Mario Vargas Llosa
Las raíces del mal Las raíces del mal

Por Guillermo Niño de Guzmán
Fuente: El Comercio, Lima 14 de Noviembre del 2010
http://elcomercio.pe/impresa/notas/raices-mal/20101114/668585

Hace nueve años, Vargas Llosa proclamó su entusiasmo por el justiciero irlandés Roger Casement (1864-1916) y señaló que merecía el honor de una gran novela. El resultado es un libro extraordinario.

“El sueño del celta” es uno de los proyectos más ambiciosos del escritor peruano, empresa harto complicada por varias razones. No solo la información que existe sobre su protagonista es abrumadora sino que su carácter complejo y ambiguo, así como su reputación controvertida –debido a una presunta conducta pedófila–, resulta difícil de asir. En esa perspectiva, la capacidad de Vargas Llosa para lidiar con tanta documentación sin naufragar en el camino asombra por su rigor, profundidad y variedad de matices. La vida de Roger Casement estuvo signada por el fragor de la aventura, pero también por su defensa de las causas más nobles. Se atrevió a denunciar las atrocidades que sufrían los indígenas en el Congo y la Amazonía, víctimas de la codicia occidental y la corrupción moral que retratara su amigo Conrad en “El corazón de las tinieblas”. Las viles condiciones de explotación del caucho (a las que Vargas Llosa ya se había referido en “La Casa Verde”) correspondían a un sistema esclavista, donde los nativos eran torturados y asesinados. Casement emprendió una cruzada para desmontar las maniobras del colonialismo que, con el pretexto de llevarles el progreso, la fe y la civilización, saqueaba sus riquezas e imponía una política genocida cuyos estragos aún perduran.

No contento con ello, volcó sus esfuerzos en la liberación de Irlanda del yugo británico. Por desgracia, cuando estalló la Primera Guerra Mundial, puso en marcha un descabellado plan con el fin de propiciar una alianza con Alemania. Casement fue detenido luego de desembarcar clandestinamente en la costa irlandesa, en vísperas del Alzamiento de Pascua (24 de abril de 1916), en el cual se inmolaron muchos patriotas. Acusado de alta traición, murió en la horca tres meses después.

Ahora bien, dados estos antecedentes, uno puede entrever la magnitud del desafío que ha implicado para Vargas Llosa recrear el itinerario vital de un hombre tan singular. Ante todo, debe quedar en claro que “El sueño del celta” es una novela y no un estudio histórico, aunque esté basada en un ser de carne y hueso. Por tanto, lo que importa es la fuerza que emana del conflicto dramático, la coherencia con que se enhebra el relato y se articulan los distintos personajes. Las inconsistencias son parte de la vida pero no se admiten en la literatura. El novelista no cifra su labor en la fidelidad a un modelo real –como sucede con el historiador o el periodista– sino en la verosimilitud. En consecuencia, el fabulador debe tener el ingenio suficiente para lograr algo que parece imposible: que una invención (preferimos este término al de mentira, empleado a menudo por Vargas Llosa, para evitar las connotaciones de trampa y engaño) sea más verdadera y poderosa que la realidad misma.

En “El sueño del celta”, nuestro autor establece una sólida relación entre los cimientos históricos y las paredes de su edificio imaginativo. En ese aspecto, su faena es una proeza artística, por cuanto ha debido manejar unos referentes que se alejan bastante de su experiencia personal. No obstante, conviene recordar que el bagaje de un escritor no se limita a sus acciones directas o mediatas, pues también incluye sus pensamientos, lecturas y sueños. Vargas Llosa siempre fue versátil y diestro para moverse en diferentes registros. Prueba de ello es “La guerra del fin del mundo” (1981), sobre un episodio de la historia brasileña, que se desprende de una experiencia libresca (el descubrimiento de “Los sertones”, de Euclides da Cunha) y donde apela a una notable inventiva.

Vargas Llosa ha recuperado su vieja aspiración de crear la novela total, aunque con una diferencia sustancial: no hace alarde de malabarismos técnicos. Por supuesto, ha tejido la trama con un cuidado de orfebre, pero de tal modo que las costuras no se notan. Los planos temporales se alternan con fluidez, con un ritmo sosegado que amortigua la turbulencia de la intriga. Como maestro consumado en el arte de narrar, se preocupa por emboscar el artificio, para que el lector pueda asimilar la historia con mayor naturalidad. De ahí que “El sueño del celta” tenga un aroma clásico, corroborado por su prosa impecable. Vargas Llosa se concentra en las peripecias de su protagonista, sigue su punto de vista y se interna en los vericuetos de su conciencia sin perder el control de la situación general. Es decir, ausculta las motivaciones más recónditas de un individuo, a la vez que traza un vivo e intrincado fresco social.

Como anticipa el epígrafe de Rodó, el irlandés fue varias personas, las cuales “suelen ofrecer entre sí los más raros y asombrosos contrastes”. Lo mismo ocurre con los escritores, quienes se empeñan en vivir de manera vicaria, mediante el ardid de la ficción, vidas múltiples y disímiles, sin duda para escapar a las limitaciones de la condición humana y burlarse de la amenaza de la muerte. Por ello, se entiende que Mario Vargas Llosa se sintiera atraído por este personaje fascinante, con el que tiene varios rasgos en común. Ambos son rebeldes que se alzan contra la opresión y la injusticia, luchadores apasionados e idealistas que crecen ante la adversidad. En ellos se conjugan la acción y la reflexión, las ansias de aventura con el compromiso intelectual.

“El sueño del celta” es una exploración de la naturaleza del mal, de las oscuras pulsiones que impelen al hombre a franquear la barrera entre la civilización y la barbarie. Una novela a todas luces extraordinaria.

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