Las mujeres de la Independencia y la construcción de las Repúblicas<br> Una experiencia en Centro América* Las mujeres de la Independencia y la construcción de las Repúblicas
Una experiencia en Centro América*


Por Edgar Montiel
Fuente: Librosperuanos.com

Es claro que el poderoso movimiento social y económico por la Independencia nacional en las colonias y el de la Libertad personal en las metrópolis constituyeron un proceso mundial único, muy interrelacionado, en extremo complejo, sólo explicable si se toma debidamente en cuenta tres dimensiones que a veces son subestimadas en las lecturas convencionales:

a.    El despegue de las fuerzas productivas en el siglo XVIII, especialmente en la región nor-este de Norteamérica, y de nuevos actores sociales, como fueron las emergentes burguesías de la metrópoli y de las colonias, que exigían con rotundidad “libertad de los mares, libertad de comercio”, condición para proseguir su desarrollo. Hugo Grocius fue el abanderado de esta causa.

b.    El papel del poder Estatal, que tuvieron un gran peso en el rejuego de las decisiones y estrategias, como fueron: las Casas Reales de España, Francia e Inglaterra.

c.    La participación activa, social y productiva, de fuerzas sociales resistentes a la dominación colonial –donde se contaban los esclavos negros, los pueblos indígenas, las poblaciones mestizas y las mujeres trabajadoras—, que deben ser valorados por su acción como categorías sociales y  como individuos (no parcialmente sólo como “héroes” o “heroínas”).

Esta diversidad de intereses, que dieron lugar por igual a coincidencias como a confrontaciones, configuraron el escenario económico, político y social del ciclo de la Independencia y la Libertad, que encuentra su periodo culminante entre 1776, con la Declaración de Independencia de los Estados Unidos, y 1824, con la Batalla de Ayacucho, donde se derrota a España y se libera a Suramérica. Este periodo se integra con otros grandes acontecimientos, muy relacionados entre sí, como la Revolución francesa (1789), la Revolución abolicionista e independentista de Haití (1804), la abolición definitiva de la trata negrera en Inglaterra (1806), y la ocupación napoleónica de España (1808), que por reacción daría lugar a las Cortes de Cádiz y a la reactivación de los movimientos independentistas en Buenos Aires, Santiago de Chile, México, Quito (1810), la Independencia de Venezuela (1812), Cusco (1814).

En cada una de estas movilizaciones hubo una participación activa de fuerzas productivas y actores sociales. En este contexto hay que entender las acciones de las mujeres como sujeto colectivo, el papel de las heroínas y de las hijas de la libertad incursionando por primera vez en la realidad colonial, evadiendo el confinamiento doméstico, tratando de abrir una brecha para acceder al espacio público, a la “incidencia política” con resultados inciertos al final.

A semejanza del Nuevo Humanismo representado por Las Casas en el siglo XVI, con las gestas independentistas que arrancan desde 1780 emerge otra revolución de orden no sólo político-social, sino epistemológica: ¿qué representó para la Ciencia Política, el Derecho Internacional, la Historia de las naciones, el proceso de Independencia de los americanos? Este era un concepto tan de vanguardia que los enciclopedistas no lo incluyeron en las entradas de sus célebres volúmenes. Si revisamos la acepción correspondiente, podemos encontrar tres o cuatro nociones de independencia: la independencia del hijo frente a su padre, del esclavo frente al amo, pero ninguna se refiere a la dimensión política y colectiva de las nuevas naciones. La formación de estos conceptos se inserta en la realidad histórica americana, son procesos socio-históricos. En el camino se forjaron otros conceptos vecinos como separatismo, disolución de obligaciones con la metrópoli, absolución de cargas, después emancipación. Y hasta que se plebiscitó el término Independencia. Gracias a este concepto, se generó la revolución del orden colonial instaurado por las potencias europeas, que sirvió luego a otros continentes, como África, Asia y Europa central.

En las Cortes de Cádiz se preguntaban, ¿cómo organizar de modo institucional los 25 millones de kilómetros cuadrados con que contaba la América hispana?, ¿Cómo estructurar los nuevos Estados? ¿Cómo elegir las autoridades? La gente de Miranda decía: “para la América del Sur es necesario un Inca”. No necesariamente un Inca del Cuzco, sino que se crearía la institución de mando supremo llamado Inca, encarnado en dos representantes, uno para la Capital y otro itinerante para el Continente. Todo esto fue un proceso de creación, experimentación y propuestas. Se discutió también si la división administrativa de las unidades territoriales serían las municipalidades, los condados (siguiendo la tradición inglesa) o las prefecturas (siguiendo la división francesa). Pasó a un segundo plano el interés por la liberación de los indígenas, de las mujeres o los esclavos. El primer desafío era organizar política e institucionalmente tan inmenso territorio. Para el sur de Suramérica surgió la propuesta de creación de una Confederación de Provincias del Sur, luego reducida a la República de Argentina. La creación de las Provincias unidas de Centroamérica fue otro intento.

II

 Los primeros beneficiarios de este proceso mundial de independencia fueron los núcleos emergentes de las burguesías locales y de las metrópolis. En el caso de Estados Unidos el desarrollo de las fuerzas productivas fueron encarnados —sin ánimo metafórico—  por hombres como George Washington, Thomas Jefferson, John Adams, Madison Hamilton, es decir por los hombres más prósperos del país, acaudalados propietarios de grandes extensiones de tierras, de esclavos y sirvientas, e interesados por la mecanización de la producción. Los agricultores reclamaban que sus granos se vendieran a muchos países y no sólo a Inglaterra, que tenía capacidad comprar solo una parte ínfima (10% en el caso del trigo). Era evidente que la institucionalidad inglesa y española, con un monopolio comercial estricto, era una traba para el robusto crecimiento de la economía de las colonias americanas.

Era natural entonces que a la cabeza se pusieran las personas más ricas del país. Esta realidad, impuso una estrategia política que funcionó en todo el proceso de independencia: asociar la Independencia de las colonias a la promesa de Libertad de los individuos. Había que romper los sistemas de trabajo serviles propios de las monarquías para liberar numerosa mano de obra masculina y femenina para las ciudades, especialmente para las zonas industriales del noreste norteamericano: Filadelfia, Nueva York, Boston, donde había un crecimiento sostenido. Convino pues incorporar con promesas a los esclavos, los negros libertos y las mujeres, involucrarlos en un proyecto político que implicaba una lucha contra la metrópoli. En el caso de los pueblos indígenas norteamericanos, que estaban haciendo sus propias sublevaciones para liberarse precisamente de los colonos que se apropiaban de sus tierras, no solamente no fueron incluidos en los planes de Independencia y Libertad sino que la propia Declaración se refiere negativamente a ellos llamándoles “indios salvajes”, acusándoles de estar manipulados por Inglaterra.

El historiador Charles Beard en su libro An Economic Interpretation of the Constitution estudió el trasfondo económico de las propuestas políticas de los 55 delegados que se reunieron en Filadelfia en 1787 para redactar la Constitución, vigente hoy en día. La mayoría de ellos eran abogados, ricos en tierras, esclavos, fábricas y comercio marítimo. La mitad habían prestado dinero a cambio de intereses, y cuarenta de los 55 tenían bonos del gobierno. Este estudio muestra que la “mayoría de los redactores de la Constitución tenían interés económico directo para el establecimiento de un gobierno federal pujante.”

La Revolución Americana necesitó miles de hombres y mujeres a su servicio, los que se consiguieron mediante la leva general de blancos pobres, inmigrantes irlandeses, negros libertos y pardos. Se reclutaron numerosas cocineras, enfermeras y costureras para los cuarteles y los ejércitos. Muchísimos jóvenes murieron en estas luchas, que se prolongaron hasta mediados del siglo XIX con la conquista del Oeste y las guerras para “trasladar” a los pueblos indios de sus lugares originales hacia el interior del país. El costo en vidas humanas fue enorme, sobre todo en las poblaciones que eran víctimas de mayor discriminación. En las ciudades floreció un numeroso proletariado industrial, compuesto por hombres y mujeres que trabajan 12 horas al día. La Independencia política se instaló rápidamente, la Ciudadanía para los hombres se instauró vía leyes, pero las oportunidades reales de progreso no eran equitativas para las mujeres. Un nuevo ciclo de lucha por los Derechos Ciudadanos, de elegir y ser elegidos,  se inició para las mujeres tanto en el Norte como en el Sur de las Américas.

Las promesas de abolición de la trata no se cumplieron, a pesar de una ley aprobada por Jefferson en 1804. La razón de las contradicciones entre las promesas de libertad y la realidad económica puede ser resumida de la siguiente manera: “el apoyo a la esclavitud estaba basado en un hecho práctico incontestable: en 1790 el Sur producía mil toneladas anuales de algodón; en 1860, la cifra había subido ya a un millón de toneladas. En ese mismo período se pasó de 500 mil esclavos a 4 millones” (Zinn: 2005, p. 160) Con la política de los “traslados forzados”, la población indígena fue diezmada, expoliada, alcoholizada, y una masiva ocupación de sus tierras dio lugar a nuevas fortunas del personal político.

Si bien es cierto que la Independencia de los Estados soberanos tanto en el norte como en el sur se consolidó, en materia de libertad integral y de igualdad para las personas no ocurrió lo mismo. Los indígenas de la Pampa argentina, de la Patagonia chilena, de los Andes peruanos, del Chaco paraguayo, de la Sierra mexicana, de la Amazonía brasileña, de la Selva venezolana, fueron el blanco de persecución, expoliación, y desagregación de sus comunidades, instalándose un proceso de colonización interna que no ha concluido en nuestros días.

Para muchas mujeres, las luchas e ideales independentistas representaron una oportunidad propicia para desplegar sus habilidades y destrezas, que eran negadas por la estructura social dominante. Además se despertó en ellas los sentimientos por una igualdad entre los géneros y el inicio de su participación política. A diferencia del Norte, donde tuvieron una participación poco visibilizada, en el sur se conoció más el rol protagónico que tuvieron las mujeres en diferentes frentes. Este sector ignorado por la historia oficial, fue clave en diversas posiciones, por ejemplo: negociadoras políticas, mediadoras de conflictos, comandantes y dirigentes de batallas, combatientes (por lo general disfrazadas de hombres), consejeras intelectuales, estrategas políticas y militares, espías, mensajeras, propagandistas, y también en roles tradicionales pero muy necesarios como, cocineras, lavanderas y enfermeras.

En ese primer movimiento emancipador liderado por José Gabriel Condorcanqui, Tupac Amaru, en primera línea estuvo la esposa del jefe de la rebelión, Micaela Bastidas. Ella aconsejó a Tucap Amaru, en una carta reveladora de su aguda visión estratégica, la toma del Cuzco, lo que hubiera representado un golpe clave al ejército español. Siguieron otras heroínas, como Tomasa Tito, cacica de Arcos y Acomayo; Micaela Castro, la jefa de batallones indígenas y esposa de Julián Tupac Catari; Bartolina Sisa, Gregoria Apaza, “la Virreina”, entre otras. Todas ellas tuvieron una muerte cruel por parte del ejército español.

Otras, como la célebre Manuelita Sáenz Aizpuru, sufrieron la incomprensión de la sociedad de entonces por encarnar todo lo que la sociedad negaba a las mujeres de su época: independencia frente al dominio masculino, destreza política, inteligencia vivaz, capacidad de mando. Participó en las acciones de la independencia activamente, contribuyendo financieramente y luchando en los campos de batalla, como en Ayacucho, acción por la cual recibió el grado de Coronela del Ejército libertador.

En Norteamérica, la Independencia representó para muchas de ellas el inició de ese largo recorrido por la igualdad de género. La situación de las mujeres era de dependencia casi total de su entorno masculino inmediato, además no les estaba permitido tener propiedades, establecer contrato alguno o recibir la misma educación que el hombre. Esto se refleja en una carta de Abigail Adams a su esposo John Adams, quien fue Presidente de la República:

“No es posible decir que yo crea que tú eres muy generoso con las mujeres, pues mientras proclamas la paz y buena fortuna para los hombres, al liberar todas las naciones, sigues insistiendo en que los hombres mantengan un poder absoluto sobre sus esposas” (7 de mayo de 1776) (Zinn: 2005, p. 309).

Reclamo que se parece mucho al de Manuelita Sáenz a Bolívar: “me ves siempre como una mujer”, una manera de decirle que  la veía siempre  de acuerdo a los estereotipos dominantes. Estas líneas revelan la flagrante contradicción de los protagonistas de la Independencia: lucharon para liberar a sus naciones de un poder foráneo pero no lo hicieron de igual modo para liberar a sus mujeres, sus esclavos, sus sirvientes y sus asalariados.

Así como Manuela Sáenz, se moviliza en todo el continente una generación de mujeres proteicas comprometidas a fondo con la causa de la Independencia: Gertrudis Bocanegra, Xaviera Carrera, Manuela Cañizares, Gregoria Batallanos, Juana Azurduy, Sor Joana Angélica, Maria Quitéria, María Felipa de Oliveira, Maria Josefa Ortega, María del Carmen Castillo, María Dolores Beltrán, María Ignacia Rodríguez, y miles de mujeres anónimas de los llamados “sectores subalternos” que lucharon por la Independencia.

III

Deliberadamente se silencia el aporte de las mujeres a la construcción de la nación guatemalteca. En Guatemala, se están dando los primeros pasos para destacar el rol fundamental que las mujeres intelectuales han jugado en todo el proceso de modernización del país, desde la ciencia, la educación, las artes, la economía y la política. Por mucho tiempo han predominado próceres de la Independencia u otros personajes destacados, se han publicado sus vidas, y algunos cuentan con estatuas conmemorativas colocadas en las principales plazas o avenidas de la Ciudad de Guatemala. Los libros de historia han presentado sus biografías, fotografías y sus aportes, tanto de militares y políticos como de inventores y artistas, produciendo una falacia de énfasis: la idea errónea de que los hombres fueron los únicos constructores del país que hoy tenemos.

El relato histórico no ha destacado el aporte de las mujeres en la construcción de la nación, más bien ha dominado el paradigma patriarcal que establece un rol secundario, supeditado a una comprensión parcial de la historia en la cual las mujeres simplemente no se toman en cuenta. Sin embargo, ellas estuvieron allí presentes, en distintos espacios y roles de los cuales no hay mayor investigación.

Claro, la historia positivista es lineal y se centra en un personaje y en un lugar. La narración tiene por protagonista a un Presidente o un Héroe y el escenario es el Palacio de Gobierno o un campo de batalla. El tiempo viene pautado por cada cuatrienio o quinquenio de gobierno. Así, la “historia” no registra las luchas sociales, los conflictos económicos, o el desarrollo técnico o cultural, ignorando no sólo a las mujeres, sino también a las mayorías indígenas, a la lucha de los pobres por la sobrevivencia, o la contribución de los intelectuales hombres y mujeres —como categoría social— a la construcción de la república.

Desde el punto de vista educativo, esto genera un serio problema: que las niñas y las jóvenes guatemaltecas no cuenten con insumos históricos que les sirven de modelos femeninos para promover la intelectualidad de las mujeres. Por ello esta obra es un aporte para ir sacando a la luz casos ejemplares de mujeres que con su vida y obra dejaron su impronta en espacios que el conservadurismo social les vedaba.

Este esfuerzo de restitución de la mujer en la Historia es una lucha de largo aliento. No aparecen en el relato de las grandes gestas, movimientos o revoluciones sociales. Se habla poco de ellas en la Revolución Mexicana, Guatemalteca o Cubana, se desconoce su participación en la Reforma Universitaria de Córdoba, en las luchas contras las dictaduras de la región en las últimas décadas. No es una tendencia reciente ni tampoco reservada a América Latina. Es universal y de muy larga data. Todos los antiguos Libros Religiosos hablan mal de la mujer. Es una estructura mental sedimentada en hombres y mujeres a lo largo de siglos…

La presente obra es una selección de ensayos sobre lideresas, diplomáticas e intelectuales, que desempeñaron un papel relevante desde la literatura y la política en la forja del país. El hilo conductor que amarra los ensayos está conformado por la contribución que hicieron desde sus visiones utópicas, proyectos sobre Guatemala y la sociedad guatemalteca. Es, por tanto, un libro que rescata, restituye, los aportes femeninos al proyecto de nación guatemalteca en tiempos cruciales e irrepetibles. Es un mensaje a las nuevas generaciones y un complemento necesario al relato histórico nacional.

Estas mujeres eran ilustradas, urbanas, dotadas de conocimientos, saberes y habilidades para interpretar su condición histórica y alentar dinámicas emergentes para la instauración de una auténtica república en Guatemala. Ellas se permitieron imaginar una sociedad diferente y lo plasmaron en sus poemas, ensayos y manifiestos. Ni esas primeras décadas del siglo XIX y primeras del XX, han sido propicias para reconocer los aportes intelectuales de las mujeres, que contra la corriente fueron partícipes en espacios tradicionalmente negados a ellas. Un caso emblemático fue la negación de la autoría que se hizo a Elisa Hall, que escribió en 1937 la novela histórica Semilla de mostaza, situada en el siglo XVII, era “tan bueno que no podía ser escrito por una mujer”, dijeron los críticos.

En el caso de las mujeres que se estudian en este libro, su condición social fue favorable para que dejaran un legado para las nuevas generaciones. Otras mujeres, en condiciones distintas, no tuvieron esa oportunidad. Por ello, consideramos que las representadas en este libro son emblemáticas de todas aquellas que participaron en épocas de cambios históricos y que hasta hoy no han sido reconocidas. Todas ellas simbolizan el tránsito o la modernidad de las mujeres, al expresar su misión emancipadora, a saber: la de pensar por sí mismas, la de recrear su entorno a través del intelecto y de su actuación en el ámbito público político.

Este es un comienzo esperanzador —conocer hoy la obra legada por las mujeres intelectuales del siglo XIX y XX— pues constituye también una invitación para acceder a la obra y los escritos de las otras mujeres, las “mujeres indígenas y ladinas de estratos populares que han sufrido largamente los embates de un proyecto de sociedad excluyentes”, como señala Guillermina Herrera, coordinadora de este volumen.

La UNESCO, como parte de su trabajo reflexivo en torno al Bicentenario, se honra de publicar este libro, que servirá para que las nuevas generaciones de hombres y mujeres de la Tierra del Quetzal se apropien y prolonguen esta valiosa heredad, dejada por mujeres excepcionales que han tenido una ambición a la altura de Guatemala: tener un país educado, inclusivo y fraterno.

EM/ UNESCO Guatemala , julio 2013

*Prólogo al libro Mujeres en el Bicentenario. Aportes femeninos en la creación de la República de Guatemala. Coordinación de Guillermina Herrera Peña. Edición UNESCO Guatemala

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