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Fuente: La Primera, Lima 02/01/11
http://www.diariolaprimeraperu.com/online/especial/ellas-escriben_77207.html
El peruano Álvaro Torres-Calderón es doctor en Literatura latinoamericana de los siglos XIX y XX en Florida State University y profesor asistente del Departamento de Lenguas Modernas de North Georgia College & State University de los Estados Unidos, donde ha instaurado la cátedra “Escritoras latinoamericanas y españolas”. En esta entrevista habla sobre Clorinda Matto de Turner, entre otras escritoras y pensadoras, a propósito del traslado de sus restos de Lima al Cusco, su tierra natal.
Las escritoras han sido relegadas por un excesivo enfoque en los escritores, dice Álvaro Torres-Calderón. Se las ha considerado como una copia de los varones. “Clorinda Matto es un ejemplo. ‘Mala copia’ de Ricardo Palma, con sus ‘Tradiciones cusqueñas’. Pero ¿cuál es el objetivo de ella?, no es hacer mofa o picaresca, sino una especie de guía turística de Cusco. Son dos discursos, motivos y roles diferentes. Claro, en esa época no se piensa en eso. Ese es el primer objetivo del curso que dicto (en Georgia, EE. UU.). Ver, desempolvar, y darles esa batuta a los estudiantes para que investiguen a otras escritoras”.
Para él, ver a Matto de Turner sólo como la que denuncia los abusos que cometían las autoridades en la sierra, por ejemplo, es insuficiente: “Ella se va autoexiliada a Argentina, un país que en el último cuarto del siglo XIX es uno de los centros industriales e intelectuales que se están formando en esta región. Hay una suerte de complemento entre su conferencia ‘Obreras del pensamiento’ y ‘Nuestra América’ de José Martí. Porque Martí pensaba también que la mujer debería estar en su espacio, la casa. José Martí hablaba de que el latinoamericano debía abrir los ojos sobre lo que estaba viniendo, no debía ser parte de España, y debía cuidarse del de las botas de siete leguas (EE.UU.), pero no incluye a las mujeres. Cuando hablo de complemento es porque ella sí lo hace desde esa perspectiva”.
—A las mujeres se las mira distinto.
—Sí. Clorinda Matto y Mercedes Cabello de Carbonera, esta última más crítica todavía, son consideradas alumnas, o de González Prada o de Palma. Se las pone detrás. Clorinda ha sido una de las obreras del pensamiento que se ha dedicado a hablar sobre el progreso, la construcción de una nación latinoamericana. Es una precursora de esa supranacionalidad. E impulsa la idea de ese binomio obrero-intelectual de una manera muy peculiar. Es considerada precursora indigenista, pero recién ahora, porque sus contemporáneos no la consideraron. Por ejemplo, José Carlos Mariátegui no la menciona como precursora o que haya tratado sobre el tema del indio; él menciona a Manuel González Prada. Recién ahora, al hacer una relectura, encontramos un mensaje que sus contemporáneos no toman en cuenta, porque es otra sociedad, otro pensamiento, otras funciones de género.
—Ese era el esquema de esos tiempos.
—El de esos y de muchos tiempos. Si no, preguntémonos por qué Juan de Arona, seudónimo de Pedro Paz Soldán y Unanue, por ejemplo, se refería a Clorinda como Clorenda, por el hecho de que vivía en el Cusco. Y a Mercedes Cabello de Carbonera le decía Cabronera. Si no era por envidia, era por un machismo propio de una sociedad muy patriarcal.
—¿Qué otras escritoras rescata en esa cátedra en EE. UU.?
—También textos sobre mujeres. “Malinche”, de Laura Esquivel, que habla sobre la compañera de Cortez. La toman como traidora, pero ella fue regalada a Cortez como una de sus tantas mujeres. Traidora, en una época en que el concepto de nación no existía. El concepto de nación es un término del siglo XIX. También Manuela Sáenz, la amante de Bolívar, la Generalísima. La novela de Isabel Allende sobre Inés del Alma Mía, que era una mujer de armas tomar. Escritoras como Juana Manuela Gorriti. Emilia Pardo Bazán, española. Aurora Cáceres, peruana. La poesía vanguardista de Alejandra Pizarnik. La poesía de la identidad de Alfonsina Storni. Gioconda Belli, la nicaragüense.
—¿Qué las une?
—Tienen un mensaje diferente al que nosotros conocemos a través de los escritores varones. Gioconda Belli, por ejemplo, escribe novelas que tratan de releer lo que se nos ha inculcado en los libros. “El infinito en la palma de la mano” es la perspectiva de Eva, no la de Adán o el Dios masculino. O cuando habla en “El pergamino de la seducción” de Juana de Aragón, comúnmente llamada Juana la Loca, a quien Fernando de Aragón, su padre, decidió declararla incapaz. Felipe el Hermoso, su esposo, no era un santo, y ella estaba destinada a aguantar como mártir los engaños de su marido, y, luego, su propio hijo, Carlos V, la va a mantener encerrada. Y va a morir así. Básicamente, es literatura que complementa. La literatura masculina y femenina, se complementan; se definen por los roles de género en cada sociedad y época, entre otros factores.
Cuestiones de género
“Mucha gente en la época del siglo XVI usaba tacos, pelucas, pantalones ajustados. El género o los roles, las funciones, son variables, pero lo que se busca es una equidad de roles, opciones”.
—¿En la época de Clorinda Matto no había un Jaime Bayly o un Pedro Lemebel?
—No en el caso homosexual, pero sí en el caso de la libertad sexual. Aurora Cáceres, la hija de Andrés Avelino, vivió en París. Su novela “La Rosa muerta”, tiene como protagonista a una mujer que vive en el París modernista, el centro de la cultura, y se enamora de un médico turco. Ahí está todo lo modernista, el tema de lo exótico, lo lejano. Y es una mujer que no es parisina, tiene orígenes españoles, creo que es peruana, pero no lo dice. Y se enamora, y tiene relaciones en su consultorio. Eso es innovador en comienzos del siglo veinte. Muchas mujeres tienen en esa época un escape meramente literario. Ya en el siglo XX se presenta en la literatura la libertad sexual de Delmira Agustini, la uruguaya, que se divorcia, cosa no bien vista en estas sociedades del Cono Sur. Pero después se sigue viendo con su ex esposo, y como él no quiere compartirla, la mata y se mata él. Son vidas intensas. Nos hemos acostumbrado solamente a ver escritores varones, y por ahí una que otra escritora; de diez, sólo una mujer.