Por Ricardo González Vigil
Fuente: El Comercio, Lima 2 de Febrero del 2010
http://elcomercio.pe/impresa/notas/tren-llamado-poesia/20100202/408629
Más vivo que nunca he sentido a Pablo Guevara (Lima, 1930-2006) en este “Tren bala” de lenguaje fulgurante, de ritmo vertiginoso (mismo tren bala: velocidad mortífera), de hondura insondable para cuestionarnos-desnudarnos-desmenuzarnos como “hombres huecos” (vacíos, alienados, carentes de una existencia digna de tal nombre) en un universo indiferente e incomprensible.
Ya es el cuarto poemario póstumo de Guevara, luego de “Hospital” (2006), “Hacia el final” (2007) y “Mentadas de madre” (2007). Para nuestro gusto, el más admirable. Con “Hotel del Cuzco y otras provincias del Perú” (1971) y “Un iceberg llamado poesía” (Premio Copé de Oro, publicado en 1998; luego reeditado en 1999 como el primer tomo de “La colisión”), forman el trío mayor de su producción poética.
Por su sostenido aliento y por la profundidad para sintetizar su visión (o, mejor, su radical invalidación de todas las visiones o representaciones del mundo elaboradas por el ser humano), “Tren bala” nos parece la coronación de su aventura creadora. Posee una belleza tan ardientemente desoladora (con una dosis de humor negro que rehace a Kafka y la literatura del absurdo) como pocas veces hemos encontrado no solo en la poesía peruana, sino también en el ámbito entero de la lengua española.
El poemario, editado con pasión por Gladys Flores Heredia, quien ha examinado los 14 manuscritos dejados por Guevara, consta de dos secciones: “Montañas”, siete composiciones; y “Tren bala”, un poema subdivido en cinco partes.
Dispuestos los títulos en el índice, semejan vagones (“Montañas”) y la locomotora que los arrastra (“Tren bala”); pero no abusemos de la sugerencia ferroviaria, porque contiene también la imagen de un avión a pique: “Creo poder volar estoy soñando salir del hoyo / y a la vez sabiendo que no lo puedo lograr [] Vuelo y caigo como un avión que ya se estrelló / contra enormes montañas” (pág. 27); imagen convergente con la del tren que se estrella y que cierra el poemario.
Continuemos la cita anterior: “Contra enormes montañas / (estas pueden ser la idea de un dios irrepresentable / que ha volado en miles de fragmentos puede ser la idea de la Tierra / cuando apareció como una explosión también como algo irrepresentable)” (pág. 27).
Las montañas simbolizan la naturaleza (o creación, pero de un dios socavado en su divinidad: “Ha volado en miles de fragmentos”, siendo los astros y las montañas esos fragmentos) como algo que el hombre no logra conocer ni dominar; una naturaleza que persistirá sin la especie humana: “Inclusive cuando se extinga el sol no cesará de haber miríadas de estrellas [] en el universo / más inmenso que el nuestro y de seguro a ninguno / le importará jamás el hombre” (pág. 17).
A diferencia de Moby Dick, la “Naturaleza es un adversario indiferente y no un adversario astuto / como el hombre a ella nada puede importarle este y ella nunca / sabrá que el hombre se proclama por muchas partes su conquistador / él lo cree y vive de acuerdo a ello” (pág. 16).
Es esa vacuidad de la especie humana y el no saber nada a ciencia cierta (“dudo y pienso antes de pasar otra vez / por esta cerradura nefasta que es la realidad / la realidad que es solo un punto de vista un ojo de aguja”, pág. 19) el centro de “Tren bala”.
También aflora la enajenación de vivir dentro de un sistema alienante: “Una sociedad medieval / siempre famélica al sur siempre lozana u obesa al norte / pero hay que tomar nuevas medidas a la Tierra está distinta / porque muy poco de lo adquirido sirve realmente para vivir” (pág. 57).