Por Miguel Angel Vallejo S.
Fuente: Variedades Nº 277, Lima 28/05/12
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Sus obras narran historias de barrio utilizando el lenguaje popular. Augusto Higa recuerda su niñez, cuando se sintió peruano a pesar de la discriminación. Ahora, reflexiona sobre el ser descendiente de japoneses.
Desde la azotea del edificio de Editora Perú, Augusto Higa intenta identificar las calles y edificios que ha recorrido con pasión de escritor, las casas que en sus cuentos habitan sus adolescentes cotidianos y sus otros personajes, los delirantes. Mira por la avenida Alfonso Ugarte, hacia Breña; hace una pausa, pregunta si se puede fumar, y voltea buscando el jirón Huancavelica, donde vivió.
Mientras bajamos las escaleras me cuenta que sigue trabajando el tema de los descendientes de japoneses (nikkei). Como él. "Cuando yo era niño, nos discriminaban, nos decían los coreanos, por la guerra en ese país. Entonces, teníamos una negación de nosotros mismos, porque no sabías si eras japonés o peruano", dice Higa, con discreta calma.
Peruano y japonés
Le pregunto si en esos años se sentía peruano, y en qué momentos. "Claro pues, hermano, en los desfiles militares de mi colegio Malambito, o celebrando los goles de la selección peruana de fútbol que campeonó en el Sudamericano de 1953. A uno se le hinchaba el pecho, se sentía parte de algo", comenta.
Sin embargo, por esos años de su niñez iba al club La Unión para des cendientes de japoneses, compartiendo comida casera: los sushis envueltos en alga nori, el nira con otofu, los tempuras.
"Ser nikkei hasta los años ochenta era ser mitad y mitad: janbun janbun, le decíamos", afirma, con un amago de sonrisa. Confiesa que en esos años surgió su pasión por la literatura. "Primero, oía muchas radionovelas; después, a los diez años, leía 'chistes', que ahora les dicen cómics. A los catorce años recién comencé a escribir cuentos", dice.
Lenguaje popular
Sin embargo, sus primeros relatos buscarían más lo criollo, otro mundo al que pertenece. Criado en las calles del Centro de Lima o La Victoria (barrios de muchos japoneses), ambientaría sus primeros relatos en ese mundo "de la patota y sus excesos, sus búsquedas", siendo miembro del Grupo Narración junto a Oswaldo Reynoso o Gregorio Martínez.
Así, en cuentos sobre la toma de un colegio, o un grupo de adolescentes libidinosos perdidos en un concierto ambulante, Higa construyó un lenguaje popular. "Pero con expresiones que se puedan entender por el contexto, no con jergas", aclara.
Con el tiempo, su propuesta variaría. Después de un largo período sin publicar, viajó a Japón a inicios de los años noventa, a trabajar en fábricas. La experiencia no fue agradable, pues tuvo problemas por el idioma (que no habla) y las costumbres.
"Yo creía tener elementos japoneses, pero en verdad tengo muy poco de japonés. Allá descubrí que ya no vale la pena pensar en mi nacionalidad: me reivindico como ser humano", concluyó de este viaje. Y sería el inicio de una nueva poética.
Problematizar lo nikkei
Esa certeza, sumada a sus experiencias y a la sabiduría que da el paso del tiempo, motivarían sus nuevas búsquedas literarias. En La iluminación de Katzuo Nakamatsu, el personaje es un nikkei que enloquece y busca la redención en la muerte, identificado con un japonés combativo que llega a Perú y con el poeta Martín Adán.
Con todo, entiende que las cosas han cambiado para los descendientes de japoneses, que muchas cosas se han superado. "En los años ochenta, los nikkei de tercera o cuarta generación ya se habían diversificado y mezclado. Además, se entendió la idea del nikkei como peruano, ya no había esa dualidad", explica Higa, moviendo las manos.
Aunque el autor afirma que en esas épocas la identidad era algo problemático, eso le sirvió para escribir a partir de esos dilemas. Le cuento que ayer comentaba con un amigo profesor de literatura en Louisiana que La iluminación... era la última gran novela nikkei. Pero Higa quiere demostrarnos que estamos equivocados: viene preparando varias más con el mismo tema, y me entrega el manuscrito de Extraños para siempre, la próxima. Despidiéndonos, con un cigarro cada uno, le agradezco por ello.