Eduardo González Viaña
Póngase de pie<br>Para entender a Vallejo Póngase de pie
Para entender a Vallejo


Por Eduardo González Viaña
Fuente: El Peruano, Lima 20/06/08

Un lector honesto me pregunta: ¿qué hago para entender a Vallejo? Le respondo: Póngase de pie. Estire los brazos hacia delante. Junte las manos por las muñecas. Si no puede mantenerlas así, haga que se las aten. Camine usted después una cuadra, dos, tres o más. Usted no sabe hacia dónde se dirige porque tiene nueve guardias armados detrás, y son ellos los que los que le dicen que avance. Además, de rato en rato, lo empujan cuando usted vacila porque es muy difícil caminar de esa manera.

En la esquina que da a la catedral de Trujillo, usted tropezó y cayó. ¡Levántate, carajo!–, le gritó uno de los uniformados. Hacerlo era casi imposible. Un transeúnte lo ayudó. Eso enfureció a sus captores porque querían burlarse de usted mientras trataba de levantarse.
Comenzaron a cruzar en sesgo la plaza de Armas. Unos muchachos que pasaban por allí lo reconocieron, y gritaron que era injusto, que no debían tratarlo a usted de esa forma. Los guardias le dieron un empujón y le ordenaron que avanzara a paso de carrera. Detrás se escucharon dos balazos.

Habían disparado al aire para espantar a los posibles testigos. Bordearon la pila y continuaron hacia la esquina de la municipalidad. Usted ya sabía hacia dónde iban. Buscó con la vista a algún amigo para que informara que se lo llevaban a la cárcel.
Una cuadra y media más abajo se detuvieron ante la gran puerta de rejas, y llamaron a gritos al portero. El hombre llegó corriendo, y la abrió. A usted no le quitaron las esposas. Debían hacerlo para que subiera los tres peldaños de esa puerta, pero tenían instrucciones de humillarlo.

Con la misma compañía, atravesó usted dos patios del penal. Ya estaba algo oscuro, y usted tropezó dos veces. Por fin se detuvieron ante un pasillo oscuro. Allí lo dejaron con dos custodios que lo esperaban. Ellos sí le quitaron las esposas, pero también le gritaron que avanzara. Caminaron hacia un portón oscuro, y cuando usted intentaba divisar lo que había allí adentro, le dieron un empujón. Un preso que aguardaba en el calabozo le gritó que usted estaba llegando al infierno.

¿Le duelen las muñecas? Un poco, ¿no? Ahora usted sabe que está en la cárcel y que no hay fecha prevista para su salida. Adivina usted que pasará de ser víctima a ser inculpado. Lo acusarán de incendiario, de terrorista. El juez suplantará testigos y dibujará firmas para inventar las pruebas. Al saber que usted está acusado de terrorista, sus amigos más prudentes ni siquiera pronunciarán su nombre e incluso dirán que nunca lo conocieron. Usted sabe que de ese tipo de cárceles y condenas, librados al arbitrio de la autoridad, sólo se sale muerto o loco. Así ha sido ayer y así es ahora. Y si usted sale alguna vez, tendrá que irse precipitadamente al extranjero para morir allí.

Y por último, si usted llega a ser famoso, muchos se atreverán a decir que nunca quiso volver a su patria. Los bufones escribirán sobre usted. Las reinas de belleza lo citarán entre sus preferencias. Los carceleros de hoy guardarán un minuto de silencio en su memoria, y dispararán 21 camaretazos sobre los presos rendidos. Si usted quiere entender un poco más esta historia, lo invito a leer mi libro Vallejo en los infiernos.

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