Por Federico de Cárdenas
Fuente: La República, Lima 06/12/09
http://www.larepublica.pe/archive/all/domingo/20091206/22/node/236671/todos/1558
Vinculado en los años 60 al grupo Narración, Miguel Gutiérrez (Piura, 1940) publicó “El viejo saurio se retira”, temprana novela a la que siguió un largo silencio hasta el campanazo de “La violencia del tiempo”, que lo colocó en primera fila en las letras peruanas. El diálogo que sigue parte de “Las confesiones de Tamara Fiol”, su más reciente novela, para abordar temas literarios y políticos.
¿Tu protagonista, Tamara Fiol, parte de un modelo real?
–Sí, una mujer extraordinaria a la que conocí y que figura también en otra novela. Muchos la admiraban, pero también se decía que tenía una historia complicada con un sujeto que había sido también de izquierda y que luego de un proceso largo había terminado en el campo opuesto. Me preguntaba cómo habría sido esta relación.
–¿Y la idea de los largos diálogos telefónicos entre Morgan –el periodista norteamericano que indaga sobre ella– y Tamara?
–Así era como conversaba con esta amiga. Mientras vivió, me sentía inhibido de tomarla como personaje, pero ella falleció y a las pocas semanas sentí que podía comenzar la novela, contando libremente su historia. Subrayo lo de libremente porque he cambiado muchísimo y la historia es en gran parte una invención.
–¿Morgan Batres en este sentido sería un alter ego, una máscara que tomas como autor?
–Así me lo han dicho, y es verdad que hay elementos autobiográficos, como la prótesis en la cadera que luego tendrá el personaje, algo que me pasó mientras escribía el libro. Me parecía literariamente interesante que la historia fuera vista desde una mirada extranjera, alguien que no está tan involucrado, de modo que su lectura de los hechos no sea prejuiciosa. De otro lado, en mi narrativa siempre ha habido una vinculación entre lo regional, lo nacional y lo cosmopolita y en este sentido me interesaba vincular la violencia interna del país con aquella existente en el mundo. Es también la razón para hacer de Batres un reportero de guerra. Pero en él, más que rasgos míos, hay rasgos de lo que en diversos momentos quise ser.
–¿Y Raúl Arancibia? ¿Es el más inventado de los personajes?
–No, parte también de un modelo real, aunque suma trayectorias de diversos personajes de izquierda, que del Apra pasan al comunismo y acaban de fujimoristas. En algún momento se le compara con Ravínez, pero creo que este último era superior, pues alguna motivación moral y política debió quedarle.
–¿Tamara y Arancibia te permiten hacer la historia de las dos vertientes de la izquierda en el siglo XX, la socialista y la aprista?
–Claro, el tratar de reconstruir el pasado familiar de ambos me sirve para hacer una crónica de las luchas de la izquierda a lo largo del siglo XX, empezando con el anarquismo, al que pertenece el abuelo de Tamara.
–Hay un pasaje de la novela sobre esos momentos en que el odio y la violencia homicida se apoderan del país. ¿La última parte del siglo XX, con la guerra interna, queda comprendida en esta descripción?
–Sí. No hay que olvidar que Batres llega al Perú para efectuar una investigación sobre las mujeres de SL. Y queda insatisfecho, pues estas mujeres tienen blindada su conciencia y no revelan nada de su intimidad o de sus dudas. Es por esto que él acude a Tamara Fiol, otra luchadora, para remontar en el origen de la violencia. En la novela no oculto la violencia de SL. Parto de la idea de que un escritor que trata esos temas debe ser ante todo novelista y dejar de lado sus simpatías o pasiones políticas. He procurado por ello que mi novela –y en general mi obra literaria– no sea ni apología ni panfleto. A mí nunca me ha interesado la política coyuntural. Me interesa la política como tema literario, como pasión y búsqueda del poder, algo que puede ser tan intenso como la pasión amorosa. La afirmación del yo encuentra a veces un cauce a través de la pasión política, que abarca el sueño o la fantasía de llegar al poder y transformar las cosas.
–¿Nunca intentaste retomar “Matavilela”, esa novela juvenil de la que se llegó a publicar un capítulo?
–Creo que lo he hecho con Tamara Fiol. Cuando intenté “Matavilela” tenía detrás un modelo extraordinario, la novela “Estados Unidos de Norteamérica” de John Dos Passos, pero tenía 25 años y no estaba preparado para un proyecto así. Quería contar la vida de 10 personajes nacidos entre 1930 y 1940 en distintos lugares del país y en diferentes clases sociales y el modo como la política entra en algún momento a sus existencias. Llegué a escribir 29 páginas y luego no pude seguir, “Confesiones de Tamara Fiol” realiza en pequeño lo que pensaba hacer.
–¿Y tu visión de la bohemia limeña? En la novela hay una visión muy exacta de lo que fueron los años 50.
–La trabajé mucho. Estoy ligado más bien a la bohemia de los años 60, pero he tenido amigos mayores que me han contado mucho. Llegué a Lima a fines de los 50 y algo alcancé, pero el resto es reconstruido. Esos recorridos por la Plaza San Martín, la Plaza de Armas. He querido restituir la geografía exacta de unos años que quienes los vivieron consideraban felices. La Musa y el Pianista son dos personajes que también cuentan con modelos reales y que me permiten dar el aroma de esas noches.
La Generación del 50
–Tu polémico libro sobre la generación del 50 fue reeditado hace unos años y hacías ver en un breve texto que solo habías cambiado un par de adjetivos. ¿Tu visión de esa generación sigue siendo tan crítica?
–Creo que hay que tener en cuenta en qué condiciones se escribió el libro, en una época muy difícil para mí. No lo digo como justificación, pues creo que en el libro trazo una diferencia entre la obra creativa de todos ellos –algunos de los cuales han sido mis maestros y hermanos mayores– y su conducta personal. No es una cuestión ideológica, porque siempre pensé que cada uno tenía derecho a pensar como quisiera. Muchos se enojaron porque toqué a algunos autores que eran insospechables y que incluso representaban a la izquierda, y debo confesar que las más difíciles para mí fueron las páginas sobre Ribeyro, a quien admiro mucho. Sin embargo, puede verse que en el libro le dedico un largo capítulo como narrador, lo que quiere decir que no cuestiono para nada su literatura, sino su inconsecuencia.
–También ubicas como figura mayor a Jorge Eduardo Eielson...
–Sí, y hubo amigos que me dijeron que por qué, siendo yo socialista, no exaltaba a Romualdo, Rose, Scorza u otras figuras. Pero para mí el esplendor poético de Eielson, y su sentimiento desgarrado son incomparables. Se le acusó de esteticista, lo que me parece un gran error. Eielson tiene un lenguaje maravilloso. Agregaré que lo mismo me dijeron de Vargas Llosa. Pero que esté en desacuerdo con su posición ideológica no impide que lo reconozca como un gran novelista y un intelectual perturbador. Mi gran desacuerdo con “La utopía arcaica” no impidió que leyera el libro en una noche. Volviendo a la Generación del 50, diré que me parece admirable en su conjunto, e incluso superior a la de Basadre y Raúl Porras, que puso la agenda del siglo XX. Pero, los del 50 son más completos: tienen ocho o diez poetas de primera línea, muy buenos narradores, historiadores y artistas.
“El APRA es un páramo desolado”
– ¿Qué se puede rescatar del Apra?
–Ante todo no creo que, como se viene sosteniendo en los últimos tiempos –con la lamentable participación de sectores de la izquierda– que Mariátegui y Haya de la Torre sean figuras equiparables. No, son personajes profundamente diferentes en lo ideológico, político, moral y humano. El objetivo estratégico por el que Haya fundó el Apra, esto es, oponerse al cambio revolucionario socialista, se ha mantenido en su ya larga historia. Por supuesto ha habido cambios de piel de carácter contingente, coyuntural y oportunista. Por lo demás, el sectarismo, la violencia bufalesca, los dobles discursos, el maquiavelismo, la demagogia, el cinismo, que practican sus actuales dirigentes, empezando por García, constituyen el legado pedagógico de Haya. En mi novela rescato a los militantes de base que sacrificaron sus vidas por una doctrina cuyo verdadero sentido ocultaban la retórica y la demagogia populista. Un caso radical, casi trágico, fue el acto de aquel perturbado joven que cumpliendo directivas acaso subliminales asesinó a los esposos Miró Quesada, quien después en la cárcel, como un apestado, fue abandonado a su suerte. También destaco la figura de Antenor Orrego por el papel que desempeñó en los años formativos de Vallejo y después del adolescente Ciro Alegría, aunque con los años el primero se hizo comunista y Ciro terminó renunciando al Apra. Los últimos intelectuales de valía que estuvieron ligados al Apra, como partidarios y simpatizantes (Valcárcel, Rose, Bendezú, Scorza), pertenecieron a la Generación del 50 y todos rompieron con el Apra, o bien fundaron el Apra Rebelde y luego el MIR. Desde entonces el Apra es un páramo desolado en el campo de la intelectualidad, el arte y la literatura.