Por Ricardo Ayllón
Fuente: http://www.chimbotenlinea.com/columnistas/ricardo-ayllon/2676-don-jasho-alrededor-de-un-conflicto-peruano-de-gran-actualidad.html
Mostrando modelos de sociedades peruanas en conflicto, es la forma como Miguel Garnett ha sabido plasmar su narrativa realista. Desde su primera novela, “Rondo”, en la cual el caldo de cultivo era una comunidad casi feudal de la sierra peruana, pasando por “Catequil”, donde una localidad andina era sometida a las inminencias de lo ocurrido con la violencia subversiva, o situándonos en dos de sus novelas históricas (“Cañadas oscuras” y “Tiempos van… tiempos vienen”) en las cuales la Guerra del Pacífico constituía un verdadero percutor de las contiendas políticas de la sociedad republicana, nuestro narrador supo avivar la atención del lector con contenidos que involucraran momentos inquietantes del proceso social y político nacional.
Por eso “Don Jasho” no hace la diferencia. En esta breve novela, el autor compromete un tema de gran actualidad dentro de la problemática peruana: aquel donde se encuentran y acometen los intereses de un consorcio minero y los de una típica provincia alejada de las bondades del gobierno central.
Con gran agilidad en el manejo de la trama, Garnett repasa aquí los estratos histórico, social, económico y cultural de la comunidad de Santa María de las Dunas de Ninamasha, convirtiendo a esta en el personaje principal de la diégesis, mientras que sus habitantes constituyen solo necesarias piezas que se desplazan conforme a la lógica narrativa.
Esta es una historia cuya estructura transparenta tres momentos importantes.
La primera narra aspectos concernientes a la vida de Jacinto Rojas, un personaje controversial de esta comunidad cuyas existencia y muerte son importantes para el desarrollo de los posteriores momentos, pues ocurre que Rojas, pese a haber hecho una vida licenciosa, muere en olor a heroicidad, y esto hace que el pueblo lo convierta –más allá que en un héroe– en un verdadero santo; hecho que lleva a la frenética transformación del pueblo, desde su misma denominación (ahora se llamará San Jacinto, en alusión al nombre del héroe) hasta los trances socioeconómicos y complicadas incidencias de la propia identidad de sus habitantes.
Esto es lo que da la pauta para el segundo momento, aquel que pone en conflicto a la generalidad de pobladores que creen en un nuevo santo (muy milagroso, por cierto) con la misma Iglesia Católica y sus representantes, el sacerdote del pueblo y el obispo de la provincia; aunque esto no le basta al autor para complicar las cosas; sino que, en un tercer momento de la narración, ocurre un descubrimiento arqueológico y el de una veta de caolín (mineral que sirve para fabricar loza fina) en el mismo cerro donde se asienta la capilla del nuevo santo (San Jacinto o San Jasho).
Todo lo acontecido ocurre en un período de 18 años (que es la edad de Carlos, el hijo de Jacinto Rojas, sobre cuya presencia el narrador inicia su relato haciendo un recuento de la historia del pueblo hasta el momento previo al desenlace), en los cuales vemos cómo este pintoresco lugar va sufriendo una suerte de “modernidad” que involucra contingentes masivos de gente foránea (en peregrinación tras los milagros del nuevo santo), nuevas formas de diversión, presencia de congregaciones evangélicas e incremento del comercio alrededor de la deidad popular.
Tal como se aprecia, es casi la historia de lo ocurrido en muchas localidades peruanas: la de contar con su propio santo para sentir que se tiene la gracias de Dios, y aprovecharse de ello para –a la sombra de esta gracia– tener un ingreso económico seguro. Esta sola razón parece encender el ingenio y picardía del autor, quien ha envuelto a su relato de una fina ironía y de un muy bien dosificado sentido del humor que –pese a que el planteamiento temático recae en todo un conflicto social– hacen llevadera la lectura.
Sin embargo, es justo remarcar que Garnett –no obstante su condición de sacerdote en la vida real–, sabe manejarse con sensibilidad al momento de plasmar las razones de los humildes en contraposición con las de los sacerdotes divorciados del sentir del pueblo en esta historia.
Por eso quizá no sea gratuito el que ponga en boca de algunos personajes la contundencia del sentimiento popular en frases como: “A mí no me sorprende que ya hayan creado un ‘santo’ a su propia imagen y semejanza, un ‘santo’ que entiende bien lo que significa ser pobre en el Perú” o “los pobres tienen su propia lógica y su propia organización” o tal vez: “Es Dios quien decide quién es santo”.
Pero no solo estos temas son motivo de reflexión, sino también las opiniones divididas en torno a lo que realmente le conviene a San Jacinto: la inmediatez económica de un santo popular, un sitio arqueológico de gran valor histórico, o los beneficios financieros y laborales de una mina. Asimismo, la forma en que se manejan algunas de las partes en conflicto ante la posibilidad del beneficio material de un consorcio minero. A partir de aquí, más de un personaje se saca la careta y muestra su verdadero rostro.
No podemos ser ajenos, tampoco, al referente espacial desde el cual se maneja el autor: Garnett reside en Cajamarca, ciudad andina eminentemente minera donde este tipo de conflictos son pan de cada de día y alrededor de los cuales se teje una gama diversa de situaciones similares y accesorias.
El caso del poeta Beto Sánchez es, por ejemplo, un caso curioso aunque típico: el hecho de ser tentado por la minera con el financiamiento de su libro de poesía, se plasma aquí como una forma de chantaje con que los grandes consorcios intentan acallar reclamos basados en temas culturales, sociales o ambientales inexcusables y más significativos. En el caso de esta novela, ante la inminente destrucción del importante hallazgo arqueológico.
De esta forma, Garnett revela su atenta mirada frente a aquellos hechos de interés nacional que constituyen no solo materia de economistas, sociólogos, empresarios o políticos; sino también de fabuladores como él que trabajan un realismo narrativo cuya metodología, propuesta estética y temática constituyen las más eficaces formas de efectivizar la crítica social en nuestro país.