Luis Eduardo Valcarcel
Calles y plazas del Cusco
Por tierras del Perú


Por Luis Eduardo Valcarcel
Fuente: Variedades Nº 216, Lima 14 marzo 2011

Una hermosa crónica de Cusco escrita por Luis Valcárcel. El artículo, escrito para la mítica revista Plus Ultra de Argentina, describe con solvencia y buen estilo, tres lugares característicos de la Ciudad Imperial.

"LAS TRES CRUCES DE ORO"
El sol pleno. Reverberantes las rieles. Parduzco el muro y, tras él, la arboleda entreverde.
A este lado, un poste de hierro, enhiesto, rectilíneo. Pasan las llamas lánguidamente, femeninamente. En su caballo, un viajero, cubierto del poncho de vicuña. Dos muchachos, en la sombra, a una puerta. Tararean.
Por el sol, sobre las rieles, siguen pasando viajeros, indígenas silenciosos. Escuálidos jamelgos. Uno de los muchachos se ha puesto a leer a media voz. El sonsonete de la lectura interrumpe el cálido silencio. Un perrillo aleonado se despereza al sol.

En esta esquina se levanta la casita del balcón de Herodes. En esta otra, que está al frente, se arroja a la calle un balconcito tallado primorosamente. La polilla lo destruye, lo arranca a pedazos. Nadie se acerca ya a mirar la vía a este balconcito carcomido.

Las "Tres cruces de oro", ¿dónde están?, ¿dónde estuvieron?

SAN CRISTÓBAL
En lo alto de la ciudad sobre una terraza del viejo palacio de Manco Cápac, escruta el horizonte avizorando lejanías fantásticas, San Cristóbal. Erigió la ermita Paullu Inca, hermano del aguerrido sitiador del Cuzco y fiel compañero de Almagro, en su penosa empresa de la Araucania, Cristóbal fue el nombre impuesto en el bautismo a este desventurado Hijo del Sol Moribundo. Y
Cristóbal era el padrino del neófito imperial; Cristóbal Vaca de Castro. Con esta cruz en medio, y cabe a la iglesia las piedras gentilitas de tortura, la plazoleta de Pollkampata guarda su tesoro de evocaciones milenarias. El Apu Ausankerto, fronterizo, inaccesible, parece imponente un voto de silencio.

EL ATARDECER EN LA PLAZA
Se quema el sol en su propia hoguera. Las nubes cárdenas van tornándose humosas, parduzcas, grises. Va descendiendo la sombra apresuradamente. Endurece las colinas, las recorta en filudas siluetas. Perfila los campanarios. Acentúa la línea sinuosa de los aleros. La catedral se hace más pesada; la Compañía extrema su alegorismo un poco gótico. Ya, en lo alto, no se ve sino al Inka de la fuente ornamental. Parece emerger de los últimos nubarrones, en actitud dialogante.
¿Acaso, en el atardecer, el Padre Sol escucha la dolorida queja de la Raza?

SANTIAGO
Al terminar la cuesta hay una calle, la calle de entrada a la parroquia. En esta calle una conjunción de sombra y de silencio. Respira cierto aire de misterio. La tristeza parece su ambiente natural. Al fondo está la plaza con el templo en ruinas. El sol se aprovecha y se recuesta somnoliento. Sobre las gradas del atrio reverbera, y sobre la cruz parece reclinar la frente. La hierba invade, se escapa por las junturas de las piedras. El templo está destruido, agrietado, sus ventanas dan ahora paso a la claridad del cielo.

(De Plus Ultra, de Buenos Aires)
•    Publicado el 25 de octubre de 1924.

Boletín semanal
Mantente al tanto de las novedades ¿Quieres ver nuestro boletín actual?
Ingresa por aquí
Suscríbete a nuestro boletín y recibe noticias sobre publicaciones, presentaciones y más.