Por Osmar Gonzales Alvarado
Fuente: Lima, Enero 2008
Algunos estudiosos aún sostienen que Víctor Andrés Belaunde fue un pensador fascista. Considero que se trata de una afirmación injusta. Su defensa de los derechos civiles fue un tema que lo alejó tajantemente de tal ideología política, así como su escrupulosa defensa de la institucionalidad. Por el contrario, Belaunde era un republicano consecuente.
Para desvirtuar la posibilidad de un Belaunde fascista podríamos formular la siguiente contrapregunta: si fue un pensador de este tipo ¿por qué no apoyó al gobierno del comandante Luis M. Sánchez Cerro o al del general Óscar R. Benavides, como sí lo hizo su gran amigo y compañero de generación, José de la Riva Agüero? Y no es que le faltaran oportunidades para comprometerse con ellos. Su decisión autónoma y consecuente fue no involucrarse con los gobiernos fascistas de Sánchez Cerro ni de Benavides. Aquí marca una definitiva línea divisoria. Estos temas los podemos analizar gracias a algunas cartas que Belaunde intercambió con Riva Agüero en el año 1932 —año fatal para la historia peruana— y que han sido publicadas en el tomo XIII de las Obras completas del historiador limeño. 1
Luego de su regreso al Perú en 1930, una vez caído el régimen de Augusto B. Leguía, Belaunde participó en los debates del Congreso Constituyente representando a su tierra natal: Arequipa. Ahí tuvo discursos memorables en defensa de los derechos ciudadanos. Pero cuando el gobierno de Luis M. Sánchez Cerro decidió expulsar, en el mes de febrero, a los representantes apristas, Belaunde se retiró del Congreso y volvió a Miami. Fue justamente cuando se encontraba en esa ciudad, en cuya universidad estaba ejerciendo la docencia, que recibe la carta de Riva Agüero que me interesa comentar, fechada el 5 de mayo de 1932. Se trata de una comunicación importante. El contexto político lo da el hecho que el gobierno de Sánchez Cerro trata de institucionalizarse luego del oncenio leguiista y teniendo como telón de fondo al aprismo insurgente, con olor a multitudes.
Uno de los temas que estaba ingresando en la agenda del gobierno en esos momentos, y que a los intelectuales de principios del siglo XX interesaba sobremanera, era el de la reforma universitaria. En la mencionada carta, Riva Agüero se manifiesta ante Belaunde incrédulo frente a la anunciada “reorganización de la Universidad oficial”. Al parecer, el marqués era firmemente voceado como Presidente de la Comisión Reformadora de la Universidad. En parte se ilusionaba por ello, pero también asumía las cosas con cierto escepticismo y distancia. Prefería tomar ciertas previsiones. Si su nombramiento se hiciera efectivo, le dice a Belaunde que él sería uno de sus colaboradores más cercanos y confiables. Pero advierte un problema: los conflictos existentes entre los mismos integrantes del régimen. Esto se expresa en quién apoya a Riva Agüero y en quién no. El funcionario que propuso el nombre de Riva Agüero fue el Ministro de Instrucción, Sayán. Pero su contendor, el Presidente del Gabinete, Luis A. Flores —verdadero ideólogo del fascismo en el Perú y de la Unión Revolucionaria—se opone al proyecto de reforma. Para completar el panorama tenso, en el Congreso justamente se estaba revisando el proyecto de reorganización universitaria.
Riva Agüero teme que se frustre el proyecto debido a la incapacidad y desinterés que ha mostrado el gobierno en el tema universitario, aunque él tiene su propio punto de vista. Desde su mirador conservador y autoritario —distinto al que caracterizaba a Belaunde—, no cree en el co-gobierno estudiantil 2. Y así se lo recuerda a su amigo envuelto en palabras de sutil reconvención:
te habrás desengañado del famoso cogobierno, con el cual los estudiantes te dieron el pago que recuerdas, y que en la realidad se reduce al despotismo, no siquiera de la mayoría de los alumnos, sino del grupo más voceador, insolente e ignorante (p. 338).
La vida “algo enseña”, le dice a Belaunde.
No era casual el interés de Riva Agüero en el tema educativo. Precisamente le escribía a Belaunde que consideraba que eran dos los problemas más importantes del Perú: el económico y el educativo. La identificación de los enemigos en este campo es muy clara para él: los comunistas y los apristas. Desde su talante autoritario, apela a soluciones drásticas. No cabían soluciones ambiguas o incompletas. La reforma ayudaría a cumplir con su propósito. Ello suponía confrontarlos sin concesiones, pues tanto a apristas como a comunistas, dice, el sistema los reproduce “a centenares”. Y pone como ejemplo un nombre que puede sorprender, cuando escribe: “nuestro amigo Raúl Porras, por su atrabilis, su feroz odio a los Miro Quesada y su necesidad de sueldos, no vacila en ser principal colaborador de esta bolchevización” (p. 338). Si bien nos presenta una imagen totalmente diferente de la que tenemos de este gran historiador, no se trata de tomar a pie juntillas las afirmaciones de Riva Agüero. Su desencanto había calado muy hondo, lo que le hace proferir duras afirmaciones en contra de varios personajes de su época 3. Desilusionado, escéptico del ofrecimiento gubernamental, Riva Agüero sentencia: “Creo, mi querido Andrés, que no llegará el caso, pues si nos llaman en la debida forma, será ya cuando esté el país dando las últimas boqueadas”. (p.340).
Otro tema que para Riva Agüero se revela como urgente es el religioso. Para el debate doctrinario necesita a Belaunde en Lima, por ello lo insta a regresar lo más pronto posible: “Apresura cuanto puedas tu regreso, para intervenir en el debate religioso, y en el universitario que, caso de continuar la Constituyente, serán a principios de julio” (p. 340). Efectivamente, Belaunde regresó a la Asamblea Constituyente para defender su punto de vista cristiano.
En nueva carta, del 16 de mayo de 1932, es decir, once días después de la anterior, encontramos a un Riva Agüero más optimista. Le dice a Belaunde que cree que el gobierno se está consolidando y que las medidas económicas adoptadas servirán para “constrarrestrar la revolución inminente”. Plantea como urgente la agrupación de todos los conservadores, a pesar de las diferencias que existen dentro de la derecha peruana. Sin esa aglutinación a la caída del gobierno le sucedería el ascenso del aprismo, “hoy aun más detestable que lo pudo ser ayer, por furioso y exacerbado con el despecho de sus desastres, en la justa represión padecida” (p. 341). Ahora sí Riva Agüero está dispuesto a colaborar en la Reforma Universitaria impulsada por el gobierno de Sánchez Cerro, pues este ya cuenta con lo que llama “predominio gubernativo”. El tono de las palabras de Riva Agüero ha cambiado, definitivamente. Incluso, le comenta a Belaunde con entusiasmo poco disimulado que existe la posibilidad de ser nombrado rector de San Marcos, y ofrece que desde ese cargo luchará “para que la Universidad deje de ser un foco de infección revolucionario”. En ese proyecto quiere comprometer a su compañero: “Te repito que en tal caso tu concurso me sería indispensable, esencial, hay que irse preparando” (p. 341).
Finalmente, Riva Agüero termina la carta con una reconvención hacia Belaunde: “Tu mujer [Teresa Moreyra] me ha confirmado lo que ya se sabía en el público: que no has telegrafiado a Sánchez Cerro con motivo de su frustrado [atentado de asesinato, ocurrido el 6 de marzo].*
La respuesta que conocemos de Belaunde data del 28 de mayo de 1932. Primero le agradece a Riva Agüero el concepto que tiene sobre él y su convocatoria para una eventual colaboración. Inmediatamente después aborda el tema de Sánchez Cerro, acerca de la no publicación de la condena al atentado contra el caudillo:
En primer lugar te diré que estoy tranquilo desde el punto de vista moral. Yo reprobé el crimen y lo hice o quise hacer ante el público y no ante la víctima, porque después de las falsas noticias publicadas sobre el destierro del Presidente de la Cámara y más diputados, era justo que evitase se interpretara mi actitud como una adhesión personal y una rectificación de mi conducta anterior. El que no se publicara mi condena ha sido un accidente infortunado que me puede traer algún desagrado; pero que no me inquieta moralmente” (p. 342).
Llamo la atención sobre el máximo cuidado que tiene Belaunde para no ser identificado con el gobierno de Sánchez Cerro. Además, toma cierta distancia del propio Riva Agüero, aunque manteniendo bien definidos los terrenos. Una cosa es la discrepancia en las opiniones políticas, y otra el afecto hacia el amigo. Desde esta clara delimitación Belaunde escribe:
[...] te diré con toda franqueza a que autoriza nuestra invariable amistad, que me repugna, remover por un gesto tardío —y tan poco oportuno en estos momentos en que se renuevan los atropellos contra la Cámara y se sigue una política de exageración represiva— el más absurdo [v]eto contra mí en puesto que me darían derecho mis servicios prestados a la enseñanza en mi país y fuera de él. Yo prefiero ser simplemente profesor a ser decano con el visto bueno de nuestro desequilibrado Presidente” (pp. 342-343).
Seguidamente, supone que como consecuencia, Sánchez Cerro además de tenerle antipatía lo despreciaría. “Hoy por lo menos sé que me respetan […] El único capital que tengo es mi autoridad moral. Debo conservarlo aun a riesgo de otro destierro” (p. 343). Palabras de intelectual comprometido con principios generales.
Luego, Belaunde continúa con su manera de ver el momento político, y coincide con Riva Agüero en que su anhelo es la unificación de las fuerzas de derecha y centro (y estoy seguro que Belaunde se cuenta entre los representantes del centro). No obstante, se lamenta que la derecha solo piense en apoyar a Sánchez Cerro, pero —y esto es lo peor— sin ejercer ningún contrapeso en sus decisiones: “Esto equivale a entregar a su suerte a un ciego o unirse al destino de un loco. Toda cooperación con Sánchez Cerro que no se traduzca en el control del gabinete me parece suicida”. Con estas líneas Belaunde no hace otra cosa que ser coherente con sus reflexiones anteriores y que vienen desde su primera madurez. En 1914, en su discurso “La crisis presente” había acusado la falta de contrapeso que tiene el poder presidencial. Es lo mismo que ahora reclama frente a Sánchez Cerro. De otra forma, el campo para la arbitrariedad estaría abierto. Por otro lado, llama la atención cómo se refiere Belaunde al caudillo: el loco o el desequilibrado. Si Riva Agüero varió su opinión sobre Sánchez Cerro (primero lo veía como un ignorante y luego como la única alternativa frente a la revolución aprista y que por eso sentía que debía apoyarlo), Belaunde no modificó su opinión adversa hacia él. Si hubiera sido fascista estas diferencias hubieran pasado a un segundo plano y se habría incorporado al gobierno.
Continuando con su análisis, Belaunde sostiene que El Comercio es el mayor obstáculo para constituir una tercera fuerza. Su esperanza es que, partiendo de la minoría que tienen en la Cámara (constituida por los que apoyaron a la recién formada Acción Republicana con Luis Fernán Cisneros y José María de la Jara, entre otros, como los descentralistas) se puede fundar “un nuevo núcleo”: “Lo contrario es precipitar el advenimiento del APRA y caer en el hoyo, con el loco y su círculo” (p. 343). Finaliza su carta con un consejo para Riva Agüero:
Mi cariño por ti me autoriza a insinuarte que vayas con tiento en el asunto de la Universidad; que demores lo posible la reunión de los catedráticos; que no excluyas a los que trabajaron hasta el año 928 y que procures la menor intervención gubernativa en el asunto. Estoy seguro que, a pesar de nuestras diferencias de criterio, interpretarás mis palabras, como yo he interpretado las tuyas, como la expresión de la más sincera y leal amistad. (pp. 343-344).
Como sabemos, los caminos que siguieron Belaunde y Riva Agüero fueron distintos en la coyuntura trágica de 1932 y en los años posteriores. Ambos representaron dos maneras distintas de observar el momento político al interior de una misma generación —la arielista o novecentista—. No se equivocó Riva Agüero cuando se refería a la “revolución inminente”. Con agudeza, no hacía otra cosa que traducir el ambiente efervescente y polarizado de la vida política peruana de aquel entonces. Clima trágico que explotaría con la insurrección aprista en el mes de julio en Chan-Chan. Riva Agüero no condenó el fusilamiento de los rebeldes porque pensaba que solo así se podía extirpar definitivamente el peligro del caos. En la medida que se hacían más evidentes los conflictos, su filiación decididamente fascista fue acentuándose cada vez más. Luego del asesinato de Sánchez Cerro, ocurrido en abril de 1933, y de un brevísimo momento de amnistía y concordia políticas decretadas por Benavides, que sucedió a Sánchez Cerro, la polarización volvió acentuarse en la vida política peruana al mismo tiempo que se implantaba una de las dictaduras más feroces de la historia peruana. En noviembre, Riva Agüero fue nombrado Presidente de Gabinete y Ministro de Justicia, Instrucción, Culto y Beneficiencia. Su compromiso con el fascismo peruano era inocultable.
Por su parte, Belaunde fue más ecuánime y cauto que su amigo en esa época límite. A pesar del momento político efervescente y de los intentos por incorporarlo a los gobiernos de Sánchez Cerro o de Benavides, se mantuvo firme en su posición de distancia del poder y en su defensa de los fueros de la legalidad. Desde sus primeros escritos políticos, se manifestó como un convencido de la necesidad de implementar reformas institucionales como resultado de la conjunción de fuerzas sociales y políticas. Se trataba de un escrupuloso republicano. Fue consecuente con un perfil de intelectual que —aun con una filiación ideológica clara, el socialcristianismo, y de sus definitivas demarcaciones con el marxismo y el aprismo— no dejó que sus convicciones fueran vulneradas por las urgencias de la lucha política. Por estas razones, suponer que Belaunde fue un pensador que apoyó al fascismo en el Perú es un tremendo error.
Notas
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1- José de la Riva Agüero, Obras completas, tomo XIII. Epistolario. Baca-Byrne, Instituto Riva Agüero-Pontificia Universidad Católica del Perú, Lima, 1996. A continuación todas las citas provienen de este volumen. El número de página está entre corchetes.
2- Ideas que Belaunde había sostenido en su discurso “Participación de los estudiantes en los consejos directivos de las universidades”, Montevideo, 1908.
3- En esta misma carta se refiere con gruesos adjetivos a Hildebrando Castro Pozo y José Carlos Mariátegui, además de Porras.
*- Carta incompleta