Por Fernanda Gayoso
Fuente: http://cafe-con-letra.blogspot.com
Ofelia Huamanchumo la Cuba (Lima, 1971) ha publicado un estudio monográfico, Magia y fantasía en la obra de Manuel Scorza. Hacia una reflexión estructural de La guerra silenciosa, (Lima: Ed. Pájaro de Fuego, dic. 2008). Se trata de un libro pensado para invitar al debate a los estudiantes de literatura y está dedicado a Manuel Scorza - renovador de la conocida corriente literaria peruana del ‘indigenismo’ de los años 50 - como homenaje a su vida, que dedicó a la actividad literaria en gran parte desde el exilio. La autora, radicada en Alemania, nos comenta su visión sobre diversos temas relacionados con la obra scorziana: literatura, exilio, política, compromiso.
¿Cuándo y cómo nace tu interés hacia la obra de Manuel Scorza?
A raíz de su muerte, en noviembre de 1983. Cuando la noticia del accidente aéreo se hizo pública llegó a mis manos Redoble por Rancas, y quedé fascinada ante el primer capítulo. Mis padres habían estado en Cerro de Pasco por los años sesenta, participando en el programa de Reforma Agraria auspiciado por el gobierno militar de entonces, poco después de las masacres ocurridas que Scorza toma de base para sus historias, y por eso mis padres lo recordaron en esos días de su fallecimiento contando anécdotas de esa experiencia y rebuscando su obra en nuestra biblioteca. Hasta aquel entonces, los cuentos de tema indigenista me parecían de lo más cansados y serios. En general, me gustaba leer de todo, menos Ciro Alegría, Clorinda Matto, Arguedas. Eso era para mí como ponerse a ver cuadros aburridos de vidas tristes de los pueblos serranos del Perú. Yo había viajado por la sierra con mis padres en plan de paseo, tenía otra visión de las cosas: ir hasta Ticlio en el auto era divertido, mirar la chimenea más alta del mundo en La Oroya y comprar ollitas de barro en la feria de Huancayo.
¿Cuándo te contagia Scorza su conciencia por el problema de los más relegados del Perú? ¿Fue la lectura de La guerra silenciosa?
Bueno, a la muerte de Scorza me enteré del motivo central que había movido siempre su vida y su obra, desde su poema de Canto a los mineros de Bolivia, por ejemplo, hasta las novelas que ya conocemos. Su bellísima poesía social y después el humor negro con que Scorza cuenta las tragedias de las maltratos de los campesinos y mineros en la sierra peruana fue lo que me cautivó, me hizo llorar de risa, primero, y de pena, después; porque además coincidió en esos años con otros cuadros que descubrí en la realidad cotidiana de mi vida, cuando regresaba del colegio y leía en el auto a Scorza, en los semáforos rojos de la avenida Javier Prado se ponían los mineros recién llegados a Lima a vender alfajores con cartelitos de reclamos por pagos incumplidos colgados al pecho, “de la mina tal, del centro minero cual”. Esos eran como cuadros vivos que te hacían ‘clic’ en la cabeza y te empezabas a preguntar cosas.
¿Qué te preguntabas?
Ninguna pregunta del tipo de si el Perú era ‘una promesa o una posibilidad’, pero digamos que me empezaba a parecer que en la realidad peruana había gato encerrado. En esos años yo cursaba la secundaria. A los adolescentes peruanos les gustan por lo general otras cosas. En principio la obra de Scorza me fascinó por su lenguaje ameno, de buen fabulador, como de quien cuenta algo bien serio con mucho humor, como un Benigni filmando el holocausto nazi. Pero ahí quedó el asunto. Fueron muchos años después cuando valoraré con seriedad su novelas desde el punto de vista de la crítica literaria y como ejemplo de un escritor auténtico, que dedica todo su arte para una obra de bien: sacar del silencio aquellas anécdotas borrascosas que la prensa y el poder habían silenciado en su momento sobre la matanza de mineros y campesinos en la sierra central peruana de los años 60, y que fueron destapadas también por el periodista César Hildebrandt diez años más tarde, a raíz de unas cartas que Scorza enviara a la prensa en tono de reclamo.
¿Y cómo entonces tomas conciencia seria de la protesta scorziana?
Por la forma como Scorza nos acerca a la tragedia de los campesinos y mineros, con el buen tratamiento de la magia y la fantasía de las historias que cuenta, que es lo digno de resaltarse, pues logra sensibilizar al más indiferente de los peruanos, o de los ciudadanos del mundo. Porque cuando yo inicié mis estudios de Letras en la Pontificia Universidad Católica de Lima, mis intereses literarios eran otros, me gustaba mucho y casi exclusivamente el Siglo de Oro español y leía bastante literatura alemana en la biblioteca del Instituto Goethe de Lima. Tengo además poco espíritu de luchadora social en masa, jamás fui a ninguna marcha de nada, a las que sí veía que iban mis colegas de la universidad, como quien va a una reunión social, parece que había que dejar bien claro en esos años que uno era de la élite intelectual democrática. Me acuerdo que era casi como un estatus ir a las marchas de Alejandro Toledo. A mí no me importaban las marchas, y yo lo decía además en voz alta y perdí ‘amigos’ por ello. Yo soy más del tipo ratón de biblioteca, me gusta leer, y escribir sería mi única forma de alzar alguna protesta, me dan miedo las multitudes.
¿Qué protestas políticas has publicado, por ejemplo?
Bueno, protestas tipo panfleto político: ninguna. Sólo saqué por los años 90 un boletín literario, Café con Letra, donde en la columna editorial escribía sobre lo que me inspiraba el mundillo literario limeño que yo frecuentaba en esa época: la falta de una política seria contra la piratería de libros, la falta de interés por motivar la lectura a través de bibliotecas públicas, el exilio acelerado de muchas promesas de la literatura, etc. Me acuerdo que dediqué un número a criticar a los poetas por la paz, por la democracia, por la dictadura, por la justicia total, etc., los puse a todos en un mismo saco de poetas panfletarios, creo, todo porque hacia fines de los 90 hubo una ola de recitales literarios con aire político en Lima y yo no veía, como no veo ahora, ningún ‘canto general’ ni ningún ‘aparta de mí este cáliz’ que quedara de esos años. Quizás valió el intento, fue política y moralmente correcto para algunos poetas y escritores participar en esos recitales.
¿Y tu libro no es parte de esas publicaciones de protesta política?
Por supuesto que no, pues se trata de la publicación de una tesis de investigación literaria que va dirigida sobre todo a los profesores o estudiantes de literatura, o a los lectores de Scorza, para invitarlos al debate. En el Perú se publica muy poco ensayo y mucho menos las tesis, a lo mucho éstas se prestan a lectura en sala en las bibliotecas universitarias, como si fuesen grandes misterios. Yo creo que es cuando hago mi tesis de postgrado aquí en Alemania sobre La guerra silenciosa, e investigo todo el contexto social, político, artístico, etc. en que Manuel Scorza escribe su obra y la publica, ahí es cuando, en la distancia del exilio, se me abren muchas preguntas más sobre el Perú, y el Perú empieza a dolerme de otra forma.
¿De qué forma?
Bueno, mis padres siempre me habían educado, con su ejemplo de vida, con cierta conciencia social por el prójimo. Mi madre dedicó toda su carrera profesional de asistencia social a luchar por la dignidad de la gentes de los pueblos jóvenes que en los años 70 se formaban a mucha velocidad en el cono sur y norte de Lima. Y mi padre, como ingeniero agrónomo, participó también toda su vida en programas de apoyo al campesino, sobre todo en la selva con los cultivos alternativos al ilegal de la hoja de coca, y publicó también sobre ello, desmitificando falsas creencias y criticando objetivamente la política agraria de los gobiernos de turno. En la distancia comprendí entonces que había un tipo de compromiso ético al que tenía que sumarse cualquiera que se sintiera no patrioteramente peruano, sino simplemente humano en cualquiera que fuese su actividad profesional. Entonces, por eso yo también me decidí a publicar un artículo en la revista QUEHACER en el 2003 para hacerles recordar a todos la obra y el mérito de Scorza en su oficio de escritor, que coincidía con el aniversario de los veinte años de su muerte y de la ‘matanza de Uchuraccay’. Yo llevaba recién tres años viviendo entre Lima y Alemania y me parecía que por todas partes se publicaba mucho sobre el terrorismo, pero en un mismo tono sordo y llorón, sin que nadie se hiciera la pregunta esencial que era la de los motivos por los que había surgido ese fenómeno del terrorismo en nuestra sociedad. Eso era lo que me llamaba la atención.
¿Crees entonces que la literatura o el ensayo pueden ser armas de protesta social?
Toda palabra puede ser un arma, incluso de doble filo. Hay de los que hacen del uso de la palabra un ejemplo admirable, pero también hay charlatanes y demagogos. Es difícil llevar la verdad en los labios. Sin ir muy lejos, a la Comisión de la Verdad y la Reconciliación le ha costado esfuerzo. Muchos ‘sólo políticamente culpables’ al final y poco de la discusión sobre el origen del asunto. Lo mismo con los deseados polémicos museos de la memoria. Memoria de las consecuencias del flagelo terrorista, de los asesinos, de los paramilitares, de las violadas, de los desaparecidos, de los soplones, de los arrepentidos. Pero quién se ocupa del recuento de las causas… Me niego a creer que las causas del surgimiento del terrorismo se hallen en los genes o en la innata mala suerte de los relegados del Perú.
¿Crees que La guerra silenciosa, o la obra scorziana en general, puede seguir teniendo vigencia en el Perú?
Creo que La guerra silenciosa podría enumerarse entre los clásicos de la literatura peruana del siglo XX, no tanto porque si el problema de los campesinos, los mineros y sus tierras parece no haberse desterrado en el Perú, sino por ser un modelo de literatura comprometida, no en el sentido de haber sido escrita con una ideología política específica de su autor, sino por ser ejemplo del compromiso de un escritor con su tarea y su oficio; para los que vino al mundo: escribir, decir, no callar. Toda obra literaria es un compromiso estético y social del escritor consigo mismo y con su entorno, como se ve en el libro, muy tierno y humano, con notas y poemas sobre la vida y los sueños del gran escritor, que el año pasado la señora Hoyle, viuda de Scorza, publicó. Yo, por mi parte, he divulgado en conferencias y veladas literarias La guerra silenciosa a través de galerías fotográficas y la lectura de fragmentos de las novelas, pues creo que lo que vale es acercar al público al goce estético mismo de la lectura, más que discursear sobre las consecuencias que esa lectura pueda despertar, que es algo que queda en el nivel individual del lector. Lo que me apena todavía es el hecho de no poder divulgar como se debiera la obra poética de Scorza, pero en ello se trata de un problema de los derechos de autor que hasta hoy no se ha resuelto, y por lo cual han quedado bloqueadas hasta reediciones en imprenta y algunos otros proyectos de reediciones de la obra poética scorziana en el extranjero. Una verdadera pena tamaño ensañado silenciamiento.