Por Walter Bedregal Paz
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Los escritores puneños de la última generación, entre poetas y narradores, son proclives a este género –el erótico–, no es un misterio que la novela sigue ejerciendo el imperio, con los impactos que a veces produce y la mistificación respectiva a que arrastra. No quiero dar ejemplos, hacer citas, trozar el texto; quiero deslizarme a su alrededor para sugerir cómo se constituye mi propio espacio de lectura. Porque cuando acertamos con la voz del narrador la historia se cuenta sola. Hay un punto muy hermoso en el momento de la escritura, y es ese punto en el que parece que realmente el escritor desaparece de ahí. La voz del narrador está tan viva, cuenta tan suelta, ligada a saber qué lugar escondido de nuestra conciencia, que el autor desaparece completamente. Lo cual tiene que ver con el libro que Javier Núñez nos entrega ahora (y quién sabe qué relación tiene este tema con el otoño o el invierno, o simplemente para entendedores con la mujer, su sensualidad, el sexo y la muerte).
Asesinas, incluye ocho cuentos: El crimen, El tobogán, Una aventura con Christian Rivera, Los ojos de Cleopatra, Hotel El Búho, La asesina, Lagrimas para Ariadna, Sybil Vane, Stephanie, Líneas de sangre. Los críticos podrán ahora decir si se trata de cuentos vinculados al género del erotismo, podrán decir, asimismo, como nouvelles constituyen un acontecimiento –y que mejor en época de festividad en la ciudad lacustre de Puno (La fiesta de la Virgen de la Candelaria),– como ya se conocía la escritura del autor:
La conocí a las doce de la noche cuando terminaba la Parada Folklórica de Trajes de Luces. A esa hora, y en fiestas de esta índole, siempre hay diablesas ebrias para recogerlas. En ocasiones anteriores tuve la suerte de llevármelas al hotel. Por eso siempre recorro los sitios donde terminan los pasacalles en busca de bailarinas mareadas. A la semana siguiente pienso ir al Carnaval de Juliaca. Me han dicho que allá las danzarinas beben a jarras incalculables y terminan bailando marinera con sus ropas íntimas en las manos. [1]
Del narrador vamos a hablar siempre. El narrador es todo. Porque es el narrador el que cuenta las historias que escribimos. El autor cuenta la historia a través del narrador. Es su voz la que cuenta la historia. Y es su voz, no la del autor. Es importante que sea así, que tenga su propia vida separada de nosotros –y más unida a nuestras entrañas que a nuestro cerebro, a ser posible–. ¿Cómo encontramos, entonces, esa voz del narrador que nos lleve tan de la mano hasta cierto punto en el que parece que llega a desaparecer?:
Empecé con mi oficio de asesina a los 18 años, cuando Fernando Bueno me sacó la vuelta. Aún no olvido la noche del crimen, aunque ya pasaron cuatro años. Lo amaba con pasión desenfrenada; fue el amor de mi vida. Pero este maldito me falló, me pagó mal… Tuve que matarlo, no me quedaba otra opción… La noche que debuté de asesina, naturalmente, era novata en estas cuestiones… Por poco se me fue de las manos; a duras penas logré acabar con él. [2]
Bueno, en primer lugar (o en segundo lugar, lo mismo da en este caso) tenemos que tener claro desde un punto de vista general cómo funcionan los distintos tipos de narradores y para qué sirven. Esto es algo que realmente ya sabemos de manera instintiva porque venimos escuchando historias desde que somos niños. ¿Quién de nosotros no ha contado lo que le ocurrió una vez que se fue a una excursión en bici y se encontró con…? Aunque no escribamos sí contamos historias. Así que viene bien ordenar un poco eso que sabemos y ponerle nombre.
Lo otro a tener en cuenta es que para encontrar la voz del narrador tenemos dos herramientas importantes a nuestro alcance. La primera es la intuición, y la segunda, es doble: la prueba y el error. La intuición es algo que se desarrolla, que se educa, porque tiene que ver con la sensibilidad y el criterio literario. Ahora nuestra intención puede no acertar mucho, bien, pero con el tiempo (y sobre todo con las lecturas) se acabará de afinar. Cuánto más intuición tengamos, más acertaremos con el narrador de una manera casi natural.
En la segunda herramienta, la de prueba y error, está gran parte del aprendizaje. Hay que probar las cosas para saber si funcionan, oírlas en voz alta, escuchar cómo suenan. ¡Sobre todo tratándose, en este caso, de una voz! Nada como probar un narrador, o dos, o tres, para descartar el que menos sirva. Si no comparamos narradores es difícil, al principio, saber cuál nos sirve mejor para esa historia que tenemos en la cabeza.
Como suelen decir los maestros del arte de narrar: el narrador tiene ojos, además de voz. ¿Qué nos queda entonces después de escuchar la voz? Pues más claro imposible: la vista. Es decir, por un lado es importante fijarse cómo suena la voz que cuenta la historia, cómo es su tono de cálido, de frío o de seco, o de cariñoso, o de cómico… Todas las características que podemos sacar de la voz del narrador son abstractas, y por tanto conecta con la emoción, con el sentimiento. Y son, obviamente, bastante subjetivas. ¿Cómo es el tono de la voz, su volumen…? Acertar con el tono perfecto es como afinar un instrumento, las cuerdas no pueden estar ni muy sueltas ni muy tirantes, tienen que estar en su justa medida.
Por otro lado nos interesan los ojos del narrador porque es importante ver dónde se sitúa para contar la historia. Desde dónde, físicamente en el espacio, nos cuenta la historia. Ese lugar desde donde cuenta el narrador marcará, por tanto, la distancia a la que se encuentra de los personajes. No es lo mismo contar la historia de Juvenal, mirando a Juvenal desde sus botas de vaquero —como si tuviéramos la altura de un niño minúsculo, para el que todo el mundo que le rodea es enorme y casi deforme desde ahí abajo—, que contarla desde la planta décima de un edificio mientras Juvenal es una de las cientos de personas que en ese momento cruzan la avenida.
Entonces este aprendizaje de la escritura con criterios textuales los asume Javier Núñez en todas sus etapas; con el cómo y el dónde, y con nuestro narrador ya tenemos bastante camino andado. Quedaría el quién, que nos daría, claro, para otro tipo de clasificaciones (primera o segunda persona, o tercera del plural, o...), pero eso ya es otra historia. En consecuencia, Javier Núñez posee, como buen narrador, el espíritu adecuado para traducir la condición humana, con su voz y sus ojos afinados de hombre contemporáneo en el altiplano puneño, tenemos ya más que ventaja sobre la historia que narra. Estos nuevos cuentos de Núñez nos confirman otra vez el nivel escriturario que este joven narrador está desarrollando en el contexto de la narrativa puneña.
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[1] Salomé y otros cuentos. Grupo Editorial Hijos de la lluvia. Lima, 2009. Cuento Salomé
[2] Asesinas. Grupo Editorial Hijos de la lluvia. Lima, 2011. Cuento Stephanie.