Por José Gabriel Chueca
Fuente: Peru21, Lima 08/11/08
http://peru21.pe/impresa/noticia/guillermo-thorndike-esa-ha-sido-mi-vida-he-tenido-malos-buenos-momentos/2008-11-08/229613
Tiene críticos en cantidades monstruosas, pero pocos niegan sus virtudes con la pluma y su intuición para vender periódicos. Conversamos con Guillermo Thorndike acerca de El rey de los tabloides, libro en el que retrata a Raúl Villarán, director del célebre Última Hora.
"Villarán era una leyenda. La primera vez que lo vi fue en un funeral, vestido de gris con sus mocasines italianos –tenía juanetes, y lo peor que uno podía hacer era pisarlo–. Era apuesto y desafiante. Recuerdo una noche en que vino Oriana Fallaci. Banchero organizó una cena en la que hubo varios periodistas, y Villarán le dijo: 'Usted esconde algo que le duele mucho y cree que nosotros no somos capaces de verlo. ¿Por qué es tan soberbia?’. Ella contestó: '¿Cree que soy infeliz? Tengo todo en la vida’. 'No, usted no puede ser madre’, le dijo. Ella tenía una hija, pero adoptada, y se puso a llorar. Y contó la historia de la niña. Acabo de recordar ese episodio”, cuenta Guillermo Thorndike. Le preguntamos por Raúl Villarán, director de Última Hora.
Última Hora popularizó el uso de la replana, de la jerga. He oído de un titular “Chinos como cancha…”.
Eso fue cuando se produjo la invasión de Corea del Sur, cruzando el paralelo 38. Ahí salió “Chinos como cancha en el paralelo 38”. Era como anunciar la Tercera Guerra Mundial. Se hablaba de tirarles bombas atómicas a Corea del Norte y a China. En general, Villarán tenía una visión muy precisa del rumbo de la opinión pública. Pero no todos los titulares eran en lenguaje popular. Una vez tituló, en el 62, sobre las elecciones “Solo Dios lo sabe”, con triple empate.
¿Cuándo usaba jerga?
Solo cuando convenía. Hay sorpresas en Última Hora. Cuando murió André Gide, el Nobel de Literatura, la noticia se dio en primera página, como segunda noticia. Y en la página tres había un artículo enorme: “Gide ha muerto, viva Gide”, firmado por Jean Cocteau. Y Juan Gonzalo Rose escribía una columna.
Estaban en todas.
Cuando salió el mambo, en México un obispo excomulgó a quienes lo bailaran; en el Perú pasó igual. Y Villarán lanzó un concurso nacional de mambo. Incluso enseñaba todos los días un paso nuevo en una página. Todo el mundo quería bailar. Era brillante.
Todos los periodistas de esa época se conocían, ¿no?
Cuando llegué al periodismo, me di cuenta de que había una especie de comunidad. Es que uno vivía 24 horas antes que los demás; entonces, era difícil relacionarse con esa sarta de atrasados. Los periódicos eran lugares de reunión, casi como peñas. Y, cuando había una noticia importante, el que tenía mejor caligrafía la escribía en un pizarrón que se descolgaba por la ventana. La gente iba al periódico para enterarse y conversar. Y si el periódico estaba amenazado, también expresaban su solidaridad.
¿Los periodistas de antes eran terriblemente 'juergueros’?
Seamos sinceros: ¿eso ha cambiado? El límite humano es el mismo: tres pisco sour catedral. No entra más. Normalmente salíamos 11 o 12 de la noche. A esa hora, decía Villarán, ¿a dónde podemos ir? ¿A tomar té con las niñas bien? No, hay que ir a tomar un trago con las niñas mal. Eran las únicas despiertas.
En el gobierno de Velasco lo llamaron para dirigir La Crónica. ¿Cómo así?
Uno de sus generales me invitó a dirigirla. Yo pensé algo que no sé si la gente entenderá todavía. Primero: si no era yo, ese diario iba a ser entregado a un grupo peligroso. En ese momento no era posible correrse de todo. Había que participar para imponer reglas que, pienso, al final de ese año en que fui director, se mantuvieron.
¿Por ejemplo?
No se calló la historia del 5 de febrero. Hubo estado de sitio, hubo encerrados, deportados y muertos –el Gobierno aceptó 111 muertos, pero creo que fueron mil; yo vi carros parar en la asistencia pública y dejar heridos en la entrada–. Otros tuvieron que caminar por encima de gente que caía muerta en el Jirón de la Unión, a las 9 de la mañana. Recuerdo que con el directorio compramos armas para varios trabajadores del periódico.
Muchos reconocen su talento, pero critican sus cambios de posición política.
No he tenido una existencia política. Nunca he pertenecido a un partido ni he tenido actuación ni cargo político alguno. Que el periodismo tenga consecuencias políticas según los momentos es otra cosa. He tenido, algunas veces, que limpiar las letrinas del periodismo.
Se critica duramente su paso por Frecuencia Latina, a fines de los 90.
Estuve en el Canal 2 porque necesitaba trabajar. Nada más. Además, a los dos meses me dejaron sin hacer nada. Esa historia nadie la conoce. Y vivía permanentemente perseguido por Vladimiro. Esa historia la gente tampoco la conoce. Al final me llamaron porque se les caían los noticieros. Yo no tenía idea de que esta gente se reunía con Montesinos a planear las cosas. Y, pregunto, ¿por qué no es motivo de crítica para otros haber trabajado en el Canal 4 o en el 5, si era lo mismo?
Si se presentara la oportunidad de vivir esos años otra vez, ¿haría lo que hizo de nuevo?
No lo sé. Cuando a uno lo asaltan las necesidades, puede sufrir un aturdimiento. Pero, me pregunto, en el año 95, ¿quién se opuso a Fujimori? Ese año, toda la oposición estuvo en el Canal 11, en los programas que yo dirigía. Después, por dos años, no conseguí trabajo ni buscando con lupa. Nadie vino a darme las gracias por eso, excepto el tío de Vladimiro Montesinos, don Alfonso Montesinos, que vino desde Arequipa, antes de morir, a pedirme que luchara contra ese monstruo, me dijo, que era su sobrino. Me impresionó mucho porque ese día ya había aceptado el trabajo en el Canal 2 y me sentí mal… (pausa). Todo esto es muy relativo. Esa ha sido mi vida: he tenido momentos malos y buenos. Me ha costado Dios y su ayuda rehacer mi existencia.
¿Por qué se animó a escribir sobre Villarán?
Lo elegí porque es uno de mis personajes predilectos. También he estado trabajando diez años en la biografía de Grau. Ha sido largo y difícil, nadie me ha apoyado, pero ha valido la pena y ha servido para mi propia reconstrucción. Yo no estoy seguro de no haber errado en estos últimos veinte o treinta años de mi vida. En algunos momentos ha habido tanta gente en contra mía –casi unanimidad–, que me he asustado. Pero sí estoy seguro de que no soy un hijo de puta.
Autoficha
Nací en Lima, en el año 1940. Nací a los ocho meses; tuve que estar en las incubadoras de entonces, que eran con bolsas de agua caliente. Mi apellido es inglés. Yo entré a la Facultad de Letras de San Marcos espontáneamente… Mi alma es fieramente sanmarquina. Mi padre me informó que ya era tiempo de que viviera de acuerdo con mis actividades y que, si no vivía a su servicio, bailara con mi pañuelo… Me puse a buscar trabajo desesperadamente y así llegué a La Prensa.