Yolanda Westphalen
La luz de Yolanda Westphalen

Por Ricardo González Vigil
Fuente: El Comercio, Lima 03/01/12
http://elcomercio.pe/impresa/notas/luz-yolanda-westphalen/20120103/1355877

“Nos dejó harto consuelo / su memoria”. Así finalizan las celebérrimas coplas de Jorge Manrique: el recuerdo de las virtudes de su padre, de su existencia plena, consigue mitigar la desolación que produce la muerte de un ser querido, y convertir la elegía doliente en un himno al padre ejemplar, modelo de realización humana para todos lo que lo conocieron.

Entre las muertes que más nos han afectado en el 2011, sobresale la de Yolanda Rodríguez de Westphalen, quien firmaba sus escritos como Yolanda West-phalen (estuvo casada con un hermano del gran poeta Emilio Adolfo Westphalen). Empero, el inmenso legado de sus poemarios sobresalientes (formó parte de la extraordinaria Generación del 50, fecunda en voces femeninas destacables, entre ellas la consagradísima Blanca Varela y una autora que nos dejó también en el 2011, la chileno-peruana Raquel Jodorowski), de su breve pero notable producción cuentística (aplaudamos especialmente la solidez de los personajes, la trama y los recursos narrativos de su cuento “El complot”) y de sus aportes críticos (sobre todo, sus tesis universitarias sobre “Pedro Páramo” de Rulfo y “Los ríos profundos” de Arguedas) logra que la admiración venza a la tristeza de no tenerla físicamente entre nosotros. Más aún, nos reconforta constatar que en las últimas dos décadas comenzó a gozar del reconocimiento nacional (cada nuevo libro suyo congregaba un numeroso público entusiasta, recibió varios homenajes de diversas instituciones) e internacional (verbigracia, obtuvo en 1999 el Premio Internacional de Literatura Latinoamericana y del Caribe Gabriela Mistral, otorgado en París por la Association Coté-femmes) que le corresponde.

GRAN PERSONA
Los que tuvimos el privilegio de gozar de su amistad podemos añadir a sus méritos literarios el enriquecimiento espiritual que sentíamos al conversar con ella, iluminados por su calidez humana, su donación amorosa, su inteligencia y sensibilidad excepcionales y en actitud continua de admiración (punto de partida de la reflexión filosófica, según los griegos: pero, también, de la creación poética que no se queda en el adorno verbal, y opta por sumergirse y sumergirnos en lo más hondo de la condición humana) ante el cosmos.

Precisamente esas cualidades impregnan sus escritos de modo tal que, vistos en conjunto, podrían ostentar el título de su poemario “Himno a la vida” (2000). Es cierto que afloran vivencias destructivas, tanáticas, en sus páginas; pero en lo más profundo de su alma triunfó la afirmación de la vida y la esperanza.

Un magnífico ejemplo de su comunión con la existencia es el poema “Alumbrar”. Celebra la maravilla del parto, la bendición de la maternidad: “Estrellas dormidas / despiertan / ante la vorágine del parto / parir es integrarse / a la unidad creativa del cosmos / a la visión asunta / del crear creando / el milagro / del hijo fosforescente / nacido del rojo amor / de tu cuerpo / en sangre roja / ya consagrado”.

Citemos, igualmente, cómo al placer de la lectura lo aborda con imágenes eróticas: la comprensión gozosa de un libro semeja un abrazo lujurioso: “Ávida sed / de placer / inmediato / que amanece / en mi cuerpo / al palpar / al oler / el libro. […] y mis ojos en delectación / ávida / perforan / gozan / copulan / con la palabra / en vértigo / asumida […] Soy lector compulsivo / hasta el espasmo. […] Se desmoronan albas y vísperas / pero abordo a ciegas / con avidez / con lujuria impávida / todo el volcánico / el orgiástico / placer / de estrujar y entender / el libro”.

Así es, Yolanda, nos has dejado harto consuelo con tus páginas perdurables y tus lecciones de vida.

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