forma estructural en que se presenta la corrupción. Además, el factum histórico muestra que dicho ethos descendente suele presentarse bajo una ampliación del voluntarismo, el individualismo y el intelectualismo. Es decir, se manifiesta bajo la pérdida de un equilibrio cultural y la ruptura de una armoniosa síntesis metafísica entre lo inmanente y lo trascendente. Los cuales constituyen otras dos formas estructurales de su expresión.

Hasta aquí tenemos cinco formas estructurales que corresponden al fenómeno de la corrupción:

1° intensidad ontológica hegemónica o marginal,
2° jerarquía de los valores inferiores,
3° el ethos descendente,
4° pérdida de equilibrio cultural, y
5° ruptura de síntesis metafísica.

Esta turbia mescolanza de formas estructurales la encontramos presente y confluyendo en una determinada forma de civilización (la occidental) y en una determinada época (la modernidad). Nos explicamos.

IV. Corrupción como resentimiento metafísico

Es cierto que el ethos del industrialismo ha dado preferencia solamente a los valores utilitarios en desmedro de los valores superiores y culturales. La ciencia misma está condicionada e influida por la inversión de los valores del espíritu burgués y la degeneración de la filosofía como mero metarrelato que resulta útil para un vivir relativista expresa todo un conjunto civilizacional asentado en una radical falsedad.

Pero la raíz común de esta inversión valorativa no es sino el antropomorfismo metafísico específico de la modernidad subjetivista. Efectivamente, el resentimiento en la moral de la civilización moderna nace de un raigal resentimiento metafísico subyacente y sin el cual no sería posible.

Si la civilización moderna, en contraste con la civilización antigua y medieval, ha perdido el sentido de la vida y el arte de vivir ha sido en consonancia con el vertiginoso desarrollo de la racionalidad científico-técnica, la cual descansa no sólo en la exaltación del valor de lo útil y mensurable, sino en un reduccionismo metafísico de la realidad.

Pero la civilización moderna en los últimos treinta años de globalización neoliberal ha llevado a límites pasmosos la corrupción. Las palabras de Manuel González Prada: “Donde se pone el dedo salta la pus”, podríamos aplicarlo casi a todo el globo terráqueo. Y aquí no es necesario insistir en cifras estadísticas bien conocidas de organismo mundiales, sino que se trata de reflexionar sobre la raíz del mal extensivo que nos aqueja.

Resulta una verdad de Perogrullo mencionar que el desarrollo del “espíritu económico” capitalista ha sido llevado al paroxismo bajo lo que denominamos la fase hiperimperialista del capitalismo mundial, entendido éste como la soberanía sin límites de las megacorporaciones privadas. Resulta que la tendencia al aumento del “negocio” no solamente se ha convertido en un automatismo porque, más bien, la manifestación del impulso adquisitivo sin límite ni objeto, retrata un proceso regido por la transformación de un ethos enfermo.

Y así es. Actualmente se vive no sólo la más honda inversión del orden jerárquico de los valores, que se verifica en la moral moderna, inversión que asciende cada vez más en su extensión y profundidad, y que con el triunfo del espíritu mercantil y especulativo sobre el espíritu teológico y metafísico, penetra cada vez más íntimamente hasta en los últimos resquicios de las valoraciones más concretas.

Pero lo más grave en todo esto es que el engendro antropológico que se deriva de este proceso es la anomia y el anetismo, como floraciones mórbidas y monstruosas de una sociedad decadente y psicopática que gira en torno al tener y no al ser.

La subordinación de lo noble y superior a lo útil responde a un cambio de valores que refleja el estallido del resentimiento que va más allá de lo axiológico y penetra en el ser. Por eso es que se puede afirmar que las alturas oprobiosas que ha alcanzado la corrupción en nuestro tiempo no sólo responden a un resentimiento valorativo, sino fundamentalmente a un resentimiento metafísico.

El resentimiento metafísico de la modernidad subjetivista se plasma en el resentimiento hacia lo absoluto, el ser verdadero y su síntesis con lo contingente, lo finito. El mundo burgués convierte lo relativo, el azar, la necesidad, en un impulso ilimitado al servicio de lo útil. Enfrascado en una orgía de inmanentismo ha sometido a la moral y a la ciencia a su propia concepción relativista del mundo. Es por ello que su ideal moral y científico descansa en el resentimiento ontológico-metafísico.

Nietzsche afirmaba que la moral de esclavos invierte y trastoca todo lo que empuña, sólo que se equivocó al atribuir tal rebelión de los esclavos a la moral cristiana, porque la verdadera comunidad del mal que derroca la idea del bien se da en la civilización burguesa y su grito de batalla: ¡Todos los valores son subjetivos!

El resentimiento metafísico del hombre moderno hacia lo absoluto ha presidido el trastrocamiento de sus propias valoraciones hasta arrinconarla en la subjetivización del valor mismo. En realidad, detrás de la subjetivización del valor lo que se busca es la decapitación de la realidad en lo que tiene de valores superiores y absolutos.

No es aquí el lugar para ofrecer una demostración positiva de que los valores son fenómenos últimos, independientes, que no tienen nada que ver con lo sentimientos o disposiciones subjetivas, ni tampoco son abstracciones con referencia a los actos de juicio. Sólo apuntaré que los valores tienen un lado objetivo, que no depende de su estimación, y un lado subjetivo, que depende de su apreciación. Y lo mismo puede decirse respecto a lo Absoluto.

Pero en el mundo moderno se han invertido los términos, y el reconocimiento de una voluntad como buena viene a reemplazar la inexistente objetividad de los valores y del ser. En otros términos, la modernidad subjetivista encarna el triunfo del para-mí y la renuncia-olvido del ser. De ahí que el horizonte legítimo de la modernidad burguesa sea el nihilismo y la destrucción de la metafísica. Pero como el hombre no puede escapar de la metafísica porque es un ser metafísico, lo que el mundo burgués instaura en realidad es una metafísica del percipi o de la inmanencia subjetiva.

A la moral moderna le corresponde una ontología. Si en la primera muestra una propensión radical a rechazar la responsabilidad, en la segunda exhibe una tendencia irreprimible a negar la realidad del ser verdadero. El único tributario privilegiado es la voluntad autónoma de una para-mí egolátrico que gira en torno a lo epistémico y hermenéutico en sentido nominalista y se distancia profundamente de un sano realismo en el valor y en el ser. De ahí que el origen del posmodernismo sea vital antes que filosófico, porque responde a una honda inversión de los valores y del ser, donde el origen del valor es la interpretación y ya no las dotes personales ni la superioridad moral ni intelectual.

La civilización moderna con su inversión valorativa y ontológica ejerce violencia contra la realidad misma. Ni la Antigüedad ni el Cristianismo conocieron esta valoración que priva al valor moral y al ser de toda conexión interna con el universo. Si bien es cierto que la lenta y silenciosa falsificación de los valores y del ser comienza en el siglo trece con la economía dineraria, hoy, en cambio, su espíritu del interés por lo útil se ha convertido en espíritu general.

Volvámoslo a decir. El resentimiento ético y metafísico hacia lo absoluto constituye el rasgo más característico del espíritu y mentalidad de la civilización burguesa moderna, y es el último fundamento de la corrupción generalizada que reina en la actualidad. La gran desgracia del mundo moderno es el odio a Dios, la hegemonía de la aversio dei. No es casual que la contemplación religiosa esté unida al amor activo en servicio del prójimo.

En cambio, la filantropía de la modernidad reemplaza la religión del amor y de la gracia por la pragmática religión de la ley. Justamente la teoría moderna de la igualdad del hombre es una negación directa de que en el hombre hay fuerzas imposibles de transformar y, por tanto, constituye una negación categórica de la gracia divina. No es casual que Kant haya eliminado el amor entre los agentes morales. Y con esta vehemencia por el formalismo legalista lo único que se obtiene son neurosis civilizacionales. No sin razón uno de los mejores cristianos medievales, Hugo de San Víctor, llamó “amor de ramera” al amor que quiere fundarse sólo en los beneficios y obras de Dios. En otras palabras, no hay que amar a Dios por su cielo y su tierra, sino al cielo y a la tierra porque son de Dios.

En el pensamiento de Heidegger también está presente esta falta de amor del mundo moderno, porque afirma que el ser no desciende sino que el ente asciende, no hay acto creador sino únicamente participación ontológica. En Heidegger esto es así por su arraigado helenismo, donde la esencia del amor antiguo no crea sino simplemente atrae, el ente aspira del no-ser al ser. En realidad toda la filosofía moderna lleva en su raíz la renuncia al ser y su reemplazo por lo óntico del ente. De ahí, que Nietzsche carezca de razón al afirmar que la moral se base en el resentimiento, cuando en realidad se funda en la eterna jerarquía de valores y en la perennidad del ser verdadero.

 Y así el relativismo moderno sólo está atento al cambio de apreciación del valor y no al valor mismo. Desde este resentimiento metafísico hacia lo absoluto los valores mismos son invertidos y calumniados. No hay duda que el más hondo resentimiento no es la falsificación de la tabla de valores, porque dicha falsificación tiene como base el resentimiento metafísico hacia lo absoluto.

En cambio, en el cristianismo Dios no tiene sobre sí ningún logos, sino que debajo de su acto amoroso está el logos. El cristianismo invierte el sentido del amor antiguo: aspiración de lo inferior a lo superior; con el cristianismo lo superior desciende a lo inferior para hacernos igual a Dios.

Todo lo cual quiere decir que la exégesis metafísica del fenómeno de la corrupción no nos ha conducido descaminadoramente hacia el falso supuesto que el hombre es un ser malo y destinado a la corrupción, sino que, por el contrario, lo que da humanidad al ser del hombre son los valores superiores, es su aspiración anagógica hacia la elevación del ser, y, en consecuencia, lo que da preeminencia al fenómeno de la corrupción es el resentimiento metafísico hacia lo Absoluto. De allí se deriva la inversión de los valores y sus demás manifestaciones empíricas.

Por lo demás, sería de mucho provecho ahondar en los vínculos de los fenómenos elementales de la corrupción, constantemente presentes en el alma humana, con la historia del espíritu y las ideas, valoraciones y formas de espíritu que dominan en cada caso en círculos enteros de cultura. Las grandes formas del espíritu en la historia, donde se expresan las formas ideales y esenciales del alma humana, también delinean expresiones particulares de la corrupción que se han realizado y expresado en el círculo de la cultura china, índica, clásica, cristiana y occidental moderna.

Finalmente, hay que decir que en el mundo moderno no está pervertido el sentimiento de valor sino el impulso hacia el valor. Y es así porque ni hasta el mismo delincuente o corrupto deja de tener sentimiento de valor, pero recubre los valores positivos para que luzcan débilmente y así pervierte el impulso hacia el valor. En esta autointoxicación psíquica y ontológica de la corrupción interviene un aumento de la simpatía y un descenso de la empatía, porque la simpatía es la base de la cohesión social en cambio la empatía es la dirección de la intencionalidad emocional que está en la base del acto moral y del acto de amor. Generalmente esta autointoxicación de la corrupción por simpatía se expresa bajo el triste adagio popular: “Es corrupto pero trabaja”.

V.  Estrategia filosófica contra la corrupción

 La estrategia filosófica contra la corrupción tiene sus dificultades intrínsecas.
Primero, porque la filosofía es una disciplina teórica que apenas brinda una guía para la acción, y segundo, porque cuando la filosofía es puesta al servicio de la praxis se la subordina y se la convierte en ancilla liberationis.  

Sin embargo, la filosofía como reflexión crítica, conciencia problemática, concepción del mundo y saber de la vida puede brindar luces tanto en el terreno teórico como práctico sobre la estrategia contra la corrupción. No obstante, como el problematismo filosófico es esencialmente intelectual, al implicar un radicalismo en el indagar y en el cuestionar, su radicalismo sin límites suele ofrecer resultados controvertibles. La filosofía no es y nunca ha sido un recetario para resolver los problemas prácticos, pero ello no es óbice para que busque la verdad al margen de la verificación empírica y de la verificación analítica.

En consecuencia, todo lo que en adelante se pueda decir filosóficamente como estrategia contra la corrupción tiene un carácter de validación argumentativa y aserciones categóricas. Por lo demás, hay que tener siempre presente que la filosofía es una forma de saber que vive no sin paradojas y a pesar de ellas, sino en ellas. Y quizá una de sus mayores paradojas sea la oposición entre el progreso entre y el estancamiento en la investigación de la verdad.

Mencionado todo lo anterior sólo basta agregar que la filosofía es una forma de saber que exige una negación dialéctica (antifilosofía verdadera) y no su rechazo o liquidación (antifilosofía falsa).

En este sentido todo lo que vaya a indicar a continuación no deja de tener un carácter especulativo, intuitivo, simbólico y directriz.

De esta manera, nuestro análisis fenomenológico de la corrupción nos conduce directamente al convencimiento de que la salida es invertir los valores del mundo burgués y de la decadente civilización moderna. Y no podía ser de otra forma puesto que lo que da preeminencia al fenómeno de la corrupción es el resentimiento metafísico hacia lo Absoluto. De allí se deriva la inversión de los valores y sus demás manifestaciones empíricas.

Así, la civilización moderna se complace por haber logrado extender el promedio de vida pero cierra los ojos al no querer advertir que ha disminuido la capacidad para gozar de la vida y darle sentido. Es por ello que la estrategia filosófica contra la corrupción debe transitar por las siguientes líneas fundamentales:

1° Provocar un cambio espiritual profundo en la filosofía social, política y económica.

2° En lo económico idear una economía de reemplazo del capitalismo basada en el intercambio y en el salario ciudadano. Con ello se haría retroceder la economía dineraria hasta límites de su extinción y así se eliminaría uno de los elementos eje de la destrucción de los valores superiores. En una palabra, se trata de poner punto final al sistema económico actual que idolatra a un dios llamado dinero.

3° En lo social doblegar el poder del dinero y la usura para que la humanidad en vez de tener “precio” recupere su “dignidad”. La justicia distributiva basada en el amor debe primar sobre la justicia conmutativa basada en el justiprecio. Sólo así se podrá refundar la familia, verdadero núcleo de la formación del impulso valorativo.

4° Fortalecer las posibilidades progresistas y eliminar las tendencias perversas de la técnica que coadyuven a la reconstrucción humana. Así, por ejemplo, es el orden político y financiero actual del hiperimperialismo monopólico privado lo que impide socializar los beneficios de la nueva fase neotécnica de la máquina. Sería un error buscar en la técnica una solución a todos los problemas humanos, pero ella abre nuevas posibilidades para que el pensamiento y la acción humana se desarrollen dignamente.

5° En lo espiritual, la profundidad de la crisis de la civilización occidental expresada en la corrupción reinante y generalizada exige contrarrestar el secularismo extremista de la moderna con una amplia restauración de la filosofía y fe católica. No se trata de alentar una rediviva cruzada sino de re-espiritualizar el mundo para poder vivir el amor de Dios en los semejantes y en toda su creación.

En síntesis, estas serían las líneas fundamentales en la lucha contra la corrupción. Pues sin ir a la profundidad del problema no se alcanzará curarla y menos mediatizarla con meras legislaciones superficiales.

Conferencia pronunciada el 19 de noviembre del 2014

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