Por Enrique Planas
Fuente: El Comercio, Lima 28/08/07
http://www.elcomercio.com.pe/edicionimpresa/Html/2007-08-28/imecluces0776375.html
Libro póstumo del poeta José Watanabe es un tierno cuento para niños ilustrado por Víctor Aguilar. "Un perro muy raro" es una divertida historia de amistad y solidaridad en la que nada es lo que parece.
Este perro se trae algo. No persigue a los autos, ni les ladra a los gatos ni a los carteros. Tampoco escarba la tierra para enterrar huesos. Más bien, le encanta el mar, comer pescado y, si lo miran con atención, sus patitas se parecen más a las de un animal palmípedo que a las de un canino. Y es que "Un perro muy raro", precioso libro para niños del poeta José Watanabe, puede considerarse el primer caso de travestismo perruno recogido por la literatura infantil. Bajo su piel de peluche se esconde un pingüino emperador que fugó de la fría Antártida en busca de un lugar más cálido. Al llegar al puerto, utiliza un títere como disfraz y aprende a mover la cola para que un viejo porteño le ofrezca su amistad.
El encargado de llevar a la página los personajes imaginados por el versátil escritor fue el también ilustrador del diario El Comercio Víctor Aguilar. Para él, el tiempo pasado con el poeta, fallecido en abril de este año, fue inolvidable. "Para realizar el cuento me entrevisté con José en tres oportunidades. Las demás coordinaciones las hicimos por teléfono o por correo electrónico. Sin embargo, eso me bastó para percibir la dedicación y el cariño que le ponía a sus proyectos", explica el artista.
"La primera vez que fui a verlo me leyó todo el cuento. Yo lo escuchaba atento, como si fuera un niño, y ahí empecé a imaginar a los personajes y los lugares. Me hablaba sobre cómo observan los más pequeños al seguir un cuento. Era muy didáctico. Su entusiasmo era contagioso", recuerda.
Lamentablemente, José solo alcanzó a ver una página terminada y los bocetos de otras pocas. Su obsesión por el detalle y su enorme curiosidad por el tema que investigaba se plasman en esta anécdota: pocas semanas antes de morir, en el consultorio del médico, vio una foto de un pingüino entre las revistas de la sala de espera. Tras arrancarla, se la guardó en el bolsillo. "Eso le va a servir a Víctor", le confió a Micaela, su esposa. Incluso, cuando ya se encontraba internado, los personajes de esta aventura seguían dando vueltas en su cabeza: "Díganle a Víctor que haga notar bien las patas del pingüino en el dibujo", pedía. Sin duda, el resultado final lo habría hecho feliz.