Por Carlos Augusto Rivas
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Un personaje de primer nivel en la historia de Lurín por el aporte de su testimonio gráfico es Hilario Celino Valencia Sánchez (nació el 21 de octubre de 1913 y falleció el 22 de octubre de 1986). Lurinense de nacimiento así como sus padres, José Valencia Garay y Adela Sánchez Ruiz. Su padre se dedicaba a la agricultura y su gran pasión fue la música. Participó en varias bandas de música siendo la más conocida por estos lares la “Banda de los Once”, nombre que estaba relacionada al número de músicos que la conformaban y estaba dirigida por el maestro Eduardo Ávila. También participó en la “Banda de los Siete”, y fue quizás la actividad que le permitió enseñarle a sus hijos para la formación de su desarrollo humano, la inteligencia musical, la que inculcó a sus hijos, pero que no tuvieron esa inclinación, sin embargo, fue precisamente a través de esta actividad de la que algunos de ellos como Celino le va a nacer la inquietud por el arte, en este caso el arte de la fotografía que es la búsqueda de imágenes y de la belleza, donde los elementos constitutivos son la armonía, la belleza, el ritmo, el color, la musicalidad y el equilibrio como se muestra toda obra maestra que es digna de admirar. Una buena foto en su textura de fondo y forma es una obra de arte que ha tenido a figuras ilustres, como Max Vargas, Emilio Díaz y Flores como a sus fundadores más representativos de la fotografía surandina y que llega a su más genuina y clásica expresión con Martín Chambi, quien es uno de los grandes maestros de este arte, y en quienes tuvo Celino Valencia como sus mejores referencias para seguir por el camino de la luz y de los contrastes. De igual modo debió asimilar la experiencia de Carlos “Chino” Domínguez, otro notable fotógrafo contemporáneo que cubrió la historia del Perú y mundial de una manera magistral.
En su vasta colección no se limita en el pasaje familiar, va mucho más allá, involucra también al paisaje y a los motivos de la subjetividad y la cotidianidad del aspecto social, propias de un contexto alternativo para saber de una realidad de la que él siempre se sintió parte y comprometido, como lo hicieron los grandes maestros de la imagen, la técnica y el arte.
Celino Valencia llegó a tener 11 hermanos. La mayor se llamó Manuela Valencia Sánchez, quien falleció a los 8 meses de haber nacido, la segunda llevó como nombre también Manuela, en recuerdo a la hija fallecida ya que sus padres le dieron el mismo nombre. Manuela se dedicó 42 años de su vida a la labor docente, la tercera hermana fue Paula, la quinta Emilia y el sexto fue Celino, el sétimo Toribio, el octavo Ismael Hildeliso, docente cesante y presidente del Club Juventud Lurín, el noveno Ángel, el décimo Humberto y el undécimo Jacinto Eutilio. Hubo un duodécimo pero murió en el alumbramiento y al que no le llegaron a bautizar ni a ponerle nombre.
Celino Valencia, sólo llegó a estudiar hasta el segundo grado de primaria, fue un joven deportista de barrio, llegando a integrar el Alianza Lurín, trabajó en las labores agrícolas hasta los 20 años de edad; después también laboró como obrero, 32 años en la empresa Cemento Lima de Atocongo.
Hubo un tiempo que se fue a vivir tres años a Puente Piedra, lugar en donde aprendió el oficio de zapatero y a su retorno a Lurín en sociedad con su hermano Ismael organizó una tienda de zapatería, entre otras actividades hasta cuando llegó por esos azares de la vida a la fotografía, la que inició en el año 1945.
Celino contrajo boda nupcial con Inés Lucero Pasión y con quien llegó a tener tres hijos, ellos fueron Eva, Jaime y Adela.
El testimonio gráfico de Celino Valencia cubrió la mitad del siglo XX en lo que es la historia de Lurín. Fueron 41 años de historia gráfica que está dispersa y desorganizada; pero como un arco del tiempo que lo cubre con las luces de la vida cotidiana, las fotografías de Celino Valencia se pueden considerar como uno de los mejores ejemplo de imágenes costumbristas, tradicionalistas y paisajísticas. En cada una de sus fotos se conjugan el lenguaje y el ritmo de la naturaleza en su esplendor.
La belleza y el colorido en sus fiestas tradicionales que datan desde los tiempos inmemoriales y que en Lurín cobran alta notoriedad.
La incalculable tranquilidad de sus paisajes envuelta en armonía, acuciosidad y su sentido por la estética le empujó a buscar todos los planos del panorama que despierta Lurín, mirándolo desde los imponentes cerros de La Centinela, en su dirección hacia el mar y las islas que tienen su representación en la mitología. Todo o casi todo lo cubrió Celino Valencia con su AGFA desde la mitad del siglo XX. Entre sus imágenes se aprecian los recorridos de los pastores y pallas que se desplazan por las curvadas y estrechas calles de Lurín; los carnavales, las grandes sementeras, los algodonales, las lomas, las colinas, las playas, las fiestas de comadres y compadres. Las grandes noticias las plasmó en imágenes, el tren y su estación ferroviaria de Lurín; registró a los humildes campesinos, a los vecinos con sus atuendos típicos; los desfiles cívicos y patrióticos teniendo como fondo la glorieta de origen genovés, sus plazas y calles, a los jóvenes y adultos en sendas jornadas de trabajo, a los pobladores en sus compromisos sociales y familiares, las terribles escenas de los terremotos y su desolación, las tragedias naturales como la de los ihuancos y los desbordes del río, los acontecimientos trascendentales que marcaron hitos en nuestra historia en el lapso de su fecunda trayectoria fotográfica. En cada foto de Celino Valencia existe ese hálito de asombro por la naturaleza que solo los hombres de talento pueden observar, desde el ángulo preciso y en el momento oportuno. No recoge hechos superfluos envueltos de anonimia, sino todo lo contrario, sus imágenes son los mejores testimonios de añoranza de una historia que cada día se torna más lejana y compleja, por la incesante destrucción ecológica que es lo que más avanza en el desarrollo del distrito de Lurín. Desarrollo, por supuesto involutivo, no como lo vio Celino Valencia en el esplendor de una vida de calidad y con equilibrio ecológico, de la que todo verdadero lurinense hoy está comprometido con su defensa y conservacionismo.
De Celino Valencia se puede decir que fue un hombre serio, tranquilo, mas bien diríamos una persona introvertida; pero de gran talento por las imágenes en sus diversas dimensiones cromáticas y planos como solía tomarlas, se puede diferenciar una primera etapa en base a las tomas de blanco y negro; una segunda etapa, a colores.
Celino Valencia nunca llegó a tener un cargo público ni fue reconocido por ninguna autoridad, sin embargo él nunca dejó de retratar los principales acontecimientos de nuestro distrito, la misma que también lo convirtió en fuente de vida y sobre todo, la foto fue su vida misma, porque en cada una de sus imágenes, también nace una vertiente de la historia de un Lurín que nunca deja de asombrarnos y de la que él formó parte. En otras palabras, cada foto de Celino Valencia es el descubrimiento interminable de ese fascinante universo llamado Lurín, en la que se conjugaron todos los tiempos de nuestra historia.
Las fotos de Valencia tienen un significado inestimable por su valor testimonial, así mismo se constituyen en fuente de primer orden para la historia de Lurín; su obra gráfica es un auténtico e invalorable legado cultural; a través de esta obra se puede dar fe que Lurín es una ínsula pletórica donde la naturaleza y el hombre se muestran en su verdadera dimensión de distrito histórico y ecológico.
El archivo fotográfico de Celino Valencia es parte del patrimonio cultural del pueblo de Lurín de la que todos debemos sentirnos orgulloso.
Son cientos de fotos en la que las imágenes del pueblo de Lurín y de los alrededores son verdaderos testimonios de la memoria colectiva que como legado histórico nos muestran las escenas cotidianas de un universo en la que la naturaleza del hombre y de su paisaje, representan una simbiosis de vida envuelta en mixtura y encanto, cuya magia nos brinda una realidad de la que podemos aprender mucho, como es la apuesta por la defensa de la naturaleza.
A pesar de que existe en forma dispersa mucho por rescatar de las fotografías de Celino Valencia, esta tarea es el inicio de otras, de la que nos dará mucha sorpresa con el tiempo, aún a pesar de que se ha afirmado de que muchos de ellos serían hasta irrecuperable, lo importante es tener la convicción de que esta tarea puede incrementarse con otras no menos sorprendente y de valor incalculable, como las que presentamos y que esta nos es más que un rescate. Porque se sabe que Celino Valencia supo entender la importancia de una realidad que hoy más que nunca se encuentra en riesgo de ser otros a causa de los cambios ocurridos en los últimos tiempos cuando vemos que la destrucción del ecosistema es irreversible y lo único que queda es el compromiso por la vida.
Son innumerables los motivos en la que se muestran la realidad en su más digna expresión de realismo.
En sus fotografías se retuvo el tiempo para mostrarnos un Lurín fascinante y de grandes acontecimientos. Los registros se circunscriben a las categorías de cortes históricos y pictóricos.
Este es apenas un sencillo homenaje, una semblanza de la vida de Celino Valencia de quien se puede dar fe que captó la memoria histórica de Lurín en un vasto pliego gráfico aún por ordenar y recuperar, tarea que debemos asumir como un gran reto.
En el Centenario del nacimiento de Don Celino Valencia, nos toca a nosotros reconocerlos como un ilustre lurinense.