Daniel Gonzales Rosales
Las piedras y el maíz del Inca

Por Daniel Gonzales Rosales
Fuente: La Primera, Huaraz 22/07/08
http://diariolaprimeraperu.com/online/indSeccion.php?IdSeccion=7

El maíz desde tiempos inmemoriales fue venerado.

Años antes, llegaron los incas: un soberano y un gran ejército. Aparecieron por la zona donde asoma el sol. Tras presentar su saludo, y estudiando la zona, el inca retó a nuestro curaca, expresándose para que oyeran todos los runas que fueron a verlo:

Yo puedo sembrar sin coger tus tierras, gran curaca. Solo usando las manos de mis hombres para echar la semilla que germinará en el tiempo conocido. Pero si lo hago, rendirán culto al Sol, mi padre, y entregarán tributo. Es decir, se gobernarán según nuestras leyes. Les doy un día para que lo piensen… Dicho esto, se retiró a la cumbre del cerro mayor, donde era su centro de descanso y avanzada. Zona privilegiada, desde donde se contemplaba la Cordillera de los Andes.

Nuestro curaca, sabiendo que los de Huaylas ya andaban en tratos con estos sureños aguerridos, llamó a sus consejeros. Ya inmerso en el compromiso y luego de deliberaciones, comunicó su aprobación al Inca ni bien asomaba la noche de ese mismo día.

Los consejeros, sabían que lo ofrecido resultaba imposible por lo pedregoso de la zona y por las escasas parcelas cultivables, más aún porque prometían no usar tierra alguna. Vieron en cambio que el agua no sería un problema inmediato, pues las lluvias volverían a mojar, por algunas lunas más, las tierras de estos territorios, a diferencia de otros tiempos en que estas vertientes se humedecían solo con el agua de los manantiales. Sospechaban empero alguna artimaña, alguna técnica desconocida.

Aún incrédulo, el ayllu entero esperó la luz del alba, ya que toda la noche, bajo el reflejo de luna filtrándose por algún resquicio, no quitaba de su memoria: “sin coger tus tierras…” Efectivamente; entrada el alba, sucedió. Los súbditos incas, se posaron cada uno sobre sendas piedras de las muchas habidas en estas laderas que bajan a la costa. Hicieron una reverencia, buscaron el rincón adecuado, descalzaron sus hojotas para echar la tierra traída en ellas -adherida en los largos caminos desde el Cusco, entre el barro y la lluvia-, y la amontonaron cuidadosamente sobre las piedras. Recubrieron con ella una semilla de jara traída en sus pikshas, cercaron los montículos con pequeñas piedras y le echaron el agua necesaria…

Terminada esta labor, el Inca dijo: Volveré dentro de tres lunas y hablaremos de los resultados, pues voy ahora a conversar con el soberano del Chimor, del que tengo muchas referencias y con quién espero obtener una alianza que pueda beneficiar a todos… Pero dejo a estos mis siervos para que cuiden estas semillas que deben florecer y dar frutos…

Dicho esto, se marchó con su incontable ejército.

Quienes se quedaron, atendieron con esmero cada planta que poco a poco fue tupiendo la zona con tanta jara –y sobre piedra-, como nunca antes hubo en la zona.

Dicen que así, finalmente, fueron aceptados los incas como señores de estas vertientes cercanas a los Huaylas, pocos años antes de la llegada de los súbditos del Rey Católico y de su Santa Iglesia.

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